Ayer vinieron de nuevo las dos: mi madre y mi suegra. Sus súplicas me destrozan el corazón.
En un pueblo pequeño cerca de Sevilla, donde los viejos olivos susurran dramas familiares, mi vida se convirtió en una batalla insoportable. Me llamo Lucía, y hace dos años descubrí una verdad que destrozó mi mundo. Ahora estoy en una encrucijada, desgarrada entre el dolor de la traición y la presión de mis familiares, que me suplican que salve mi matrimonio.
**El amor que nunca existió**
Cuando me casé con Javier, tenía veinticinco años. Él era mayor, seguro de sí mismo, con una mirada firme y promesas de un futuro brillante. Creí que nuestro matrimonio era para siempre. Soñábamos con hijos, una casa, felicidad. Pero la vida fue cruel. Quince años viví en una ilusión, sin darme cuenta de cómo mi marido se alejaba de nuestra familia. Hace dos años, la verdad emergió como una sombra venenosa: Javier tenía otra mujer. No un simple lío, sino una segunda vida de la que yo no sabía nada.
Me enteré por casualidad, gracias a una amiga que los vio juntos en un bar. Al principio no lo creí, pero luego todo encajó: sus llegadas tarde, las excusas del trabajo, la frialdad en sus ojos. No solo me engañaba, vivía con ella mientras yo criaba a nuestros dos hijos, Sofía y Adrián, y esperaba a mi marido en casa. Esa verdad me aplastó. Presenté el divorcio, incapaz de soportar la humillación. Pero entonces comenzó otra pesadilla.
**Las súplicas de la familia**
Mi madre, Carmen, y mi suegra, Dolores, se unieron en su misión: hacerme retirar la demanda. Venían juntas, una y otra vez, con ruegos y reproches. «¡Retírala, Lucía! ¡No destruyas la familia a los cuarenta y dos! ¡Piensa en los niños! Javier cometió un error, pero no se irá con ella. Ya se le pasará. ¡Aguanta!» Sus palabras sonaban como una sentencia.
Decían que debía perdonar por los niños, por la «estabilidad». Mi suegra llegó a culparme: «No vigilaste a tu marido, por eso se fue». Mi madre añadía que empezar de nuevo a mi edad era una locura. «¿Quién te va a querer con dos hijos?» Sus palabras me cortaban como cuchillos. Lloraba por las noches, sintiéndome acorralada. Pero, ¿cómo perdonar a alguien que traicionó todo en lo que creí?
**La traición que no se va**
Javier no negó su culpa, pero tampoco pidió perdón. Solo encogía los hombros: «Pasó, Lucía. No quise herirte». Su indiferencia me mataba. Seguía viviendo con esa mujer, mientras yo me quedaba sola con los niños, las deudas y el corazón roto. Mi madre y mi suegra insistían: «Volverá, es solo un desliz». Pero yo veía en sus ojos que no regresaría. Ya había elegido otra vida.
Intenté explicarles que no podía vivir con alguien que no me respetaba. Pero no escuchaban. Mi suegra lloraba, recordando qué buen hijo había sido Javier, cómo cuidaba de la familia. Mi madre se agarraba el pecho, diciendo que el divorcio daría que hablar en el pueblo. Su presión era insoportable, pero no cedí. Quería libertad, recuperar mi dignidad.
**Mis hijos, mi dolor y mi fuerza**
Sofía y Adrián son mi luz en esta oscuridad. Aún son pequeños, pero sienten que su padre se ha alejado. Sofía me preguntó una vez: «Mamá, ¿por qué papá ya no nos quiere?» No supe qué decir, y la abracé, escondiendo mis lágrimas. Por ellos debo ser fuerte. Pero, ¿cómo explicarles que su padre eligió a otra? ¿Cómo enseñarles a confiar en el mundo si el mío se derrumbó?
Mi madre y mi suegra usan a los niños como argumento: «¡No les quites a su padre! ¡La familia debe estar unida!» Pero, ¿qué familia es esa sin amor ni respeto? No quiero que mis hijos crezcan en una casa donde su madre aguanta humillaciones por apariencias. Quiero mostrarles que una mujer puede ser fuerte, incluso cuando todo está en su contra.
**El momento de la verdad**
Ayer vinieron otra vez. Se plantaron en la puerta como guardianas del pasado, suplicando: «¡Lucía, retira la demanda! ¡Javier cambiará, tú sabes que no os abandonará!» Las miré, y dentro de mí luchaban la rabia y la pena. Estas mujeres, cada una a su modo, quieren aferrarse a lo perdido. Pero ya no puedo vivir mintiendo.
Les dije con firmeza: «No volveré con quien me traicionó. Si tanto quieren a Javier, que lo convenzan ellas». Se fueron, dejando caer: «Te arrepentirás, Lucía. A los cuarenta y dos no se empieza de nuevo». Pero no les creo. Yo creo en mí.
**Un paso hacia lo desconocido**
El divorcio da miedo. Es soledad, dificultades económicas, murmullos en el pueblo. Pero da más miedo quedarse en un matrimonio donde no vales nada. No sé qué me espera. Quizá me quede sola. Pero elijo a mis hijos y a mí misma. Quiero que Sofía y Adrián vean a una madre que lucha por su felicidad.
Esta historia es mi grito de libertad. Mi madre y mi suegra pueden creerme egoísta, pero yo sé la verdad: no destruyo la familia. Me salvo a mí misma. Y tal vez algún día entiendan que tenía razón.