Cachorro encantador

El Cachorro

Shurka y su mamá vivían solos. Su padre existía, claro, pero no les hacía falta. Shurka aún no había preguntado por él. En el cole los niños compiten por ver quién tiene los padres más geniales, pero en la guarde lo que importa son los juguetes, no si falta un padre o no.

Nadia decidió que era mejor que Shurka no supiera que se había enamorado perdidamente de quien sería su padre, pero cuando le anunció su embarazo, él le soltó que estaba casado. Que tenía problemas con su mujer, pero que no podía dejarla porque su suegro era su jefe. Si lo hacía, se quedaría en la calle, y dudaba que a ella le interesara un hombre así. Le recomendó deshacerse del niño antes de que fuera tarde, porque no vería ni un euro de manutención. Y si se empeñaba en seguir adelante, peor para ella…

Ella no insistió, desapareció de su vida y crió a Shurka sola. Shurka era un niño encantador, y con eso le bastaba.

Nadia trabajaba como profesora de primaria, y Shurka, con cinco años, iba a la guarde. No necesitaban a nadie más.

Después de Año Nuevo llegó un nuevo profe de gimnasia al cole. Alto, deportista, sonriente. Todas las profesoras solteras, que eran mayoría, no tardaron en fijarse en él y buscarlo. Solo Nadia ni lo miraba ni reía sus chistes. Quizá por eso él se fijó en ella.

Un día, al salir del cole, un todoterreno se detuvo frente a ella. Bajó el profe de gimnasia y le abrió la puerta del copiloto.

—Sube —dijo sonriendo.

—No hace falta, vivo muy cerca —contestó Nadia, desconcertada.

—Vamos, mejor en coche que caminando, aunque sea poco —razonó él.

Ella dudó, pero al final entró. Él cerró la puerta, arrancó y preguntó la dirección.

—No la sé. Solo sé el número de la guarde —confesó Nadia, bajando la mirada.

—¿Qué guarde? —Él la miró confundido.

—La de mi hijo —aclaró ella.

—¿Tienes un hijo? ¿Grande? —De repente, cambió al “tú”.

—Shurka. Tiene cinco años —respondió Nadia, agarrando el pomo—. Mejor bajo.

—Espera. Vamos —Encendió el motor.

Ella cerró la puerta. No pasaba nada por ir a buscar a Shurka. Total, no podía haber nada entre ellos. ¿Para qué querría un hombre a una mujer “con equipaje” si había tantas solteras sin hijos?

—Bueno, si no tienes prisa… —suspiró ella.

—Ninguna. Nadie me espera. No tengo ni mujer ni hijos —soltó él, ahorrándole preguntas.

—¿Y eso? ¿Eres insoportable? ¿No te aguanta nadie? ¿O te dolió tanto algo que ahora huyes del compromiso? —preguntó Nadia, irónica.

—Vaya carácter. No lo esperaba. Con esa carita de inocente… De todo ha habido: amor, desengaños. Pero nunca llegó a boda, y no siempre por mi culpa. No cuajó. Y lo del carácter… Nadie es perfecto, querida Nadia. Tú tampoco eres lo que pareces.

—¿Te arrepientes de pararme? Ah, gira por aquí —pidió de pronto.

El coche se detuvo frente a la guarde.

—Te espero —dijo él cuando ella bajó.

Ella dudó.

—No hace falta. Vivimos muy cerca. No quiero que mi hijo haga preguntas. ¿Entiendes, Lucas? —Lo miró como a un niño despistado—. No nos esperes. Cerró la puerta y entró en la guarde.

Se fue, y Lucas Martínez se quedó un rato pensativo antes de arrancar. Cuando diez minutos después Nadia salió con Shurka de la mano, suspiró, aliviada… y un poco decepcionada. Estaba claro. Un niño era un lastre para él. Mejor así. «Tampoco lo necesitamos», pensó.

Pero al día siguiente, Lucas estaba otra vez en la puerta del cole.

—Sé que pensaste que huí al saber lo de tu hijo. Pues no. Sube. ¿A la guarde? —preguntó como si nada.

Ella sonrió y asintió. Cuando Shurka vio el coche, miró a Lucas con la misma seriedad que su madre el día anterior, y luego a ella.

—Es Lucas, un compañero del cole. Vamos, sube —dijo Nadia, forzando alegría para disimular su incomodidad.

Shurka no saltó de emoción. Subió al asiento de atrás en silencio y se puso a mirar por la ventana.

—¿Adónde vamos? —preguntó Lucas, girándose.

—No muy lejos. Sin silla, nos pueden multar —respondió Nadia por él.

—Pues al centro comercial. Hace frío para pasear. ¿Te parece, Shurka? —preguntó animado.

Shurka no contestó, absorto en la ventana. Lucas sonrió y arrancó.

En el cole, todos callaban cuando Nadia entraba en la sala de profes. Y si entraba Lucas, salían disimulando sonrisas cómplices.

Lucas no presionaba, era paciente. Un par de veces se fue después de cenar. A la tercera, se quedó hasta la mañana. Nadia durmió mal, mirando el reloj: no quería que Shurka los pillara en la cama.

—Tranquila, el chaval es listo. Que se vaya acostumbrando —dijo Lucas al amanecer, abrazándola.

Pero ella se zafó y se levantó. Entre semana costaba despertar a Shurka, pero hoy, como era sábado, podía madrugar. Cuando Shurka entró en la cocina después de lavarse, Nadia freía tortitas y Lucas estaba sentado.

—Hola —dijo Shurka, sorprendido, mirando a su madre.

—¿Te has lavado? Pues a desayunar —sonrió Nadia, sirviendo primero a Lucas. Shurka lo notó.

—Buen provecho —dijo ella, sirviendo el té—. ¿Cuánto azúcar?

—Dos. —Lucas no apartaba los ojos de Shurka—. A ver, ¿quién acaba antes las tortitas?

—¿Para qué? —preguntó Shurka, serio.

—Por diversión. —Lucas se turbó—. Un hombre acepta los retos. ¿Empezamos? —Y tomó un bocado ruidosamente.

Shurka comió lento, sin interés. A Nadia le alegró su independencia, pero también le dolió ver que Lucas no le caía bien.

—Tu madre dice que pronto es tu cumple. ¿Qué quieres? ¿Un Transformer? ¿Un coche a control? —Lucas probó otro enfoque.

—Quiero un cachorro —dijo Shurka.

—¿Eléctrico? Eso es para bebés.

—Uno de verdad. —Shurka lo miró con desdén.

—Ya hablamos. Un perro da trabajo. Hay que sacarlo, educarlo… Cuando seas mayor… —intervino Nadia.

—Entonces no quiero nada. —Shurka frunció el ceño.

—Acaba. Iremos a una tienda, a ver si se te ocurre algo —dijo Lucas, terminando su tortita.

A finales de marzo volvió el frío. La nieve derretida por el sol fue cubierta de nuevo por ventiscas heladas.

Fueron al centro comercial. Nadia buscaba ropa para Shurka, que crecía rápido. Lucas le mostraba juguetes, pero Shurka solo se animó con un Transformer.

Al salir, cargados de bolsas, una ráfaga de viento les lanzó algo pequeño y peludo a los pies. Lucas soltó un taco.

—¿Lo has visto? CShurka abrazó al cachorro tembloroso, mientras Nadia, mirando la determinación en los ojos de su hijo, supo que, aunque la vida no les había regalado un padre, les había dado algo igual de valioso: un amor inquebrantable entre los tres.

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