Aquí tienes el menú, tenlo todo listo para las cinco, no voy a ponerme a cocinar en mi propio aniversario ordenó la suegra, aunque pronto se arrepentiría.
María del Carmen despertó aquella mañana de sábado con la sensación de que era un día especial. Sesenta años, una cifra redonda, merecedora de celebración. Llevaba meses planeando la fecha, haciendo listas de invitados, eligiendo el vestido. En el espejo se reflejaba el rostro satisfecho de una mujer acostumbrada a que todo saliera según sus planes.
¡Madre, feliz cumpleaños! Antonio fue el primero en llegar a la cocina, con una pequeña caja en las manos. Es de Lucía y mío.
Lucía asintió en silencio, apoyada en la encimera con una taza de café. Nunca era muy habladora por las mañanas, menos cuando se trataba de celebraciones familiares de su suegra.
¡Ay, Antonio, gracias! María del Carmen aceptó el regalo con una sonrisa forzada. ¿Ya habéis desayunado?
Sí, madre, todo bien respondió él, mirando de reojo a su esposa.
Lucía dejó la taza en el fregadero, preparándose mentalmente para lo que venía. Los últimos días, su suegra había estado de un humor especialmente mandón, como si el cumpeños le diera derecho a ordenar más que nunca.
Lucía, cariño dijo María del Carmen con ese tono que siempre anunciaba una orden disfrazada de favor. Tengo una pequeña tarea para ti.
Lucía se giró, manteniendo una expresión neutra. Tras tres años viviendo en esa casa, había aprendido a leer las intenciones de su suegra como un libro abierto.
Aquí está el menú, prepáralo todo para las cinco. No voy a estar en la cocina en mi día le tendió un folio doblado, lleno de su letra impecable.
Lucía lo tomó, escaneó la lista y sintió que se le encogía el estómago. Doce platos. ¡Doce! Desde entrantes sencillos hasta ensaladas elaboradas y guisos.
María del Carmen empezó con cuidado, esto es trabajo para todo el día
¡Claro! rió la suegra como si fuera obvio. ¿Qué mejor manera de celebrar? ¡Cocinar para la cumpleañera! Ya sabes que vendrá mucha gente, mis amigas, los vecinos No podemos quedar mal.
Antonio miraba de una a otra, notando la tensión.
Madre, ¿y si pedimos algo ya hecho? propuso con poca convicción.
¡Qué dices! se indignó ella. ¿Servir comida comprada en mi aniversario? ¡Qué pensarán de mí! No, todo tiene que ser casero, hecho con cariño.
Lucía apretó los puños. Con cariño. Claro, con su cariño, el de ella, que tendría que pasarse el día entero en los fogones.
Vale dijo secamente y se dirigió hacia la salida.
¡Lucía! la llamó Antonio. Espera.
Ella se detuvo en el pasillo, respirando hondo. Él se acercó, con la mirada culpable.
Mira, yo te ayudaría, pero ya sabes que en la cocina solo estorbo No se me da bien.
Claro sonrió ella, forzada. Pero que tu madre me trate como a la criada, eso sí está bien, ¿no?
Vamos, no exageres Antonio se encogió de hombros. Cocinar para ella en su día no es tanto. Nos da techo, nunca nos pide dinero
Lucía lo miró fijamente. Podría recordarle cómo su madre siempre le echaba en cara el piso, criticaba su forma de limpiar o de cocinar. Podría hablarle de cómo María del Carmen nunca perdía ocasión de recordarle que “había acogido en la familia a una chica de pueblo”, como si le hubiera hecho un favor inmenso. Pero ¿para qué? Antonio nunca lo entendería. Para él, su madre era intocable, y las quejas de Lucía, caprichos.
Bien dijo, y volvió a la cocina.
Las horas siguientes pasaron entre cuchillos, ollas y sartenes. Mientras sus manos trabajaban, su mente no paraba. Hasta que, de pronto, una idea le iluminó el rostro.
Sacó de un armario una cajita que había comprado en la farmacia hacía un mes y nunca usado. Un laxante suave. El efecto empezaba a la hora.
Estudió el menú. En las ensaladas y entrantes podría añadir unas gotas sin que se notara. Los platos calientes el cocido y las patatas los dejaría intactos. Al fin y al cabo, ella y Antonio también tenían que comer.
A las cinco, la mesa rebosaba de comida. María del Carmen, vestida de gala y enjoyada, inspeccionó todo con aire de general.
No está mal concedió. Aunque la ensaladilla podría llevar más sal.
Lucía no respondió, colocando los platos. Por dentro, bailaba de anticipación.
Los invitados llegaron puntuales. María del Carmen los recibió con abrazos, regalos y halagos. Sus amigas, igualmente emperifolladas, elogiaban la mesa.
¡María, qué maravilla! exclamó Carmen, la vecina del tercero. ¡Qué banquete!
Bah, tonterías fingió modestia la cumpleañera. Lucía y yo nos esforzamos. Bueno, yo más, claro.
Lucía, que estaba colocando platos, casi soltó una carcajada. Claro. Como siempre.
Antonio susurró a su marido, no comas ensaladas. Espera al cocido.
¿Por qué? preguntó él, confundido.
Solo hazme caso.
Él encogió los hombros pero obedeció. Lucía se sentó aparte, observando cómo los invitados devoraban los entrantes. María del Carmen hablaba de lo mucho que había planeado el menú, de cómo seleccionaba cada ingrediente.
Esta ensaladilla es mi especialidad presumía. La receta es de mi abuela.
¡Divina! aplaudió Rosa. Tienes manos de oro, María.
Pasó una hora. Lucía miraba el reloj. Y entonces comenzó.
Carmen fue la primera en agarrarse el vientre.
Ay gimió, no me encuentro bien
¡A mí tampoco! se quejó otra invitada. María, ¿seguro que todo estaba fresco?
La cumpleañera palideció.
¡Por supuesto! Lo compré ayer.
Pero entonces a ella también le dio un retorcijón. Se excusó y corrió al baño. Tras ella, una fila de invitados hizo lo mismo.
Lucía murmuró Antonio, ¿qué pasa?
No sé dijo ella, impasible. Algo les habrá sentado mal. Menos mal que no tocamos los entrantes.
El caos se apoderó del piso. Los invitados iban desapareciendo hacia el baño antes de marcharse, murmurando excusas. María del Carmen iba y venía, intentando salvar la fiesta, pero era tarde.
Para las siete, solo quedaban ellos tres. La suegra, pálida, se dejó caer en el sofá.
Descansa dijo Lucía, falsamente compasiva. Nosotros limpiamos.
¿Qué les echaste? rugió María del Carmen al recuperarse un poco.
Lucía cortaba tranquila el cocido.
Un laxante. Solo en los entrantes. Lo caliente es seguro.
La suegra quiso protestar, pero otro retorcijón la envió de vuelta al baño.
Lucía Antonio la miró reprobador. ¿Era necesario?
¿Cómo si no? ella se encaró con él. Tu madre me trata como a la sirvienta cuando no estás. La







