Ascenso Profesional

**Ascenso Laboral**

Nadie ignora que los ascensos en el trabajo se consiguen de distintas formas. Algunos los merecen por su esfuerzo honesto, otros ponen zancadillas al jefe, y otros simplemente lo acompañan en un viaje de negocios.

La noticia de que, tras la jubilación de Pedro Echevarría, habían nombrado a una nueva directora —y encima externa a la empresa— dejó a todos descolocados. Las esperanzas de que el sucesor fuera Enrique Vázquez, quien llevaba dos semanas como director interino, se esfumaron. Cada uno añadía su toque al rumor: era una mujer joven, guapa, una zorra, amante de no se sabía quién… El nombre del alto cargo ni se mencionaba. Como dice el refrán, no despiertes al que duerme…

A las diez de la mañana, los empleados se reunieron en la sala de conferencias para conocer a la nueva directora. Denis entró el último. Como si fuera una señal, todas las cabezas giraron hacia él.

Frente a ellos, una mujer joven con el pelo liso recogido hacia atrás. El traje le sentaba como un guante, ceñido como una segunda piel. Piernas esbeltas, tacones altos, labios pintados de rojo intenso y una mirada fría e impasible completaban su imagen.

—¿Su nombre? —Su voz resonó en el silencio como el chirrido de una cuerda metálica al romperse.

—Denis Ruiz de Solís —respondió él con seguridad, inclinando levemente la cabeza. Casi parecía que iba a hacer una reverencia. Pero no, se contuvo.

—Llegó tarde, Denis. Justo estaba explicando que no tolero retrasos. Esta vez lo perdono. Siéntese. —El metal de su voz hizo que más de uno sintiera un escalofrío.

Denis ocupó su lugar junto a su amigo y compañero Jorge.

—¿Qué tal, se pone fierita? —preguntó en voz baja.

—No es suficiente palabra —murmuró Jorge—. No es una mujer, es un robot, y quiere convertirnos en lo mismo.

Uno a uno, los empleados se presentaron, mencionando brevemente sus funciones. Por los comentarios y preguntas de la nueva directora, quedó claro que conocía la empresa al dedillo. Cuando le tocó el turno a Denis, ella, inesperadamente, dio las gracias a todos y los despidió.

—Vaya —sonrió Jorge—. No te envidio.

—Bah, vamos a trabajar antes de que nos despidan —contestó Denis.
Al salir, todos especulaban sobre los cambios que vendrían.

Durante dos semanas, nadie llegó tarde, el café solo se tomó en la pausa del almuerzo, y los cigarillos se fumaron rápido y sin placer. Pero, como se sabe, los hábitos de años no se rompen en quince días. Pronto todo volvió a la normalidad: retrasos, pausas para fumar, idas y venidas por café. Pero sin pasarse.

Hacia el final de la tercera semana, la secretaria se acercó al escritorio de Denis.

—Doña Juana le espera en su despacho.

—Tome asiento —indicó ella, señalando la silla frente a su mesa—. Me gusta cómo trabaja. Con precisión, sin perder el tiempo. ¿Por qué sigue siendo un empleado de base? ¿Tenía problemas con mi predecesor?

—No —Denis no entendía adónde quería llegar.

—La jefa de su departamento se jubila en un año. Creo que es hora de preparar un sucesor. —Juana lo observó fijamente.
Él aguantó su mirada.

—Podría hacerlo igual de bien que ella —continuó, girando un lápiz entre sus dedos delgados—. Este viernes hay una exposición en Madrid de equipos de última generación. Irá, evaluará, tomará notas. Espero su informe. Recogerá los viáticos y los billetes en contabilidad.

—Pero si el viernes es mañana —Denis frunció el ceño.

—Lo sé. Volverá el domingo. ¿Algún problema?

