Alquiló Bogdán un coche cuando a su mujer le dieron el alta del hospital y, con la ayuda de un vecino, la llevó a casa. «Todo irá bien la consoló, solo quédate conmigo. Aunque sea sentada, hablando conmigo. Solo vive. Yo haré todo lo que haga falta. Pero no me dejes, mi paloma».
Nadia, a sus 35 años, creía que nunca conocería la felicidad de una mujer, pero el destino tenía otros planes Se encontraron cuando ambos rondaban ya los cuarenta. Bogdán llevaba tres años viudo. Nadia nunca se había casado, aunque tuvo un hijo. Como dicen por ahí, lo tuvo para ella sola. De joven, tuvo un romance con un moreno guapo llamado Oleg, que le prometió matrimonio y la enamoró. Ella creyó en sus palabras, pero al final fueron mentiras. Resultó que el galán, de la ciudad, ya estaba casado.
Incluso la esposa legítima de Oleg fue a pedirle a Nadia que no destruyera su familia. La joven, inexperta, cedió. Pero decidió quedarse con el niño.
Y así fue. Nadia dio a luz a Eugenio, y el niño se convirtió en su único consuelo. Eugenio creció bien educado y sacaba buenas notas. Tras terminar el colegio, entró en la facultad de económicas. Bogdán visitó a Nadia varias veces, proponiéndole vivir juntos. Aunque le gustaba, ella dudaba. De alguna manera, le daba vergüenza su hijo y también la idea de ser feliz al fin.
Una tarde, Eugenio habló con su madre: «Mamá, no me importa. Total, yo ya no viviré aquí. El tío Bogdán es un hombre de fiar. Solo que no te falte al respeto. Lo importante es que seas feliz». El hijo de Bogdán tampoco puso objeciones.
Y así empezaron su vida juntos. Se casaron por lo civil e hicieron una pequeña fiesta. Nadia trabajaba en la biblioteca del pueblo, y Bogdán era agrónomo. Hacían todo juntos: cuidaban de la casa, del ganado, del huerto. Se querían y respetaban, aunque lamentaban que Dios no les hubiera dado hijos en común.
Casaron a ambos hijos y llegaron los nietos. En cada festividad, preparaban regalos para ellos: huevos frescos, leche, nata, carne de cerdo y pollo. En esas fechas, su casa se llenaba de gente. Entonces, Bogdán y Nadia se sentaban a la mesa, disfrutando y alegrándose de tener con quién celebrar.
Pero por las noches, cuando la pareja de ancianos se acostaba, cada uno pensaba en silencio: «Ojalá sea yo el primero en partir». Y así no sentirse nunca solo.
Los años pasaron, y un día llegó la desgracia Una mañana, mientras Nadia cocinaba un cocido en la cocina, se sintió mal. La anciana se desplomó. Bogdán, con ayuda de los vecinos, llamó a una ambulancia. Los médicos dijeron que había sufrido un ictus. Conservaba todas sus facultades, excepto una: ya no podría caminar.
Eugenio y su mujer fueron a visitarla. Le dieron dinero para las medicinas y se marcharon.
Bogdán alquiló un coche para llevarla a casa cuando le dieron el alta, y con un vecino la subieron.
«Todo irá bien le decía, solo quédate conmigo. Aunque sea sentada, hablando conmigo. Solo vive. Yo haré todo lo que haga falta. Pero no me dejes, mi paloma».
La cuidó con esmero. Al mes, ella ya podía sentarse en una silla. Le ayudaba en la cocina. Seguían haciéndolo todo juntos: pelaban patatas y zanahorias, seleccionaban las judías Incluso amasaban pan. Por las noches, hablaban de cómo seguirían adelante. El invierno se acercaba, y Bogdán ya no tenía fuerzas para cortar leña.
«Quizá los hijos nos lleven a pasar el invierno con ellos, y en primavera y verano podríamos arreglárnoslas solos».
El fin de semana siguiente, llegaron Eugenio y su mujer. La nuera, Elena, tras mirar alrededor, concluyó:
«Habrá que separaros, queridos. La semana que viene nos llevaremos a mamá. Ya prepararé una habitación. Y vendremos por ella».
«¿Y yo? murmuró Bogdán, incómodo. Nunca nos hemos separado. Hijos, ¿cómo es posible?».
«Eso era antes, cuando podíais con la casa y valeros por vosotros mismos. Ahora es distinto. Que el otro hijo os lleve a vos también. Nadie os recogerá a los dos juntos».
Eugenio y su mujer se marcharon. Bogdán y Nadia suspiraron amargamente, preguntándose qué harían. Cada noche, al dormir, soñaban con no despertar, para no verlo.
El siguiente fin de semana, llegaron ambos hijos. Empezaron a recoger las cosas. Bogdán se sentó junto a la cama de Nadia, mirándola, recordando su juventud. Y lloró Se acercó a su enferma esposa y susurró:
«Perdóname, Nadia, por cómo ha terminado todo En algo fallamos criando a los hijos. Nos separan como a gatitos no deseados. Perdóname Te quiero».
Nadia quiso acariciar su mejilla, pero ya no tuvo fuerzas Bogdán salió, secándose las lágrimas con la manga. Y, al subir al coche, ya ni eso
Luego, el hijo y su mujer, con ayuda de un vecino, envolvieron a Nadia en una manta y empezaron a sacarla de la casa con los pies por delante. La enferma pensó que era muy simbólico No se resistió. Murió cuando Bogdán ya se había ido. Solo deseó no llegar viva a la noche.
Pasó una semana. En un hermoso día de otoño, justo en la festividad del Pilar, su sueño se cumplió. Nadia y Bogdán se reencontraron en el otro mundo