Casada, pero embarazada de un compañero de trabajo… ¿Qué hacer?

Casada, pero embarazada de un compañero de trabajo… ¿Qué hago?

Me llamo Lucía Mendoza y vivo en Arévalo, donde los días transcurren lentos junto al cauce del Duero. Dudé mucho antes de escribir estas líneas, pero el dolor y la confusión me ahogan. Ya no puedo guardar silencio: necesito desahogarme, porque mi vida se ha convertido en un abismo sin salida.

Todo comenzó siendo madre de una niña de cinco años, Martina, y esposa de un hombre absorbido por su profesión. Mi marido, Javier, es un trabajador incansable. Rara vez está en casa. Mi madre recoge a Martina del colegio y la cuida por las tardes, pues ambos regresamos tarde. Trabajo en una empresa importante de Valladolid: el sueldo es bueno, pero exige dedicación absoluta. Hace dos meses, me enviaron de viaje laboral cuatro días con un compañero, Alejandro. Pedí a mi madre que se quedara con Martina. Aceptó, y partí con tranquilidad.

Viajamos en coche de la empresa. La jornada fue intensa, y al llegar al hotel, él me invitó a cenar en el restaurante. Accedí. La velada fue sorprendentemente agradable. Hablamos de todo: supe que estaba divorciado, sin hijos, volcado en el trabajo. Su voz, su risa… Me sentí libre, viva, algo que no experimentaba desde hacía años. Por primera vez, me relajé junto a un hombre casi desconocido. Tras la cena, nos retiramos a nuestras habitaciones, pero algo en mí comenzó a tambalearse.

Al día siguiente, tras trabajar, cenamos otra vez juntos. Terminamos pronto, y Alejandro propuso celebrar el éxito con una botella de Rioja. Me gusta el vino, así que acepté. Comimos, bebimos, reímos… y percibí hacia dónde fluía la situación. Mi corazón latía con fuerza, pero decidí retirarme. Él insistió en acompañarme al ascensor, y allí ocurrió: sus labios encontraron los míos, un arrebato de pasión nos arrastró. Acabamos en su habitación, entregados a una noche vertiginosa que jamás imaginé vivir. La siguiente fue aún más intensa, más irracional: me sumergí en aquel fuego, olvidando mi hogar, mi matrimonio, todo.

De vuelta en Arévalo, intenté borrar lo sucedido. Me enfoqué en el trabajo, evité a Alejandro… pero dos semanas después, el golpe llegó: estoy embarazada. El mundo se desvaneció bajo mis pies. Supe al instante que era suyo. Javier y yo llevábamos meses distantes, sin intimidad. Pensé en hablarle del divorcio —nuestra relación ya se resquebrajaba—, pero pospuse el tema por miedo. Ahora, este hijo es la prueba de mi traición. No conozco bien a Alejandro. Fue cariñoso durante el viaje, pero ¿puedo confiar? ¿Y si huye al saberlo?

Vago por la casa como un espectro. Observo a Martina y a Javier, mientras la culpa me devora. Este niño crece dentro de mí, y no sé qué decisión tomar. ¿Confesaré a mi marido? Estallaría en ira, me echaría, quedaría sola con dos hijos. ¿Decírselo a Alejandro? ¿Se burlará, desaparecerá sin rastro? He decidido revelarle la verdad en unos días, pero cada hora es una agonía. Mi mente es un torbellino, el corazón se parte entre el miedo y la vergüenza. Anhelaba paz, y ahora soy prisionera del caos que he creado.

Mi madre me mira con inquietud, pero callo: ¿cómo confesarle que su hija ejemplar se hundió en esta vergüenza? Javier llega tarde, murmura un «hola» cansado y no nota mis temblores. Alejandro pasa frente a mí en la oficina: su mirada es cálida, pero distante. ¿Qué hago? ¿Tener al niño y dejar a mi marido? ¿Escapar de todo? ¿O callar hasta que la verdad estalle como una tormenta? Soñé con otro hijo, con felicidad… pero no así. No con engaños. Ahora, al borde del precipicio, cada paso me acerca al vacío.

¡Necesito consejo! Estoy desesperada, perdida. Mi vida se desmorona, y no sé cómo salvarme a mí misma, a mis hijos, a mi alma. Este bebé es mi culpa y mi esperanza, pero temo que destruya lo poco que me queda. ¿Qué hago con esta verdad que me quema por dentro? Anhelo soluciones, pero quizá ya sea demasiado tarde.

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