Denis encogió los hombros. No podía decirle que había prometido a su hijo llevarlo al parque de atracciones ese fin de semana. Román llevaba dos semanas esperando. Que su mujer, seguramente, no creería que iba a una exposición y no de juerga. Y aún así…

***

—Papá, lo prometiste —Román protestó con voz quejumbrosa.

—¿Crees que quiero irme? Pero el trabajo es el trabajo. Iremos el próximo fin de semana. Volveré el domingo y te traeré… ¿Qué quieres, por cierto?

—Un Transformer —dijo Román, ya más animado.

—Trato hecho —Denis le revolvió el pelo.

—¿No hay nadie más para mandar? Qué raro, una conferencia en fin de semana —comentó Teresa mientras doblaba sus camisas en la maleta.

—Es para que más gente pueda ir sin afectar el trabajo. La nueva directora preguntó por qué sigo siendo un empleado de base. Quizá me ofrezca un ascenso después del viaje —añadió Denis, no sin orgullo.

—Ya era hora. ¿Es guapa? —preguntó Teresa de sopetón.

El tono indiferente de su esposa no lo engañó. Trataba de ocultar los celos.

—¿Quién? —hizo como que no entendía.

—Tu nueva jefa. —Ella cerró bruscamente la cremallera de la maleta.

—Guapa y fría como un témpano. Muchos dicen que es un robot —respondió Denis, aunque pensó que el viaje sonaba ambiguo, como si preparara un encuentro con una amante: cepillo de dientes, camisas, maquinilla de afeitar.

En el avión, los pasajeros acomodaban chaquetas y bolsas en los compartimentos superiores. Denis miró por la ventanilla. Recordó una canción de Julio Iglesias. Los aviones, pensó, realmente parecen pájaros dormidos.

Se relajó. No estaba mal volar a Madrid en lugar de estar en una oficina aburrida. Además, hacía tiempo que no viajaba solo. “Aprovecha el momento y disfruta la libertad”, se ordenó, cerrando los ojos.

—Buenas tardes, Denis —una voz conocida, con un dejo metálico, lo sacó de sus pensamientos.

Al abrir los ojos, vio a Juana sentada a su lado.

*”¿No confiaba en mandarme solo o planeó esto desde el principio? ¿A qué juega? Seguro en contabilidad saben que tiene billete para este vuelo. Los rumores empezarán…”*

—Relájese. Parece que acaba de ver a su esposa —dijo ella, con una casi sonrisa.

Denis no le hizo gracia. Notó que iba menos formal, y que estaba espectacular. Mientras los demás pasajeros se acomodaban, intercambiaron frases triviales.

—En la oficina dicen que su nombramiento tuvo… ayuda de arriba —se atrevió a preguntar Denis.

Juana ignoró la pregunta. Contó cómo, el año pasado, un avión en el que viajaba casi se estrella. Desde entonces, le daba miedo volar. *”No quiere hablar, cambia de tema. Bueno, qué más da”*, pensó Denis. Luego, ella cerró los ojos, fingiendo dormir.

Mirando las nubes por la ventanilla, Denis se preguntó cómo terminaría todo. ¿Cómo debía actuar con ella? ¿De verdad su ascenso dependía de lo que pasara en Madrid?

Tras registrarse en el hotel —sus habitaciones, cómo no, estaban juntas—, fueron directamente a la exposición. Juana saludaba a conocidos, parándose a conversar. Denis recorrió la feria solo y regresó al hotel.

En su habitación, se duchó, se tumbó en la cama y marcó el número de Teresa. Pero, al primer tono, llamaron a la puerta. Denis colgó, suspiró, y fue a abrir.

Ahí estaba Juana, con una botella de vino y una tableta de chocolate. Llevaba unos pantalones cortos y una blusa ligera. Sin tacones,**Ascenso Laboral**

Al abrir la puerta, Juana sonrió con una mirada que borró cualquier duda: era el principio de algo que cambiaría sus vidas para siempre, aunque ninguno de los dos supiera aún si para bien o para mal.

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