**Ascenso en el trabajo**
Nadie ignora que los ascensos laborales llegan de distintas maneras. Algunos los merecen por su esfuerzo honesto, otros conspiran contra su jefe, y otros simplemente acompañan al director en un viaje de negocios.
La noticia de que, finalmente, habían nombrado un nuevo director para reemplazar al jubilado Pedro Echevarría —y que, además, no provenía de dentro— dejó a todos descolocados. Las esperanzas de que el sucesor fuera Eugenio Vázquez, quien llevaba dos semanas como interino, se esfumaron. Cada uno añadió su propio matiz al rumor: que si era una mujer joven, una belleza con carácter, una trepa, amante de no se sabe quién… El nombre del alto cargo implicado quedó en el aire. Como dicen, no hay que despertar al diablo…
A las diez de la mañana, los empleados se reunieron en la sala de conferencias para conocer a la nueva directora. Denís entró el último y, como si de una señal se tratara, todas las cabezas giraron hacia él.
Frente a la sala, una mujer joven con el cabello peinado hacia atrás y un traje que le ceñía como una segunda piel posaba impasible. Piernas esbeltas, tacones altos, labios pintados de rojo y una mirada helada completaban la imagen.
—¿Su nombre? —Su voz resonó en el silencio como el sonido de una cuerda metálica al romperse.
—Denís Ruiz de Castro —respondió él con calma, inclinando ligeramente la cabeza. Casi parecía que iba a hacer una reverencia, pero se contuvo.
—Ha llegado tarde, señor Ruiz. Justo estaba explicando que las tardanzas no se toleran. Esta vez lo paso. Siéntese. —El tono cortante hizo que más de uno apretara los dientes.
Denís se sentó junto a su amigo y compañero Jorge.
—¿Qué tal, está que echa chispas? —preguntó.
—Eso es poco. No es una mujer, es un robot. Y quiere convertirnos en otros iguales —susurró Jorge.
Uno a uno, los empleados se presentaron, resumiendo sus funciones. Por los comentarios y preguntas de la nueva directora, quedó claro que conocía la empresa al dedillo. Cuando llegó el turno de Denís, ella de repente dio las gracias a todos y los despidió.
—Vaya —sonrió Jorge—. No te envidio.
—Bah, vamos a trabajar antes de que nos despidan —replicó Denís.
Al salir, todos especulaban sobre qué cambios les esperaban.
Las dos primeras semanas, nadie llegó tarde, el café se tomó solo en el descanso y los cigarros se fumaron a toda prisa. Pero, como es sabido, los hábitos de años no desaparecen en quince días. Poco a poco, todo volvió a la normalidad: llegadas tarde, pausas para fumar y cafés a deshoras. Aunque sin pasarse.
Al final de la tercera semana, la secretaria se acercó al escritorio de Denís.
—La señorita Jimena le espera en su despacho.
—Siéntese —indicó ella, señalando la silla frente a ella—. Me ha gustado su forma de trabajar. Eficiente, sin aspavientos. ¿Por qué sigue siendo un empleado de bajo rango? ¿Tenía problemas con mi predecesor?
—No —Denís no entendía a qué iba.
—La jefa de su departamento se jubila en un año. Creo que es hora de buscar un reemplazo. —Jimena lo observó. Él aguantó su mirada.
—Usted podría hacerlo igual de bien que ella —continuó, girando un lápiz entre sus dedos—. El viernes hay una feria en Madrid con equipos de última generación. Irá, evaluará y me dará un informe. Recoja los viáticos y los billetes en contabilidad.
—Pero si el viernes es mañana —Denís frunció el ceño.
—Lo sé. Volverá el domingo. ¿Algún problema?
Denís se encogió de hombros. No podía decirle que había prometido a su hijo llevarlo al parque de atracciones. Lucas llevaba dos semanas esperando. Tampoco que su mujer, probablemente, no creería que iba a una feria y no de juerga. Y aún así…
***
—Papá, lo prometiste —protestó Lucas con voz quejumbrosa.
—¿Crees que quiero irme? Pero el trabajo es el trabajo. Iremos el próximo fin de semana. Traeré algo… ¿Qué quieres?
—Un Transformers —dijo Lucas, animándose.
—Trato hecho —Denís le revolvió el pelo.
—¿No había nadie más para enviar? Qué extraño, un viaje en fin de semana —comentó Alicia mientras doblaba sus camisas.
—Es para que más gente pueda ir sin afectar la producción. La nueva directora preguntó por qué sigo en un puesto bajo. Quizá me ascienda después —añadió con orgullo.
—Ya era hora. ¿Es guapa? —preguntó Alicia de pronto.
Denís no cayó en su tono indiferente, tras el que escondía celos.
—¿Quién? —hizo como que no entendía.
—Tu nueva jefa. —Alicia cerró bruscamente la maleta.
—Guapa y fría como el mármol. Muchos dicen que es un robot —respondió Denís, pensando que el viaje, con cepillo de dientes, camisas y maquinilla, parecía sospechoso.
En el avión, los pasajeros acomodaban abrigos y bolsas. Denís miró por la ventanilla. Recordó una canción de Alejandro Sanz y pensó que los aviones sí parecían pájaros dormidos.
Se relajó. No estaba mal ir a Madrid en vez de estar en la oficina. Hacía tiempo que no viajaba solo. *”Disfruta el momento”*, se dijo, cerrando los ojos.
—Hola, Denís.
Una voz conocida lo sacó de sus pensamientos. Al abrir los ojos, vio a Jimena sentada a su lado.
*”Interesante. ¿No confiaba en mí o ya planeaba venir? En contabilidad sabrán que su billete era para este vuelo. Los rumores empezarán…”*
—No ponga esa cara. Parece que ha visto un fantasma —dijo ella, casi sonriendo.
Denís no le encontró gracia. Notó que iba menos formal y que lucía espectacular. Mientras los demás se acomodaban, hablaron de trivialidades.
—En la oficina dicen que su nombramiento tuvo ayuda de arriba —se arriesgó a preguntar.
Jimena ignoró la pregunta. Contó cómo, el año pasado, casi se estrella un avión en el que viajaba, y desde entonces le daba miedo volar. *”Cambió de tema. Bueno, qué más da.”* Pronto fingió dormir.
Denís miró las nubes y se preguntó cómo acabaría todo. ¿Qué debía hacer? ¿Su ascenso dependía de lo que pasara en Madrid?
Tras registrarse en el hotel —sus habitaciones estaban juntas, cómo no—, fueron a la feria. Todos saludaban a Jimena. Denís recorrió los stands y regresó.
En su habitación, se duchó y se dispuso a llamar a Alicia. Pero antes de marcar, llamaron a la puerta. Colgó, suspiró y abrió.
Ahí estaba Jimena con una botella de vino y una tableta de chocolate. Llevaba pantalones cortos y una blusa. Sin tacones, parecía pequeña y frágil. Denís se sorprendió por el cambio.
—¿Puedo pasar? ¿Te molesto? —evitó mirar su pecho, visible por la bata.
—No, claro. Pasa. Dame un segundo. —Recogió su ropa y se encerró en el baño.
Al salir, Jimena ya había descorchado el vino y servido en los vasos del hotel. Bajo la luz tenue, el tinto parecía sangre. Ella, con las piernas cruzadas en la cama, tenía la tableta abierta en la mesilla. Denís se sentAl día siguiente, mientras el avión aterrizaba bajo un cielo despejado, Denís supo que, a pesar de todo, había tomado la decisión correcta al negarse a jugar ese juego, y que su familia valía más que cualquier ascenso.