Arruiné la vida de mi hija

Hija, hoy cumples 32 años. Te lo digo de corazón y te regalo este detalle dice María del Carmen, madre de Pilar, entregándole un par de botines de lana que ha tejido en el taller de costura. Pilar abre los ojos, mira a su madre y suspira. Sí, sí. Ya tienes 32, es hora de pensar en la descendencia. Yo ya no soy joven, y tú tampoco. Yo quisiera ver a mis nietos. Mis amigas ya tendrán bisnietos; yo sigo siendo la única abuela sin nietos.

Pilar se enciende. El silencio se apodera de la mesa. Las invitadas dos amigas de María del Carmen y tres vecinas la observan.

Perdón, necesito recostarme, estoy cansada dice Pilar y se levanta del asiento sin dejar que la gente vea sus ojos enrojecidos. Le avergüenza que su madre le repita a cada momento que el tiempo corre.

¿Y qué? ¿Para qué tener hijos si la única niñera será la madre jubilada? Además, Pilar ni siquiera tiene a alguien con quien compartir la responsabilidad, mucho menos un pretendiente.

¡Ay, chicas! No sé qué hacer Si tuviera hijos, tal vez me hubieran puesto en pareja. En vez de eso, sólo criamos hijas. ¡Qué vida tan aburrida! se lamenta María del Carmen.

Pilar vive con su madre en un pequeño piso de dos habitaciones en la aldea de Almodóvar del Campo. Nunca ha tenido una relación seria; el matrimonio le parece una historia sacada de una novela romántica. Trabaja en Correos, cargando paquetes, enviando cartas y atendiendo a los clientes en la ventanilla. El trabajo le duele la espalda y llega a casa sin fuerzas. Lo único que desea es comer, tumbarse en el sofá, cerrar los ojos y no pensar en nada.

Ya otra vez te has tirado en el sofá ¿Vamos a una velada de poesía? ¿Tal vez encuentras a un hombre? le dice su madre, viendo a Pilar como una foca que no se mueve del cojín.

¡Mamá! Déjame, estoy descansando replica Pilar.

María del Carmen, a diferencia de su hija, es un torbellino. A sus setenta años todavía asiste a conciertos en el centro cultural, a reuniones de activistas en la capital provincial y a tertulias con otras jubiladas donde recita sus propios poemas. Siempre tiene mil cosas por hacer y dice que con esa energía podría cuidar a varios nietos. Pilar, en cambio, no tiene energía para nada.

María del Carmen no desiste de convencer a su hija, recordándole que el tiempo pasa. Coloca los botines rojos en un lugar visible y los sacude cada vez que Pilar pasa.

Mamá, basta de sacudirlos, parece que intento matar al toro con una toalla roja.

Pilar, escucha ya eres adulta, es momento de pensar en los niños. Yo quisiera verte con nietos antes de que me falle el corazón.

No sé si quiero pensar en eso. Mi trabajo es pesado, el sueldo bajo, me duele la espalda ¿Cómo vamos a criar niños con tan poco? responde Pilar, cansada.

Podrías cambiar un poco tu vida, dejar de pensar solo en el trabajo y el sofá. Yo acabo de visitar a mi amiga Elisa, su nieta es una chiquilla muy lista

Lo entiendo, mamá dice Pilar, pero con voz cortante. No puedo quedarme embarazada solo por cumplir tus deseos. Para eso tendría que casarme, y a mi alrededor no hay pretendientes. Hubo uno, Vicuña, pero lo alejaste.

Pilar recuerda a Iván, un buen chico de familia acomodada que le gustó. María del Carmen le prohibió salir con él, argumentando que los jóvenes deben quedarse en casa. Al final Iván terminó con la única amiga de Pilar, y hace medio año esa amiga dio a luz al tercer hijo de Iván. Viven bien, sin sofás ni tartas, tomando té con mucho azúcar.

Iván empieza a decir María del Carmen, pero se corta. Hay otros hombres, solo tienes que salir de casa.

Debería haber salido antes, mamá. Cuando quería estudiar en la ciudad, me dijiste que no podía, que allí había estafadores y peligro. Me obligaste a entrar en el instituto técnico que tú elegiste, diciendo que los técnicos siempre se necesitan. Yo nunca me gustó la física y casi abandono el segundo curso.

No te esforzaste replica la madre.

Mejor que me echaran, ¿sabes? Me cambiaron a la especialidad menos demandada sólo para llenar un grupo. ¿Para qué estudiar electricidad si luego trabajas en Correos?

