**La Canción del Parque en Invierno: Un Nuevo Capítulo**
Olga Martínez se abrigó con su chaquetón de invierno, envolvió a su pequeña nieta Lucía y salió a dar un paseo por el parque nevado en las afueras de Burgos. Entre la nieve recién caída, padres jóvenes empujaban carritos, sus risas mezclándose con el crujido de la escarcha bajo los pies. Lucía, arropada con una mantita, se durmió al instante con el aire fresco. Mientras caminaba, Olga se sumergió en recuerdos de su juventud, de cuando crió sola a su hijo Javier. Tan ensimismada estaba que apenas notó un llanto infantil. Primero pensó que era Lucía, pero no, su nieta seguía plácidamente dormida. Fue entonces cuando vio a un hombre frente a un cochecito, desorientado, mirando alrededor. Al divisar a Olga, suplicó:
—Señora, ¡ayúdeme! ¿Qué hago?
Olga se quedó paralizada, sorprendida por sus palabras.
***
Cuando Carla y Javier se casaron, la suegra fue clara desde el principio:
—Ahora sois adultos, os hacéis cargo vosotros. A ti, hijo, te crié y te saqué adelante. Quiero vivir para mí, ¡que solo tengo cuarenta y seis! Además, tenéis que adaptaros como pareja. ¡Así que con los nietos, sin prisa!
—Vaya declaración la de tu madre, como para no ofenderse —murmuró Carla, frunciendo el ceño.
—No te preocupes, es buena gente, pero me crió sola —sonrió Javier—. Hace poco bromeaba con su amiga Marisa sobre que se sentían jóvenes otra vez, buscando novio. Van a bailes los fines de semana, hacen excursiones, viajes… ¿Qué tiempo le queda para los nietos?
—¿Y cómo les va? —preguntó Carla, escéptica.
—De momento, regular. En los bailes solo había un hombre disponible, y eligió a otra. ¡Y en las excursiones, puras mujeres! Pero tranquila, mamá solo habla por hablar. Cuando llegue el momento, estará ahí —dijo Javier, abrazándola.
Vivían en casa de Olga, pero casi no la veían. Trabajaba todo el día y después, teatro, cenas con amigas… Los fines de semana también desaparecía. Los jóvenes se las apañaban solos.
Carla temía que su suegra se molestara al enterarse del embarazo, pero Olga solo sonrió:
—¡Vaya ritmo lleváis! Bueno, si lo habéis decidido, ¡adelante!
Y cuando supo que sería una niña, hasta se emocionó:
—Siempre quise una hija, pero no pudo ser. ¡Ahora tendré una nieta!
Aunque al principio, Olga se mantuvo algo distante, como temiendo que la cargaran con responsabilidades. No llegaba pronto del trabajo, los fines de semana eran sagrados.
—Me alegro de que mis padres vengan a veces a pasear con Lucía —dijo Carla un día, agotada, sin haber preparado la cena. La niña había llorado todo el día por los dientes.
Javier, acostumbrado desde niño a ayudar en casa, se puso manos a la obra:
—Queríamos ser padres, ¡pues aquí estamos!
—¡Pero ella es la abuela! Bueno, al menos nos regaló el carrito y a veces juega con Lucía. ¡Pero la madre de mi amiga Paula sale corriendo del trabajo para cuidar a su nieta! ¿Y la tuya? Ni una oferta —se quejó Carla.
—Mamá trabaja duro, y además nos avisó —rió Javier—. ¡Tu amiga Paula debería dejar respirar a su madre!
Pero ese fin de semana, pidieron a Olga que llevara a Lucía al parque mientras ellos iban al cine. Como no tenía planes, aceptó.
Olga se abrigó bien, arropó a la niña —había nevado, pero el sol brillaba, prometiendo un paseo encantador— y cruzaron la calle hacia el parque. Entre madres y padres con carritos, Lucía se durmió al instante.
Mientras caminaba, Olga recordó su vida. Criar sola a Javier no fue fácil. Sus padres, en el pueblo, la criticaron por su divorcio. Su ex apenas mandaba dinero, y ella malvivía con lo justo para que su hijo no pasara hambre. Cuando Javier creció, las cosas mejoraron. Trabajaba cerca de casa, él hacía los deberes en su oficina… Fueron años duros. Aún hoy, disfrutaba cada bocado como si fuera el último.
De pronto, un llanto la sacó de sus pensamientos. Miró a Lucía, pero dormía tranquila. Unos metros más allá, un hombre mecía desesperado un cochecito. Al verla, imploró:
—¡Señora, ayúdeme! Es la primera vez que salgo con mi nieto y no sé qué hacer.
Olga se quedó helada. ¡Le halagó que la confundiera con una madre joven! Al acercarse, vio que el niño había perdido el chupete. Se lo devolvió, y el pequeño se calmó al instante.
—¡Gracias! Vivo cerca, pero me he bloqueado —dijo el hombre, ruborizado—. ¿Es su hija?
—¡Mi nieta! —se rió Olga, sintiendo una alegría repentina.
—¿Tan joven y ya abuela? —preguntó él, admirativo.
—Y usted no parece abuelo —respondió ella, coqueta.
—Ojalá tuviéramos ayuda, pero no hay abuela. Me llamo Gregorio, ¿y usted?
—Olga —respondió. Entonces, Lucía despertó, quejumbrosa.
—Hay que ir a casa, es la hora de comer. Hasta luego, Gregorio.
—¿Volverá mañana? Podríamos pasear juntos —propuso él, impulsivo.
—Quizá sí —sonrió ella, y empujó el carrito hacia casa, con un ánimo renovado.
Se sintió años más joven. ¡Convertida en abuela, y ahora esto! Un hombre agradable, solitario, al parecer.
Así empezaron sus paseos, primero los fines de semana, luego por las tardes. La “abuela joven” Olga y el “abuelo joven” Gregorio.
Lo de ellos fue más allá de simples caminatas. Olga dejó los bailes y las excursiones; prefería estar con él. Ahora viven en su casa, cerca, y disfrutan juntos de los nietos.
—¡Tu madre ha cambiado tanto desde que se casó! —comentó Carla, observando a su suegra.
Claro que sí. Olga ya no estaba sola; era amada. Y todo gracias a Lucía, porque fue su nieta quien la llevó hacia la felicidad.
Ahora, Olga no teme ser abuela. “Abuela joven y querida”, como la llama Gregorio.
Por fin encontró esa dicha sencilla: no correr, no buscar… solo estar junto a quien la quiere.