Aquí tienes la historia adaptada al español:
**El Misterioso Saco: Un Drama de Reinvención**
En el pintoresco pueblo costero de Pineda del Mar, donde la niebla mañanera se posa sobre los tejados y el aroma del pino se mezcla con la brisa salada, Javier se esforzaba por arrastrar un enorme saco blanco hasta el portal.
—¡Madre mía, qué pesado! —masculló, echando un vistazo a su carga.
Tras secarse el sudor de la frente, marcó el código en el portero automático.
—¿Javierito, eres tú? —preguntó la voz de su suegra, Teresa. El ascensor los llevó arriba con esfuerzo.
Una vez en la cocina, dejó el saco junto a la mesa.
—¿Javier, qué es eso? —exclamó Teresa, cruzando los brazos con recelo.
Javier sonrió con picardía.
—¡Ya lo verás! —dijo mientras vaciaba el contenido del saco sobre la mesa.
—¡Dios mío, Javier! ¿Para qué tanto? —Teresa se quedó boquiabierta.
Antes de conocer a Javier, Teresa se consideraba un ejemplo de ahorro. Su hija Lucía también lo creía, aunque sufría por ello.
—Lucía, ¡deja ese detergente! —ordenaba Teresa en el supermercado—. ¡Coge ese otro, que cuesta la mitad! ¡Hasta podríamos comprar más y ahorrar!
—Mamá, pero es peor calidad… —protestaba Lucía.
—¡Tonterías! Es lo mismo, solo que sin publicidad. ¡El jabón es jabón! ¿Qué vas a entender tú?
Lucía, murmurando eso de “lo barato sale caro”, obedecía. Si con el detergente podía aguantar, con la ropa era otra cosa.
—Mamá, ¿qué te parece esta falda? —preguntaba Lucía, mostrando una prenda nueva.
—¿Otra? ¿Cuánto te ha costado? —fruncía el ceño Teresa.
—¡Da igual! ¡Hace siglos que no me compro nada! ¡Si me queda bien!
—¡El precio importa! —replicaba Teresa, clavándole la mirada.
Lucía soltaba el precio, sabiendo lo que vendría después.
—¡Qué escándalo! ¡Un trozo de tela no vale eso!
—¡Mamá, por favor! ¡Con ese dinero hoy no se compra nada! ¡Quiero verme bien, siempre visto lo mismo!
—Se puede estar guapa gastando menos —sentenciaba Teresa.
Ningún argumento sobre la calidad del tejido o el ajuste perfecto servía.
—Mamá, ¿por qué eres tan tacaña? ¡No somos pobres!
—¡Justo por eso! Porque sé ahorrar y guardar para lo que importa. ¡Tú saliste a tu padre, un derrochador!
Lucía callaba, recordando el divorcio de sus padres: peleas, reparto de bienes, disputas por la pensión… Todo eso convirtió a Teresa en una obsesa del ahorro.
En la universidad, Lucía nunca invitaba a nadie a casa. Teresa veía a los amigos como un gasto innecesario.
—No entiendo esas reuniones. ¡Se juntan, comen, beben, charlan, y luego hay que fregar los platos y reponer la nevera!
Lucía intentaba explicarle, pero al final se rendía. Tras graduarse, encontró trabajo y conoció a Javier.
—A mamá no le va a gustar —pensó Lucía al instante.
Javier no tenía nada de lo que valoraba Teresa: ni piso en propiedad, ni padres adinerados, ni herencia. Un oficinista normal, pero ambicioso. Y las ambiciones, según Teresa, no se podían tocar. Lucía retrasó el encuentro, pero cuando Javier habló de boda, no hubo remedio.
—Javi, mi madre es… especial —advirtió Lucía—. Muy ahorrativa.
—Eso es bueno —se encogió él de hombros.
—No lo entiendes. Es… tacaña como ninguna. Contará cada bocado que te comas. Prepárate para aguantar. Después de casarnos, alquilaremos algo, y ella que siga guardando.
