Ayer descubrí que mi matrimonio feliz no era más que una ilusión…

 

Estaba hablando por teléfono con mi esposo y no colgué a tiempo. Iba conduciendo y me resultaba incómodo. Cuando escuché la frase después de mi “adiós”, sentí náuseas. En resumen, mi esposo nunca cuelga el teléfono por sí mismo. Pulsar el botón rojo siempre ha sido mi tarea en nuestra familia.

Por los sonidos, me di cuenta de que no había guardado el teléfono en su bolsillo. Aún podía escuchar su voz, fuerte y clara.

– ¡Bueno, mis pajaritos! Ya que esperaron a que terminara mi llamada, ahora soy todo suyo. ¡Vengan aquí!

Después de esas palabras, escuché un crujido. No había otras voces, solo ruidos extraños y un leve susurro.

Me detuve en un estacionamiento e intenté recomponerme. Me dolía demasiado. Diez años de matrimonio. Un hijo en edad escolar. Todo lo que teníamos, lo habíamos construido juntos con esfuerzo y sacrificio. ¿Qué debía hacer?

Nunca había revisado a mi esposo porque confiaba plenamente en él. Creía que una relación debía basarse en la confianza. Siempre fui honesta con él y pensaba que él también me era fiel. Nunca hubo “señales de advertencia”. Y ahora, esto.

Decidí hablar primero con un psicólogo antes de enfrentarme a mi esposo. Necesitaba gestionar mis emociones porque no podía hacerlo sola. Consulté a dos especialistas. Cada uno tenía su propia opinión, completamente opuesta.

El primer psicólogo era un hombre. Desde su actitud, entendí de inmediato que él mismo necesitaba terapia más que yo. Me dijo:

– ¿No sabe que no está bien escuchar conversaciones privadas? ¿Por qué no colgó de inmediato?

Al final, parecía que yo era la culpable de lo que estaba pasando en mi matrimonio. Me aconsejó olvidar la conversación y tratar de empezar todo de nuevo. De lo contrario, el divorcio era inevitable.

Tuve la sensación de que ni siquiera comprendía por qué había acudido a él. Además, afirmó que necesitaba al menos diez sesiones para “recuperar mi estabilidad emocional”. Pero, sinceramente, me sentía mucho más equilibrada que él.

Me despedí y me fui. Me di cuenta de que no podía trabajar con un psicólogo así.

La segunda psicóloga era una mujer. Me dijo:

– Si no está dispuesta a olvidar y seguir adelante, entonces no tiene por qué reprimir su dolor sin descubrir la verdad. Pero debe estar preparada: la reacción de su esposo puede ser impredecible. Podría hacer las maletas e irse. ¿Está lista para eso?

– ¡Estoy lista! – respondí con firmeza.

Le conté toda la verdad a mi esposo. Estaba preparada para una explosión emocional y para el divorcio. En mi cabeza, ya estaba dividiendo los bienes y pensando si permitiría que nuestro hijo viera a su padre.

– Cariño, ¿de qué hablas? Trabajo en una granja. Estaba alimentando a los pollos. Cuando me llamaste, estaba en el gallinero, – me respondió mi esposo.

¿Debería creerle o no? Realmente es un granjero. Pero, ¿y si me está mintiendo?

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Ayer descubrí que mi matrimonio feliz no era más que una ilusión…