Carta al benefactor y el regalo del destino

¡Vaya historia que te voy a contar! Es sobre un encuentro que le cambió la vida a un hombre cuando menos lo esperaba.

Antonio estaba en el ascensor, absorto en sus pensamientos, cuando entró una mujer joven con una chaqueta gris acompañada de una niña de unos cinco años. La pequeña lo miró con sus enormes ojos marrones y, de repente, le lanzó una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Vas a trabajar? —preguntó la niña sin ningún reparo.

—Lucía, con los desconocidos se trata de *usted* —le corrigió su madre con suavidad, lanzándole una mirada disculpándose a Antonio.

Él sonrió y asintió.

—Sí, voy a la oficina.

—¿Ya le escribiste la carta a los Reyes Magos?

Antonio soltó una risa. Nunca había creído en esas cosas, ni siquiera de niño, pero no quiso decepcionarla. La niña, orgullosa, le entregó un trozo de cartón arrugado. Sin pensarlo, lo guardó en el bolsillo y se despidió al salir a la calle.

Todo el día intentó olvidar aquel momento, hundiéndose en el trabajo, recordando a su ex-prometida, que lo dejó plantado justo antes de la boda. Se había mudado a otra ciudad para empezar de cero, pero la soledad seguía ahí, pesando en el silencio del piso nuevo.

Esa noche, paseando por las calles nevadas, recordó el cartón. Lo sacó del abrigo y leyó, en letra infantil: *«¡Que seas feliz siempre y nunca estés triste!»* Le entró una calidez en el pecho. Colocó la nota en la estantería, donde pudiera verla cada mañana.

Unos días antes de Navidad, llamó a la casera para preguntar por la niña. Doña Carmen le contó, entusiasmada, que la madre y la hija vivían justo un piso más arriba, y que la madre se llamaba Sofía.

Al anochecer, Antonio tocó el timbre. Sofía se quedó paralizada al verlo.

—Perdón —dijo él, nervioso—, es por Lucía. Verá, al trabajo ha venido un emisario de los Reyes Magos. Me pidió que encontrara a una niña con ese nombre para entregarle su carta personalmente.

La pequeña apareció de golpe tras su madre.

—¡Sabía que vendrías! ¡Espera, ahora mismo te la doy!

Regresó al minuto con un sobre grande, decorado con estrellas y corazones. Encima ponía: *«Para los Reyes Magos. ¡Que nadie más lo lea!»*

—¡Ni se lo enseñes a mamá! ¡Si no, no se cumplirá!

—Prometo que llegará a sus majestades —contestó Antonio, sonriendo.

En casa, no pudo resistirse y abrió la carta: *«Queridos Reyes Magos: Me llamo Lucía. Me he portado muy bien. Por favor, tráiganme un oso de peluche gigante. Y… un papá nuevo. Porque yo no tengo a nadie.»*

En Nochebuena, Antonio llamó de nuevo a su puerta. Sofía abrió y se quedó sin habla: allí estaba él, con un oso rosa enorme entre los brazos.

—Los Reyes me encargaron que se lo diera a Lucía —dijo él con una sonrisa tímida.

La niña saltaba de alegría, abrazando al oso, a su madre, a Antonio. Sofía lo invitó a quedarse a cenar. A mitad de la cena, Lucía preguntó de sopetón:

—¿Y lo otro que pedí?

—Eso… es más complicado —murmuró él, incómodo.

—¿Qué más pediste? —preguntó Sofía con cautela.

—Les pedí un papá. Pero si los Reyes no tienen ahora, ¿te quedarías tú?

Lucía bostezó, abrazó su oso y se quedó dormida.

Y los dos adultos se quedaron en silencio, mirando sus platos, sonrojados, con una sonrisa tímida. Fuera, la nieve caía suave, cubriendo todo de blanco. Y dentro, por primera vez en mucho tiempo, hacía calor de verdad.

Rate article
MagistrUm
Carta al benefactor y el regalo del destino