Boda de Conveniencia

**Matrimonio por Conveniencia**

Antonio caminaba por el andén disfrutando del cálido sol primaveral. El joven había pasado siete años trabajando lejos, talando bosques en el norte. Ahora, con un buen puñado de euros en el bolsillo y regalos para su madre y hermana, volvía a casa por fin.

—¡Muchacho! ¿Adónde vas? Sube, te llevo— escuchó detrás de él una voz conocida.

—¿Abuelo Juan? ¿No me reconoces?— se alegró el joven.

El anciano se llevó una mano a la frente, entrecerró los ojos y lo miró con atención.

—¡Soy yo, Antonio! ¿He cambiado tanto?

—¡Antoñito! ¡Vaya sorpresa! Ya no esperábamos verte. Al menos podrías haber escrito…

—Trabajaba en un lugar tan remoto que el correo casi no llegaba. ¿Y los míos? ¿Mamá? ¿Lucía? ¿Están bien? Mi sobrina seguro que ya va al colegio, ¿no?— sonrió.

El abuelo bajó la mirada y suspiró hondo:

—Así que no sabes nada… Las cosas están mal, Antoñito. Muy mal. Hace casi tres años que tu madre falleció. Lucía se dejó llevar por la mala vida y al final abandonó a Anita y desapareció.

—¿Y Anita? ¿Dónde está?— palideció Antonio.

—Lucía la dejó encerrada en casa en pleno invierno. Nos enteramos tarde. Mi mujer oyó ruidos y la encontró llorando, pidiendo ayuda. La llevamos primero al hospital, luego al orfanato.

El viaje en carro transcurrió en silencio. Juan dejó que el muchacho asimilara la noticia. Media hora después, se detuvieron ante una finca abandonada. Antonio contempló las malas hierbas, sin reconocer su hogar. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No te rindas, Antón. Eres joven y fuerte, pronto lo arreglarás todo. Ven a casa con nosotros, descansa y come algo— propuso el abuelo.

—Gracias, pero iré a mi casa. Luego os visitaré— respondió el joven.

El resto del día lo pasó despejando la parcela. Por la tarde, llegaron los vecinos: el abuelo Juan y su esposa, la abuela Pilar.

—¡Antonito! ¡Cómo has crecido! ¡Qué guapo estás!— Pilar lo abrazó con fuerza—. Te trajimos cena. Después te ayudaremos a ordenar. ¡Qué alegría que hayas vuelto!

—¿Saben algo de Lucía? Ella siempre fue una chica decente…— preguntó Antonio.

—Nada. No pudo soportarlo. Primero perdió a su marido, luego a su madre… Era demasiado para ella. ¿Qué harás con Anita? ¿La llevarás contigo?— preguntó la abuela.

—No sé. Primero arreglaré la casa, luego iré a verla. No me conoce.

Una semana después, Antonio viajó a la ciudad. Antes, entró en una juguetería. Una chica morena y sonriente lo atendió.

—¿Necesita ayuda?— preguntó.

—Sí. No entiendo de juguetes. Una muñeca para una niña de siete años, y algo que usted recomiende.

La chica eligió una muñeca de moda y un juego de mesa.

—Espero que le guste a mi sobrina— agradeció Antonio.

***

Anita lo recibió con frialdad. La niña lo miraba de reojo sin hablar. Pero al ver los regalos, se ablandó y sonrió.

—No me conoces— comenzó Antonio.

—Sí. La abuela y mamá me enseñaron tus fotos— lo interrumpió.

—¿Ah sí? ¿Y qué te contaron?

—Que eres bueno. Tío Antonio, ¿cuándo iremos a casa?— susurró, mirando alrededor.

La pregunta lo dejó atónito. Comprendió lo difícil que era para ella vivir allí.

—Anita, ¿te hacen daño?— preguntó en voz baja.

—Sí— respondió, rompiendo a llorar.

