Cariño, ¿podrías recogerme del trabajo? Tras una larga jornada laboral, Jenifer ansiaba evitar los cuarenta minutos de traqueteo en el autobús.
Amor, ¿me llevas a casa? Llamó Lucía a su marido, esperando que, después de un día agotador, no tuviera que sufrir el transporte público.
Estoy ocupado respondió él secamente. Al fondo, se escuchaba claramente la televisión. Esteban estaba en casa.
A Lucía le dolía hasta las lágrimas. Su matrimonio estaba al borde del colapso, y solo seis meses atrás, Esteban la habría cargado en brazos sin dudarlo. ¿Qué había cambiado en tan poco tiempo? Ella no lo entendía.
Se cuidaba, pasando horas en el gimnasio. Cocinaba de maravillano en vano trabajaba en un restaurante de moda. Nunca pidió dinero, no montó escenas, estaba dispuesta a complacerlo en todo
Terminarás cansándolo le advirtió su madre, escuchando sus quejas. No se puede complacer a un hombre en todo.
Es que lo amo respondió Lucía con una sonrisa resignada. Y él me ama a mí
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Al final, me cansé de él murmuró Lucía, mordiéndose el labio mientras revisaba el historial del navegador. Descubrió que Esteban pasaba su tiempo libre en páginas de citas, hablando con varias mujeres a la vez. ¿Por qué no pudo hablarme con sinceridad? Lo habría entendido y lo habría dejado ir. ¿Para qué sufrir junto a una mujer a la que no ama y hacerla sufrir con su indiferencia?
Así que, divorcio. Ella era fuerte, lo superaría. Pero no lo dejaría ir sin más. Se merecía un pequeño castigo
Esa misma noche, Lucía se registró en la misma página que su marido, lo encontró y le escribió. Usó una foto sacada de internet, retocada lo justo para asegurarse de que Esteban picaría. Y picó.
Comenzó una tormentosa conversación. Él le aseguraba que no estaba casado, que buscaba algo serio, incluso hijos. Alababa su propio carácter como si fuera un premio, algo que a Lucía le provocaba risa entre lágrimas. Sabía mejor que nadie lo insoportable que podía ser.
Quedemos escribió ella, conteniendo la respiración mientras esperaba su respuesta.
Por supuesto contestó él en segundos. Pero mi hermana está temporalmente en mi piso, preparando exámenes. Mejor en un lugar neutral, y luego prolongamos la noche en un hotel.
¿En serio? Lucía casi soltó el móvil al leerlo. ¿Tan seguro estás de que una mujer aceptaría ir contigo a un hotel así? Cualquiera se ofendería con una propuesta así. Aunque a mí me viene bien.
¿Qué tal si vienes a mi casa? Vivo fuera de la ciudad, sola. Nadie nos molestará Se preguntó si aceptaría.
¡Perfecto! Esteban no pudo ocultar su entusiasmo. Seguro porque no tendría que gastar un euro. Mándame la dirección y la hora. Iré volando.
Calle *** 25, a las diez de la noche. ¿Te va?
¡Claro! Espérame.
A las nueve, Esteban fingió que le habían llamado urgentemente del trabajo. “Perdió” las llaves del coche y, con fingida desesperación, le preguntó a su mujer si las había visto.
Estaban en la cómoda dijo Lucía con mirada inocente, mientras apretaba las llaves en su bolsillo. Quizá el gato las movió.
Pero ella no pensó esperarlo. ¿Para qué? Aprovechó el tiempo recogiendo sus cosas. Por suerte, tenía un piso heredado de su abuela. Lo único que dejó atrás fue la solicitud de divorcio, bien visible sobre la mesa.
Esteban regresó a casa al amanecer, furioso. No solo el viaje le había llevado más de una hora, sino que Ángelala chica de la fotono apareció por ningún lado.
La dirección era real, la casa también. Pero allí no vivía ninguna modelo. La puerta la abrió una mujer tres veces más grande que él, vestida con algo que apenas podía llamarse ropa. Hubiera dado todo su sueldo por borrar esa imagen de su memoria.
Y lo peor: apenas logró escapar de aquella loca. Tuvo que llamar un taxi, que tardó una eternidad en llegar. El conductor resultó ser un bicho raro y casi lo dejó en medio de la nada. Vamos, una noche de película.
Pero al entrar en casa y ver el papel sobre la mesa, lo entendió todo. Junto a la solicitud, escrito con pintalabios, se leía: *Este dulce regalo es para ti*