**Diario de un padre**
Cuando Pablo les dijo a sus padres que quería presentarles a su novia, se alegraron mucho. Su madre y su padre entendían que su hijo, tarde o temprano, tendría que volar solo y formar su propia familia. Al fin y al cabo, ya tenía casi 25 años, una edad seria para empezar una relación seria.
Pablo vivía con sus padres, pero no por ser un niño mimado ni por falta de dinero. Estaba ahorrando para su propio piso, sin querer pedir una hipoteca. Sus padres lo apoyaban. Vivían en un piso amplio en Madrid, con espacio para todos, y nunca se metían en su vida. Nunca le pedían explicaciones por llegar tarde ni le controlaban.
Además, Pablo no era exigente. No esperaba que le lavaran la ropa ni le cocinaran. Todos vivían cómodamente, y así ahorraba dinero. Hasta que llegó Lucía, la primera chica que decidió presentarles.
¿Qué preparo para comer? preguntó su madre. ¿Qué le gusta a tu Lucía?
Mamá, no hagas nada especial. Cuida mucho su figura sonrió Pablo. No come fritos ni grasas, y tampoco bebe alcohol.
Bueno, eso es admirable sonrió su madre. Haré algo ligero.
Lucía les cayó bien: una chica inteligente y educada. Aunque apenas comió, y a la madre de Pablo le molestó un poco que rechazara el postre que había preparado. Lucía dijo que el azúcar era veneno y que todos deberían pensarlo.
También mencionó, sin querer, que los cojines del sofá necesitaban cambiarse.
La casa está bien, pero parece que el gato los ha arañado. No es caro, os puedo pasar un contacto.
Claro, no había mala intención. Pero hasta entonces, la madre de Pablo no había visto eso como un problema. El sofá no estaba destrozado, solo tenía unas marcas pequeñas de cuando su gato, Peluso, era pequeño. Pero ahora, cada vez que miraba el sofá, esos arañazos le saltaban a la vista.
Aun así, Lucía era simpática y agradable. Se portó bien, agradeció la hospitalidad, y los padres de Pablo decidieron que no había que darle importancia a sus comentarios. Al fin y al cabo, lo decía con buena intención.
Pasaron unos meses, y Pablo anunció que quería irse a vivir con Lucía.
Mamá, papá, me voy a mudar con Lucía. La quiero y queremos avanzar en nuestra relación.
Sus padres se miraron. Les parecía rápido, pero era decisión de ellos.
Entiendo que no os guste la idea de traerla aquí. Sería incómodo. Por eso voy a pedir una hipoteca. Ya tengo la mitad ahorrada.
Bueno, si es lo que quieres asintió su madre.
Sí. Pero el piso que encontré necesita reformas. ¿Podemos quedarnos aquí un mes mientras las terminan?
Claro, hijo dijo su madre, pensando que no sería problema. Lucía les caía bien.
Pero todo cambió cuando Lucía se mudó con ellos. La recibieron con cariño, diciéndole que se sintiera como en casa. Pero Lucía lo tomó al pie de la letra.
A los pocos días, la madre de Pablo notó que faltaba el aceite de oliva.
Lucía, ¿has visto el aceite? preguntó.
Lo tiré sonrió ella. Pensé que sería mejor comer más sano. Y, la verdad, el olor a frito me da náuseas.
La madre de Pablo suspiró. Su marido adoraba las chuletas que ella hacía, y a todos les gustaban las patatas fritas.
Lucía, nosotros estamos acostumbrados así. No te obligo a comerlo, pero tampoco nos obligues a cambiar.
Perdón, no era mi intención dijo Lucía. Solo me preocupo por la salud.
Luego, desaparecieron las cortinas del salón, reemplazadas por unas grises y sosas.
¿Dónde están las cortinas? preguntó la madre.
Eran muy antiguas dijo Lucía. Os dejo estas. Ahora el salón está más fresco, ¿no?
A mí me gustaban las otras. ¿Las has tirado?
No, pero pensé que os gustarían más.
No son de mi gusto respondió la madre con calma. Quédatelas.
Más tarde, faltaban platos de la cocina. Lucía los había regalado, diciendo que eran viejos y que comprarían un juego nuevo. Incluso llamó a un tapicero para cambiar el sofá.
La madre de Pablo estaba harta, pero no quería discutir. Sabía que Lucía no lo hacía con mala intención.
Lucía, entiendo que quieras ayudar, pero esto es nuestra casa. No cambies nada sin preguntar.
Solo quería lo mejor murmuró Lucía.
Lo sé. Pero no lo hagas más.
Lucía se enfadó. Le dijo a Pablo que nadie valoraba sus esfuerzos. Pero él no la apoyó.
Es su casa, Lucía. Tú tampoco querrías que alguien cambiara las cosas en la tuya sin consultarte.
Si fuera mejor, me encantaría replicó ella.
“Mejor” es subjetivo.
Después de eso, Lucía dejó de cambiar cosas, pero empezó a limpiar obsesivamente, criticando cada detalle.
Hoy limpié detrás del armario. Parece que no lo habíais hecho en años.
Gracias, Lucía respondía la madre, contando los días hasta que se fueran.
Cuando por fin se mudaron, la madre de Pablo suspiró aliviada.
Es una buena chica dijo a su marido. Solo es muy joven.
La vida la enseñará sonrió él.
En el fondo, supo que, aunque Lucía tenía buenas intenciones, algunas batallas no valían la pena. La paz en casa era lo más importante.
**Lección:** A veces, las mejores intenciones pueden chocar con la realidad. Lo importante es saber cuándo ceder y cuándo mantener la calma. Al fin y al cabo, la convivencia es un arte, no una guerra.