—¡Tonterías! —sonrió Javier—. Lo llevaremos bien. Además, mejor vivir con ella. No podemos permitirnos un piso, y en casa de mis padres estamos como sardinas. ¡Tú verás!
Lucía dudó: “Javier no sabe lo que hace mi madre. Pero podríamos intentarlo. Si no aguantamos, nos iremos”.
—Vale, probemos —aceptó—. Pero si es insoportable, lo hablamos.
—No me subestimes —guiñó él un ojo.
La boda fue modesta, lo que alegró a Teresa.
—Bien hecho, ¿para qué malgastar?
Al saber que vivirían con ella, puso mala cara, pero encontró lógica en ello.
—Vale, quedaos, ahorrad para un piso. Pero mis normas no cambian.
—¡No hace falta! —intervino Javier—. Doña Teresa, usted tiene toda la razón. Los jóvenes no saben ahorrar y luego se quejan. ¡Estoy de su lado!
Teresa se sonrojó de satisfacción.
—¡Qué yerno! Pobre pero listo. ¡Así llegará lejos! —pensó.
Javier se ganó su confianza al proponer:
—¿Y si yo me encargo de la compra? Sé dónde está más barato. ¡Ahorraremos con cabeza!
—Javierito, ¡eres un sol! —se emocionó Teresa.
Lucía lo miraba asombrada, y Javier le guiñó el ojo.
Pronto, los armarios rebosaban de provisiones. Javier cumplió su palabra, y Teresa estaba encantada. Pero no duró mucho.
—¡No, no, así no! —Javier le quitó el vaso medidor con detergente, devolviendo la mitad al bote—. ¡Con esto basta!
Teresa miró el polvo, desconcertada.
—Javier, es muy poco, no limpiará bien…
—¡Saldrá impecable! Si hace espuma, ya está limpio —declaró él.
Teresa dudó, pero pensó: “¿Tendrá razón?”.
Más tarde, Javier preguntó a Lucía:
—¿Qué debilidades tiene tu madre? ¿Qué le gusta?
—¡Ah, sí! —recordó Lucía—. Le encanta la vajilla. Nunca compra nada de segunda mano. Ahorra en todo, pero los platos deben ser nuevos y bonitos.
—Entendido —sonrió Javier—. Eso es un despilfarro. ¡Lo corregiremos!
—Doña Teresa, mire qué vajilla tan barata encontré en Internet —mostró tazones y platos.
Teresa torció el gesto.
—¿En Internet? ¡Eso es usado!
—¿Y qué? ¡Se lava y queda como nuevo!
—¡No lo permito! ¡Quién sabe quién comió ahí!
—Pues yo no lo usaré. ¡Compraré vajilla nueva cuando haga falta!
—¿Y el ahorro? —preguntó Javier, fingiendo sorpresa.
—Para la vajilla, hacemos una excepción.
—Vale, pero recuerde: nosotros también podremos pedir excepciones —suspiró él.
Teresa sintió que había trampa, pero no supo dónde.
—¡Primera ronda, ganada! —susurró Javier a Lucía esa noche.
—¿En serio le hiciste cambiar de idea?
—Un poco. Pero esto solo empieza —prometió, misterioso.
Un día, su amigo Álvaro le pidió ayuda para vaciar el piso de su madre, recién fallecida.
—Javier, no te imaginas lo que acumuló: jabones, detergente, ropa… ¡Todo nuevo! Y ella vivía con lo justo. ¡Es alucinante!
Javier fue a echar una mano.
—¡Increíble! —silbó al ver las pilas de cosas—. Hab—¡Toma lo que necesites, que si no lo tiro! —dijo Álvaro, y Javier, sin pensarlo, llenó el saco hasta arriba de jabones y detergentes, sonriendo al imaginar la cara de Teresa cuando lo viera.