Carta a Nicolás y el regalo del destino

Adrián iba en el ascensor sin imaginar que un viaje rutinario se convertiría en un encuentro que cambiaría su invierno. En un rincón estaba una joven con un abrigo gris, sosteniendo de la mano a una niña de unos cinco años. La pequeña lo miró fijamente con sus grandes ojos azules y, de pronto, le dedicó una sonrisa amplia.

—¿Vas a trabajar? —preguntó ella sin timidez.

—Lucía, con los desconocidos se trata de «usted» —la corrigió su madre con suavidad, sonrojándose ligeramente.

Adrián sonrió y asintió.

—Sí, voy a la oficina.

—¿Ya le has escrito la carta a los Reyes Magos?

Se rio. Él nunca creyó en esas fantasías, ni siquiera de niño, pero no quiso decírselo. La niña le entregó orgullosa un trozo de cartón arrugado. Él lo guardó en el bolsillo sin pensar y, tras despedirse, salió a la calle.

Todo el día intentó olvidar aquel encuentro. Se sumergió en el trabajo, ahuyentando los recuerdos de su exnovia, que en el último momento canceló la boda. Se había mudado a otra ciudad para empezar de nuevo, pero ni siquiera el silencio de su nuevo hogar lograba calmar su dolor.

Esa noche, paseando por las calles nevadas, recordó el cartón. Lo sacó del bolsillo y leyó la torpe letra infantil: «¡Que seas siempre feliz y nunca estés triste!». Un calor repentino le envolvió el pecho. Colocó la nota en la repisa, donde pudiera verla cada día.

Unos días antes de Navidad, llamó a la dueña del piso para preguntar por la niña. Doña Carmen le explicó con entusiasmo que madre e hija vivían justo un piso arriba y que la madre se llamaba Sofía.

Al atardecer, Adrián llamó a su puerta. Sofía se quedó paralizada al verlo.

—Perdone —dijo él, nervioso—, he venido a ver a Lucía. Verá, en mi oficina ha aparecido uno de los Reyes Magos. Me pidió que buscara a una niña llamada Lucía para entregarle una carta personalmente.

La niña salió corriendo desde detrás de su madre.

—¡Sabía que vendrías! ¡Espera, enseguita vuelvo!

Un minuto después, Lucía regresó con un sobre grande decorado con estrellas y corazones. Decía: «¡Para los Reyes Magos, en sus manos!».

—¡No se lo enseñes a mamá! ¡O el deseo no se cumple!

—Prometo que llegará a su destinatario —respondió Adrián.

En casa, no pudo resistirse y abrió la carta: «Queridos Reyes Magos: Me llamo Lucía. He sido una niña buena. Por favor, traedme un oso de peluche gigante. Y… un papá nuevo. Porque no tengo a nadie».

En Nochebuena, Adrián volvió a llamar a su puerta. Sofía abrió y se quedó muda: allí estaba él, con un enorme oso rosa en brazos.

—Los Reyes me pidieron que se lo entregara a la niña buena Lucía —dijo él.

Lucía saltaba de alegría, abrazando a su madre y a Adrián. Sofía lo invitó a quedarse a cenar. En la mesa, la niña preguntó de pronto:

—¿Y mi otro deseo?

—Ese es más complicado… —titubeó Adrián.

—¿Qué más pediste? —preguntó Sofía con cuidado.

—Un papá nuevo. Pero si los Reyes están escasos de papás… ¿te quedarías tú?

Lucía bostezó y se durmió abrazada a su oso.

Los dos adultos se quedaron en silencio, inclinados sobre los platos, sonrojados y sonrientes. La nieve caía suave tras la ventana, y por primera vez en mucho tiempo, el piso se llenó de un calor verdadero.

A veces, la magia no viene de los Reyes, sino de un corazón dispuesto a dar y recibir amor.

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Carta a Nicolás y el regalo del destino