Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvió: embarazada y sirviendo comida en un lujoso restaurante.

Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvió embarazada, sirviendo comida en un lujoso restaurante. Lo que ocurrió esa noche no solo terminó con mi compromiso, sino que reescribió toda mi vida.

Gilberto, un millonario, estaba sentado en una mesa del elegante restaurante junto a su prometida, Jimena, cuando una joven camarera le entregó el menú. Al alzar la vista, su corazón dio un vuelco: era Elena.

Sus miradas se cruzaron por un instante, ambos paralizados por la sorpresa. Elena había sido su primer amor, cuando aún era pobre y vivía en un pequeño pueblo. Juntos, sobre el tejado de su humilde casa, habían jurado amor eterno bajo el atardecer.

En ese momento, algo enterrado en el corazón de Gilberto resurgió: el amor. Y Elena, al parecer, sintió lo mismo.

Pronto, Jimena notó la tensión y preguntó si se conocían. Gilberto asintió rápidamente, sin revelar que Elena había sido el gran amor de su juventud. Elena continuó sirviendo con normalidad, pero Gilberto advirtió algo más: estaba embarazada. La duda lo consumió. ¿Qué había sido de ella todos estos años?

La última vez que la vio fue antes de irse a la universidad. En aquel doloroso adiós, Elena le suplicó que se quedara, pero él siguió su sueño: enriquecerse y dejar atrás la vida sencilla. En la gran ciudad lo logró, pero la riqueza no llenó el vacío en su alma. El dinero resolvió problemas, pero no sanó todas las heridas.

Cuando conoció a Jimena, creyó haber encontrado a la pareja perfecta: bella, adinerada, influyente. Pero en el fondo, sospechaba que no era a quien debía amar. Ahora, frente a Elena, la duda se convirtió en certeza.

Durante la cena, Jimena se dirigió al baño, dejando a Gilberto solo y más vulnerable. En ese instante, Elena regresó para preguntar si deseaban algo más. Entonces, incapaz de contenerse, él le pidió que se sentara y hablaran.

Elena habló con sencillez. Contó que había viajado a la gran ciudad en busca de Gilberto, pero solo encontró dificultades. Sin estudios, solo tuvo trabajos mal pagados. Incluso durmió en la calle hasta que el dueño del restaurante le dio refugio, solo para engañarla y abandonarla cuando quedó embarazada. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras hablaba. Gilberto la abrazó, sintiéndose impotente, aún comprometido con otra.

Poco después, fue al baño tras Jimena. Al abrir la puerta, la encontró en un apasionado encuentro con el chef del lugar. Atónito, le preguntó qué significaba aquello, y ella, sin remordimientos, confesó que llevaban siete meses juntos.

Para su sorpresa, Gilberto no se entristeció. Sintió alivio. Sonrió y declaró que su compromiso había terminado. Al regresar al comedor, buscó a Elena, pero el jefe le informó que ya se había ido.

Desesperado, salió bajo la lluvia. Y allí estaba ella, caminando sola con un paraguas roto. Corrió hacia Elena, le pidió que esperara y le contó todo lo sucedido. Se besaron con una intensidad que borró los años de separación.

En ese instante, ambos sintieron cómo la soledad se desvanecía. Como si la luz del amor iluminara la oscuridad, calentando sus corazones con una alegría que devolvía el sentido a sus vidas. Los latidos acelerados marcaban el ritmo de la lluvia, las gotas mezclándose con sus lágrimas y el beso que sellaba un nuevo comienzo.

Gilberto prometió cuidar de ella y del bebé. Poco después, compraron una casa en el campo, devolviéndole a Elena la paz que siempre mereció. Era lo que él realmente deseaba: amor. Un amor que ningún dinero podía comprar, puro, sagrado, un regalo inesperado del destino.

Cuando nació su hijo, los tres Gilberto, Elena y el niño subieron al tejado, como en los viejos tiempos. Abrazados, contemplaron el atardecer, jurando no separarse nunca más.

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Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvió: embarazada y sirviendo comida en un lujoso restaurante.