Cansada de ser perfecta para todos

El peso de la perfección

En el bullicioso corazón de Madrid, donde la vida palpita como el tintineo de las copas en una terraza, mi existencia a los 27 años parece impecable… pero solo desde fuera. Me llamo Lucía, soy especialista en marketing en una gran empresa, casada con Javier, sin hijos, pero con sueños por cumplir. Ayer, al salir del trabajo, entré en mi coche, reposté en una gasolinera, cogí mi bolso y me refugié en el baño. Allí me transformé: me vestí con elegancia, me maquillé con precisión y salí tan radiante que las miradas se clavaban en mí. Sin embargo, tras esa fachada reluciente, solo hay agotamiento. Estoy cansada de ser la esposa, la hija y la nuera perfecta. Necesito aprender a vivir para mí.

La farsa de lo impecable

Siempre fui «la niña buena». En el colegio, la mejor nota; en la universidad, becada; en el trabajo, la que entrega los proyectos antes de tiempo. Javier, mi marido, es ingeniero informático. Me quiere y se enorgullece de mí. Llevamos tres años casados, vivimos en un piso acogedor y viajamos dos veces al año. Mis padres y mi suegra, Carmen, nos ven como la pareja ideal. «Lucía, eres una crack, lo llevas todo al día», dice mi madre. «Javier, qué suerte has tenido», añade mi suegra. Pero nadie ve cómo me ahogo bajo tanta exigencia.

Mi vida es una lista interminable: por las mañanas, preparo el desayuno para que Javier no proteste; en el trabajo, doy el 200%; por las tardes, limpio y cocino para que Carmen no me tilde de «vaga». Incluso ayer, en la gasolinera, me cambié y me pinté porque tenía una cena familiar en la que debía dar «la talla». Todos me miraban, pero yo solo era una actriz interpretando el papel de Lucía, la perfecta.

La grieta en el espejo

La cena de ayer fue el colmo. En casa de mi suegra, como siempre, ayudé en la cocina, sonreí y participé en la conversación. Pero cuando Carmen soltó: «Lucía, ya es hora de pensar en los niños, que el reloj no se para», sentí que algo se rompía dentro de mí. No estoy lista para ser madre, quiero disfrutar de mi vida, pero todos exigen que siga el guion. Javier se quedó callado, y comprendí que no me defendería. Después, mi madre llamó: «Cariño, no esperes más, quiero nietos». Hasta en la oficina bromean: «¿Para cuándo la baja maternal, Lucía?».

Estoy harta. Harta de que mi valía se mida por cumplir expectativas ajenas. Harta de disfrazarme en gasolineras para agradar. Harta de fingir sonrisas cuando quiero gritar. Amo a Javier, pero su silencio cuando Carmen o mi madre me presionan me duele. Quiero ser yo, no la Lucía complaciente que todos esperan.

El miedo a romper el molde

Mi amiga Paula me dice: «Habla claro, pide tiempo para ti». Pero ¿cómo? Si dejo de cocinar o le planto cara a mi suegra, dirá que soy una pésima esposa. Si le confieso a mi madre que no quiero hijos aún, se ofenderá. Si le digo a Javier que estoy agotada, responderá: «Pero si siempre lo has llevado todo bien, ¿qué pasa ahora?». Temo que, si me quito la máscara, me quedaré sola: sin la aprobación de mi familia, sin el reconocimiento laboral, sin esa imagen que todos admiran.

Ayer, frente al espejo de la gasolinera, me miré: impecable, pero falsa. Esa Lucía de vestido y maquillaje impecable no soy yo. Quiero ir en zapatillas, no en tacones; quiero noches sin fogones; quiero decir: «No deseo hijos aún, y es mi decisión». Pero ¿cómo hacerlo sin dinamitar mi vida?

La encrucijada

No sé por dónde empezar. ¿Hablar con Javier y pedirle apoyo? Pero él cree que exagero. ¿Poner límites a mi suegra y a mi madre? Temo herirlas. ¿Tomarme un respiro y viajar sola para encontrarme? Suena egoísta. ¿O seguir interpretando a Lucía la perfecta hasta que reviente? Quiero vivir sin disfraces, pero no sé si tengo el valor.

A los 27, anhelo ser auténtica, no intachable. Quizá Carmen solo quiere lo mejor para su hijo, pero su presión me asfixia. Quizá mi madre sueña con nietos, pero sus sueños no son los míos. Quizá Javier me ama, pero su pasividad me deja sola. ¿Cómo salir de esta?

Un grito de libertad

Esta historia es mi rebelión. Estoy harta de actuar. Quiero un hogar donde pueda ir despeinada, donde mis deseos importen, donde no tenga que justificarme. A los 27, merezco vivir por mí, no por los aplausos de los demás.

Soy Lucía, y encontraré la manera de arrancar esta máscara, aunque eso implique conflictos. Da miedo, pero no seguiré escondiéndome en baños de gasolinera para convertirme en lo que otros esperan. La verdadera Lucía está por fin dispuesta a nacer.

Rate article
MagistrUm
Cansada de ser perfecta para todos