Correos es un trabajo estable, está cerca de casa, puedes ir a comer rápido. ¿No es eso suficiente?

Mamá, para mí es el techo de los sueños, pero no me inspira.

Entonces tendrás hijos

No, mamá. No quiero hijos si no puedo darles una vida digna. No quiero que mi futura hija repita mi destino, trabajando en un puesto que no le gusta y contando los días hasta la jubilación.

María del Carmen mira a Pilar con angustia, sin entender cuándo se produjo el quiebre que la convirtió en una madre tan controladora.

¡He hecho todo lo posible para que vivas sin necesidades! ¿Y esta es tu gratitud? ¡Ni siquiera quieres engendrar nietos! grita la madre.

Mamá, ¿por qué no buscas trabajo tú? Tal vez te aburres porque tienes mucha energía y nada que hacer. Podrías trabajar de niñera, ganar dinero y, con eso, quizá nos vamos de vacaciones al mar. Yo nunca he salido de este pueblo; al menos podríamos conocer el mundo, que es más grande que el camino de la oficina a Correos.

María del Carmen niega con la cabeza.

¿A quién acudir?

A Iván, por ejemplo. Tienen dinero y muchos niños.

¿A Iván? se queda boquiabierta. Dios me ayude, ¿iría yo a trabajar para ellos? No me aceptarían, soy una anciana.

Inténtalo. No piden dinero por pedir ayuda dice Pilar, sabiendo que su madre no aceptará el trabajo con Iván.

Y así ocurre.

Con el paso del tiempo, María del Carmen deja de agitar los botines y se ocupa de sus actividades sociales. En una reunión de jubiladas en la capital provincial surge el tema de los problemas familiares de los jóvenes y, sin saber muy bien por qué, empieza a quejarse con desconocidos:

Crié a mi hija como una planta. Ahora estoy cosechando los frutos.

Una mujer le responde:

¡Qué cosecha tan amarga! ¿Qué le diste a tu hija, aparte de consejos y órdenes? ¿Le ofreciste una casa? ¿Una buena educación? ¿Le ayudaste a montar una vida?

María del Carmen balbucea:

¿Cómo puedo ayudarla si yo misma lo he hecho todo? Mi marido se fue cuando supe que estaba embarazada. No tuve apoyo, lo cargué sola.

La conversación la hiere; se queda en silencio y se retira sin tomar el té de la reunión. Esa noche se siente vacía, recordando todas las prohibiciones que le impuso: montar a caballo en la granja, salir con Iván, vestir como quería, ir a los bailes con sus amigas. Todo bajo el ala protectora de su madre, que con el tiempo se volvió una hiperprotección que aplastó la voluntad de Pilar.

Al comprender que ella misma creó esa vida sin espacio para los sueños, decide cambiar.

Al día siguiente visita a la vecina, amiga de la madre de Iván, y pregunta si necesitan una niñera.

Buscamos ayuda. Tienen tres niños y no les alcanza. ¿Te interesa? le contestan.

María del Carmen acepta. El trabajo es duro, pero le gusta. Le paga bien y ahora tiene tres niños bajo su cuidado.

Pilar, al saber que su madre ha encontrado empleo, se sorprende y se alegra; ya no recibe constantes interrogatorios, sino que su madre vuelve cansada a casa y descansa. En pocos meses la madre ahorra suficiente para pagar unas vacaciones a Pilar.

Cuando llega el momento de comprar billetes, María del Carmen decide comprar solo uno, para su hija.

Hija, hoy cumples 33. Te felicito y te digo que la vida recién empieza. Aquí tienes un billete; ve, descubre el mundo y a la gente. Has estado a mi lado siempre; ahora es tu turno.

Pilar mira el boleto, se levanta de la mesa y abraza fuertemente a su madre.

Gracias, mamá dice . Me voy encantada. La vida verdaderamente empieza y todo está por delante.

De regreso, Pilar abandona la vida de planta y se matricula en un curso de contabilidad. Sus primeros clientes son Iván y su esposa; pronto se hacen amigos y otros empresarios, por recomendación, le confían la contabilidad. Gana tanto que puede viajar y vivir con comodidad, sin depender de novelas ni pasteles.

Tres años después conoce a Sergio. Adoptan a un bebé del orfanato y, al año siguiente, Pilar descubre que está embarazada. No le importa que sea un hijo tardío; sabe que aún le queda mucho por vivir y no escucha a nadie más.

Todo sale bien. El sueño de María del Carmen se cumple: ahora es abuela de dos nietos y disfruta de la vida con alegría.

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