Vaya, locura total lo que pasó con Nuria, tía. Ahí estaba ella, plantada frente al espejo con el traje de novia blanco, imposible de creer que esto fuese en serio. El vestido le sentaba de escándalo – su madre, Carmen, le estuvo arreglando cada pliegue, cada lentejuela, ¡tres semanas enteras! Y ahora esa preciosidad le colgaba como un sudario.
– Nuri, ¿estás lista? – asomó la cabeza por la puerta tía Lola, la mejor amiga de Carmen. – Ya van llegando los invitados, los coches los están esperando.
– Lista – mintió Nuria, ajustándose la mantilla. – Tía Lola, ¿no podemos cancelar? Esto… no pinta bien.
– ¡Pero qué dices, niña! – se llevó las manos a la cabeza la mujer. – ¡Tu madre ha tirado la casa por la ventana, el dinero que ha puesto! Y todos los invitados ya están aquí, la mesa está servida. Y ese Curro tuyo… – tía Lola negó con la cabeza. – Se lo ha buscado. ¡No tenía que largarse a última hora!
Carmen entró en la habitación; los ojos rojos de llorar, pero con una cara de pura determinación.
– ¡Se acabó, Nuria! ¡Fuera lamentos! – dijo firme. – No voy a permitir que ese memo nos joda la fiesta. Vamos a celebrar esta boda, ¡y que todo el pueblo vea qué preciosidad de hija tengo!
– Mamá, ¡qué ridículo! ¡Una boda sin novio! ¿Qué va a pensar la gente?
– ¿Pensar? – Carmen se acercó, le arregló los pendientes. – Pensarán que Carmen Martínez es una campeona, que no se ha quedado en casa lloriqueando, sino que ha enseñado a todos que su hija se merece lo mejor. ¡Eso es lo que pensarán!
Nuria suspiró. Su madre estaba en su papel – cuando se emperraba en algo, ni Dios la cambiaba. Y se había emperrado anoche, cuando Curro llamó soltando que no estaba preparado para el matrimonio.
– Mamá, ¡piensa en el bochorno! – intentó Nuria una última vez.
– ¡Bochorno es esperar toda la vida a un tío que no te merece! ¡Nosotras vamos a enseñarles que podemos vivir sin él! – Carmen se giró hacia la puerta. – ¡Basta de charla, salimos!
En el salón ya había unas cuarenta personas. Familiares, vecinos, compañeras de trabajo de Carmen. Todos cuchicheaban, mirando con pena a Nuria. La pobre se sentía como en un teatro absurdo.
– Ay, Nuri, ¡qué guapa estás! – salió corriendo su prima Elena. – Pero… bueno… ¿cómo va todo?
– Como ves – respondió Nuria, seca.
Carmen subió al pequeño estrado donde solía ponerse la música y golpeó una copa con su cuchara.
– ¡Queridos todos! – comenzó. – ¡Hoy es un día especial! Mi hija Nuria se casa… ¡con su nueva vida! ¡Con ser libre de gente que no vale la pena! ¡Con su derecho a ser feliz!
En el salón se hizo un silencio incómodo. Alguien tosió.
– Carmencita, ¿te has vuelto loca? – susurró su hermana Paz.
– ¡Al revés! ¡Es lo más cuerda que he estado en mi vida! – replicó Carmen. – ¡Nuria, ven aquí!
Nuria se acercó arrastrando los pies. Su madre la agarró de los hombros.
– ¡Miradla! ¡Mi preciosidad! Lista, buena, con las manos de oro. Y ese… como se llame… Curro, ¡no se la merece! ¡Y que se entere todo el mundo: nosotras no lloramos, ¡festejamos!
– Mamá, basta – musitó Nuria entre dientes.
– ¡Que no! – Carmen levantó su copa. – ¡Por mi hija! ¡Porque ha tenido mucho ojo viendo con quién no merecía la pena atarse!
Los invitados levantaron sus copas a regañadientes. Algunos murmuraron “Por Nuria”, otros bebieron en silencio.
– ¡Y ahora, a la mesa! – anunció Carmen. – ¡A pasarlo bien!
Nuria se sentó en su sitio de honor. Al lado, una silla vacía, adornada con lazos – el lugar del novio. Qué imagen más triste.
– Oye, ¿quitamos esa silla? – sugirió tía Lola.
– ¡Ni hablar! – zanjó Carmen. – ¡Que vea todo bicho viviente quién falta! ¡Y que saquen conclusiones!
Sirvieron los entrantes. Los invitados comían callados, soltando algún comentario vacío. El ambiente estaba más tenso que la cuerda de una guitarra.
– ¡Venga, que estáis mustios! – se levantó Carmen. – Nuria, cuéntales cómo fue la bronca con Curro.
– Mamá, por favor – suplicó su hija.
– ¡Tiene que ser! – insistió Carmen Martínez. – ¡Que sepan la verdad!
Nuria miró al salón lleno, a esas caras curiosas y compasivas… y algo dio un vuelco dentro de ella.
– Bueno – dijo, levantándose. – Os cuento. Curro me llamó ayer para decirme que echaba marcha atrás. Que no se sentía preparado para responsabilizarse, que aún quería vivir
Al día siguiente, colgó el vestido en el armario con una sonrisa tranquila, segura de que algún día brillaría de nuevo en otra celebración llena de su propia alegría.