Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado por el trabajo y llega cada vez más tarde.

**8 de marzo**

Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado de trabajo y vuelve cada vez más tarde.

Carmen acostó a los niños y se fue a la cocina a prepararse una taza de té. Javier todavía no había llegado. En las últimas semanas, la carga laboral lo había consumido, llegando tarde casi siempre. Carmen lo compadecía y procuraba aligerarle las tareas domésticas. Al fin y al cabo, él era el único que llevaba dinero a casa.

Poco después de casarse, decidieron que Carmen se ocuparía del hogar y de los futuros hijos, mientras que Javier aseguraría el bienestar de la familia. Así llegaron, uno tras otro, sus tres niños. Javier se emocionaba cada vez y decía que no pensaba parar ahí.

Carmen, en cambio, estaba agotada de tanto pañal, biberones y noches en vela. Decidió que era hora de hacer una pausa.

Javier regresó pasada la medianoche, algo alegre. Cuando ella le preguntó por la demora, él respondió:
Carmen, estábamos hasta arriba de trabajo, así que salimos a despejarnos un rato.
Cariño sonrió ella. Ven, te preparo algo de comer.
No hace falta. Cené unas alitas y ya no tengo hambre. Mejor me voy a la cama.

Se acercaba el Día de la Mujer. Carmen, tras pedirle a su madre que cuidara a los niños, se fue al centro comercial. Quería celebrar esa noche de una forma especial: una cena romántica solo para ellos. Su madre accedió sin problema.

Además de los regalos y provisiones, Carmen decidió comprarse algo para ella. Hacía mucho que no gastaba en ropa le daba vergüenza pedirle dinero a Javier, y tampoco tenía ocasión de usarla. Lo último que se había comprado era un pijama, pero no era apropiado para la cita planeada. Entró en una tienda, escogió varios vestidos y se metió en el probador.

Estaba probándose el segundo cuando escuchó la voz de su marido en el probador de al lado:
Mmm, ¡qué ganas tengo de quitártelo!
Risas frescas siguieron a su comentario.
¡Ten un poco de paciencia, galán! ¡Ve y cómprale algo a tu esposa!
¿Para qué? Está demasiado ocupada con los niños. A ellos les da igual cómo vaya, ¡con que les des de comer, los cambies y recojas los juguetes ya basta! ¡Le compraré una olla rápida! O quizá una panificadora, ¡que disfrute!

Carmen sintió un escalofrío. Siguió probándose vestidos de forma mecánica, concentrada en escuchar la conversación.

¿Y si te pregunta en qué te has gastado tanto? La olla y la panificadora no cuestan tanto se rió la chica.
¿Por qué tendría que dar explicaciones? ¡Yo trabajo, ella se queda en casa! Le doy un dinero fijo para la casa y es más que suficiente. ¡Debería estar agradecida!

Parecía que habían terminado. Las voces se alejaron. Carmen echó un vistazo cauteloso y vio a su marido en caja, pagando junto a una rubia. Después de pasar por caja, no tuvo reparos en besarla delante de la dependienta.

¿Se encuentra bien? preguntó la vendedora, al notar a Carmen aún en el probador.
Sí, sí, todo bien respondió ella, apartando la cortina y entregándole la ropa.

Al llegar a casa, Carmen dejó ir a su madre y acostó a los niños. Empezó a trazar un plan. Jamás esperó semejante traición. No tanto por la infidelidad, sino por cómo la menospreciaba a ella y todo lo que hacía por la familia. En un instante, todo lo construido perdió valor. Quiso huir de inmediato y pedir el divorcio, pero se detuvo a reflexionar.

“Si me divorcio, él se irá con su rubia y yo me quedaré con los niños, sin recursos. ¿La pensión? Será una miseria… ¿De qué viviremos?”

Al anochecer, tomó una decisión. Javier llegó temprano ese día, sin la excusa del trabajo. “Seguro que ya estuvo con ella antes”, pensó Carmen, indiferente. Todo sentimiento por él se había esfumado. Era un extraño. Solo le preocupaba que quisiera intimidad, pues le resultaba repulsiva.

Pero, al parecer, Javier ya había obtenido todo lo que quería de su amante, porque no se acercó a ella.

Al día siguiente, Carmen actualizó su currículum y lo envió a varias empresas. Solo quedaba esperar. Los días se hicieron largos. Cada mañana revisaba su correo. Por fin, llegó una respuesta: la citaban para una entrevista. Justo en la empresa donde trabajaba Javier. Dudó mucho, pero decidió ir.

Tras pedirle de nuevo a su madre que cuidara de los niños, Carmen acudió. Tras dos horas de conversación, le ofrecieron un buen puesto con horario flexible. El sueldo no era alto al principio, pero suficiente para mantenerse ella y los niños.

Volvió a casa flotando de felicidad. Su madre, al verla tan contenta, empezó a preguntar.
Mamá, ¡Javier me engaña! exclamó Carmen, casi eufórica. Pensando que su hija había perdido la cabeza, su madre la tomó de la mano y la sentó en el sofá.
Carmen, ¿cómo dices eso? ¡Javier trabaja sin descanso!
¡No trabaja, está con su amante! y le contó todo lo que había escuchado en el probador. Su madre, escuchando en silencio, preguntó:
¿Y qué vas a hacer?
Pedir el divorcio. Y sí, ya tengo trabajo. Ahora solicitaré plazas en la guardería y, cuando todos vayan, podré trabajar a jornada completa.
¡Bien! No te detendré. La traición no se perdona. Esto es solo el principio. Él ya no te valora. ¡Te ayudaré con los niños!
¡Gracias, mamá! Carmen la abrazó emocionada.

La noche del 7 de marzo, Javier volvió tarde otra vez. Carmen no le preguntó nada. Él, sorprendido por su indiferencia, se justificó:
Carmen, hoy los compañeros nos

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Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado por el trabajo y llega cada vez más tarde.