Canas en la barba. Una historia de vida

**Canas en la barba. Una historia de vida**

Fede, Fede ¿Qué tal en el trabajo? ¿Todo bien?
Normal. Como siempre.
Fede, Fede, ¡vamos a cenar! Hice empanadillas, como te gustan. ¿Vienes?
No tengo hambre.
Pero, Fede, ¿cómo así? Te esperé, no quise empezar sin ti.
Mira, Tania, ¿por qué insistes? ¡Como una lapa! ¡Ya me tienes harto! ¿Acaso eres una niña? ¿No puedes comer sin mí?

Fede, no me grites
¡Basta! ¡Me asquea escucharte! ¿No te das cuenta, Tania? ¿Para qué te arrastras así? Me ahogo con tus mimos, ¿lo entiendes? No puedo vivir así, ¡me asfixias! Todo me cansa, Tania, no aguanto más. No vivo contigo, sufro. ¡Y ese “Fede, Fede”! ¡Ya te he dicho que no hace falta repetirlo!

Fede, Fede Tómate una copita, te sentará bien. Estás agotado Tania lo miraba con culpa, retorciendo el delantal entre sus manos.
¿Eres tonta o te lo haces? ¡Hasta el delantal te has puesto! Hay otra, ¿entiendes? ¡Otra! ¡A ella la amo, por ella respiro! Me voy de aquí, Tania.
¿Te vas? ¿Lo has pensado bien? No te fíes de mi blandura, no habrá vuelta atrás. Me conoces. Si te vas, que sea para siempre. ¿Crees que es fácil ver cómo todo se desmorona? ¿Sentarme a la mesa sabiendo que hay otra? Mira, Fede, piénsalo bien: ¿de verdad amas tanto a esa mujer como para destruir tu familia en un instante?

No volveré, no lo esperes.

Federico entró en el dormitorio sin quitarse los zapatos. Las huellas de barro mancharon las alfombras tejidas a mano. Sacó una mochila y comenzó a guardar sus pocas cosas. Sin mirar a Tania, salió al portal. Mientras caminaba de un extremo del pueblo al otro, las dudas lo asaltaban.

¿Había obrado bien? Veinte años juntos, un hijo bueno, militar aunque lejano, solo hablaban por teléfono. ¿Qué pensaría él del divorcio? Pero ya era mayor, entendería. Todo se había quemado dentro de Federico; ni siquiera le quedaba respeto por su mujer. ¡Por culpa de ese “Fede, Fede”! Ella lo sabía todo y callaba, mirándolo con reproche. Otra le habría gritado, arañado pero Tania solo guardaba silencio.

¿Cómo respetarla si ni ella misma se respetaba? Y esa manía suya por lo antiguo Antes era sensata, pero de pronto se le metió en la cabeza que quería una cocina de madera rústica, con alfombras y un samovar. Como una tonta, recorrió el pueblo buscando esos trapos, rompió el suelo para poner tablas

No, Estela era distinta. Hasta su nombre sonaba fuerte, moderno. Una mujer de carácter, joven solo un poco mayor que su hijo. Podría haber sido su nuera, pero ¡bah!, ahora sería su esposa. Con ella, Federico se sentía joven otra vez. Nada de tartas ni samovares. Ella hablaba distinto, vestía a la moda, tenía muebles de colores vivos.

En cambio, Tania se había dejado estar, hinchada como una barcaza, siempre pendiente de él, tratando de complacerlo. ¡Bien hecho! Debía haber tomado esta decisión hace tiempo. Ahora todo sería diferente.

***

Tania estaba sentada en medio de la cocina, mirando las manchas de barro en las alfombras, llorando en silencio. Él no había entendido nada. Nada. Ni las alfombras, ni el samovar ¡Y ella, tonta, había esperado! Las manchas parecían pisadas sobre su corazón.

Se levantó de golpe y empezó a arrancar las alfombras. ¿Para qué las quería? Él no recordaba nada, no había nada sagrado para él. ¡Y esa zorra de Estela, casi una niña, menor que su propio hijo! Había vuelto al pueblo, moderna, guapa y enseguida se coló en la oficina del ayuntamiento. En dos años ya era economista jefe. El alcalde estaba prendado de ella, se veían a escondidas Pero él no dejó a su familia. Una cosa es divertirse, otra destruir un hogar.

Federico, como un cordero, se dejó llevar. ¿Pero lo querría ella? Con el sueldo de veterinario no se hacía rico. Bueno, él eligió su camino.

***

Tania recordó el año de su boda. Jóvenes, apasionados, nada les importaba. ¿Sin dinero? No importaba, tenían una despensa llena de patatas. Por las noches encendían una hoguera, se acurrucaban, asaban patatas en las brasas y las comían con la piel, felices, con las caras tiznadas.

Les dieron una casita abandonada. Tania la limpió, lavó las alfombras en el río, creó un hogar acogedor. Soñaban con una casa grande, con una cocina de madera, alfombras, samovar para envejecer juntos, recordando su juventud.

Cuando supo que Federico la engañaba, se obsesionó con recrear aquel pasado. Pensó que si volvía a tener la cocina de madera, él regresaría. Pero nada volvió a ser igual.

***

Tania no dejó que nadie viera su dolor. En el trabajo, saludaba a Federico como si nada. Al principio, él la evitaba, pero luego se tranquilizó. “Cosas que pasan”, pensó.

Él no presentó el divorcio, como si dudara. Hasta que un día Tania le entregó un sobre. “He solicitado el divorcio”.

Él la miró sorprendido. Esperaba llantos, súplicas pero ella seguía adelante, serena. ¿Qué pasaba por su cabeza? Quizá ya tenía otro hombre.

***

Tania, he venido a hablar. La casa es de los dos, pero tú vives aquí como una reina, y nosotros apretados
¿Quieres mudarte aquí? No sería apropiado vivir los tres juntos.
No te hagas la lista, Tania. Tú no eres así, siempre fuiste buena. ¿Por qué esto?
Dime, Fede, ¿qué quieres?
Hay que repartir la casa. No es justo.
¿Cómo? ¿Con sierra o hacha? ¿A lo largo o a lo ancho?
No digas tonterías. Estela y yo pensamos que deberíamos venderla.
¿Venderla así, sin más? ¿La casa que levantamos con nuestras manos?
Ya tengo compradores.
No. No se la venderé a extraños.
Tendrás que hacerlo. Si no es por las buenas, iré a juicio
No hace falta. Cómprame mi parte.
¿En serio, Tania? ¿Y tú adónde irás?
¿Qué te importa? Si no te preocupa vendérsela a otros, menos mi destino.

No tengo tanto dinero. Necesito pensarlo.

***

Tania miraba el pueblo por la ventana del autobús. Iba a la capital de provincia, luego más cerca de su hijo. Vadim ya le había buscado opciones. Un veterinario con experiencia no tardaría en encontrar trabajo.

Era triste dejar atrás media vida, pero preferible eso que soportar miradas de lástima y ver a su exmarido con su casi esposa. Decían que se casarían en otoño. Pues bien, él eligió.

¿Echaba de menos la casa? No. No le había traído felicidad. Que Federico viviera allí, no un extraño.

***

Federico miraba los muebles de colores chillones, los floreros con flores de plástico, la mesa de cristal con dibujos absurdos. ¿Eso era una cocina? ¿Cómo

Rate article
MagistrUm
Canas en la barba. Una historia de vida