Así sucedió, hace ya muchos años, cuando revisando los bolsillos del abrigo de mi marido encontré dos vales para un crucero por el Mediterráneo. En uno de los billetes se leía claramente el nombre de otra mujer.
Recuerdo que conocí a mi esposo, Manuel, en una parada de autobús de Madrid. Aquella noche se me cayeron las llaves al sacar la cartera: era tarde, la calle estaba casi vacía y no lograba encontrar el llavero entre las sombras. Manuel me ayudó a buscar. Le di las gracias y descubrimos que ambos viajábamos en el mismo autobús.
Manuel me acompañó hasta la puerta de mi casa. Así comenzaron nuestros encuentros y, seis meses después, celebramos nuestra boda en una pequeña iglesia en Toledo. Manuel me confesó que se había enamorado de mí en aquel primer encuentro bajo la marquesina. Nuestra vida juntos fue tranquila y dichosa durante tres años. Pero entonces Manuel consiguió un nuevo puesto de trabajo en una empresa de Valencia. Pronto noté que algo en su actitud había cambiado. Callé, pensando que quizá solo era fruto de mi imaginación. Hasta que un día Manuel me anunció que debía marcharse dos semanas por motivos laborales.
Mientras él se daba una ducha antes de hacer la maleta, decidí lavar sus pantalones. Fue entonces cuando encontré en el bolsillo esos dos billetes para un crucero. Y en uno de ellos, el nombre de otra joven: Lucía. Sentí como me traicionaba, pisoteando mi confianza y nuestro amor.
La rabia me inundó; le había dado mi corazón y confiaba en él ciegamente. No dije palabra alguna a Manuel. En vez de eso, telefoneé a un amigo mío de la infancia, con quien siempre tuve buena relación: Andrés. Le pedí ayuda. Juntos nos dirigimos a ese lugar, el mismo donde mi marido iba con su amante. Andrés y yo fingimos ser pareja, mostrándonos cariñosos en público. Al vernos, Manuel llegó corriendo, acusándome de infidelidad. Yo le respondí, mirándole a los ojos:
Así que tú puedes traicionarme, ¿pero yo no puedo? He encontrado mi propia compañía mucho más rápido que tú.
Lucía, la otra mujer de Manuel, estaba cerca y escuchó la conversación. Se quedó pálida de la sorpresa. Ella tampoco sabía que Manuel estaba casado. Al final de ese día, ambas entendimos que él había jugado con nosotras. No tardamos en divorciarnos. Nunca hubiera podido perdonar aquella traición.
Seis meses después, me casé con Andrés. Ahora soy verdaderamente feliz a su lado. Manuel y Lucía acabaron separándose también: Lucía jamás pudo perdonarle que le ocultara su matrimonio. Y así, entre recuerdos y segundas oportunidades, mi vida siguió, curando antiguas heridas bajo el cielo de Castilla.