—No puedo llevarte ahora, pero te prometo que pronto estarás en casa.

Fue directo a hablar con el director del orfanato.

—Entiendo que sea su tío, pero los servicios sociales necesitan más que un parentesco. ¿Tiene trabajo estable?

—No, acabo de volver. Pero tengo ahorros— explicó.

—Eso no basta. ¿Estado civil? ¿Esposa? ¿Hijos?

—No— negó Antonio.

—Entonces es complicado. Para la tutela, necesita trabajo y una esposa.

—¡Eso no se consigue de un día para otro! Anita quiere irse a casa.

—No puedo ayudarle— se excusó el director.

De vuelta, en el autobús, Antonio se hundió en sus pensamientos.

—¡Hola!— escuchó una voz dulce.

Era la chica de la juguetería.

—¿Qué hace aquí?— preguntó sorprendido.

—Vivo en Valdemoro, con mi abuela. Trabajo en la ciudad— explicó ella.

—¡Somos vecinos! Yo también soy de allí— se rió—. Me llamo Antonio.

—Carmen.

—¿Le gustaron los regalos a su sobrina?

—Sí— suspiró él.

Carmen se indignó al conocer su situación.

—Son un desastre esas reglas. ¡Solo importan los papeles, no las personas!

—Carmencita, ya te recuerdo. Eres la nieta de la abuela Mercedes, ¿verdad?

—Sí— sonrió—. Pero no te conocía.

—Tú eras una niña cuando me fui. Oye, ¿podrías ayudarme con el trabajo? En la tienda buscan un repartidor.

—¡Perfecto! Solo faltará encontrar esposa— bromeó Antonio.

Al día siguiente, Carmen habló con la dueña y lo contrataron. Esa tarde, se encontraron de nuevo en el autobús.

—Gracias. Me has salvado.

—No es nada. Pero lo de la esposa…

—Es imposible. No conozco a nadie.

—¡Siempre hay solución!— dijo ella.

—Carmen, ¿y tú? ¿Estás libre?— preguntó él.

—Sí… Pero no quiero casarme— se ruborizó.

—No me has entendido. Hagamos un matrimonio de conveniencia. Para los papeles. En seis meses nos divorciamos.

Carmen lo miró como si estuviera loco.

—Por favor. Te pagaré. ¡Ayúdanos!— insistió.

—Está bien. Pero no por dinero. Lo hago por Anita.

Dos meses después, Anita ya estaba en casa. La primera semana, Carmen se quedó con ellos por si volvía la comisión. Pero Anita se encariñó mucho con ella.

—Carmen no es mi esposa de verdad— le explicó Antonio.

—¿Por qué no puede quedarse?— preguntó la niña.

—Tiene su propia vida.

—Pero la echaremos de menos.

—Sí— suspiró.

Cuando Carmen se marchó, Anita no dejaba de preguntar por ella.

—Tío, ¿cuándo viene Carmen?

—No lo sé.

—¿Y si la visitamos nosotros?

—No es correcto.

—Pero eres su marido. ¡Aunque sea de mentira!

Antonio cedió. Anita se vistió con su mejor traje y le trajo un ramo de flores.

—¿Para qué son?— preguntó él.

—Para Carmen.

—Buena idea— dijo la abuela Pilar, que los acompañaba—. Hay que ser valiente. Sois una linda pareja.

—A ella no le gusto— refunfuñó Antonio.

—¡Tonterías! Desde fuera se ve claramente— dijo la anciana.

Llegaron a casa de Carmen, que estaba tendiendo ropa. Al verlos, se puso colorada.

—¡Pasad! Ahora cenamos.

—¡Dale las flores y pídele que sea tu esposa!— susurróAntonio, con el corazón acelerado, se arrodilló frente a Carmen, le entregó el ramo y le dijo: “Quiero que nuestro matrimonio deje de ser una mentira y que seas mi esposa de verdad”.

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