Apartamento y las quejas del esposo

**Diario de un hombre: La casa y las quejas**

Tengo mi propio apartamento, pequeño pero acogedor, con macetas en la ventana y un sillón viejo que adoro. Tras la boda, decidimos con Adrián vivir aquí, y yo pensé que sería nuestro pequeño paraíso. Pero no pasaron ni dos meses cuando mi marido empezó a quejarse de lo lejos que le quedaba el trabajo. Al principio creí que era solo cansancio, pero ahora repite lo mismo cada día y ya no sé cómo reaccionar. ¿Ceder y mudarnos? ¿O mantener mi postura, porque esta es mi casa, mi refugio? Una cosa es segura: sus quejas me están agotando, y temo que sea solo el principio de nuestros problemas.

Nos casamos hace seis meses. Antes, él vivía con sus padres al otro extremo de Madrid, y yo en mi piso, comprado con ayuda de mis padres y una hipoteca. Es un apartamento modesto, de una habitación, pero suficiente para dos. Le puse el corazón: pinté las paredes de un beige cálido, colgué cortinas que elegí con esmero, llené estantes de libros. Cuando decidimos dónde vivir, propuse mi casa. Adrián aceptó: “Lucía, tu piso está más céntrico, y tener algo propio mola”. Yo era feliz, imaginando cenas juntos, películas y planes de futuro. Pero mis sueños fueron demasiado optimistas.

Las primeras semanas fueron normales. Adrián ayudó con pequeños arreglos, compramos un sofá nuevo y bromeábamos diciendo que era nuestro “nido”. Pero luego empezó a llegar del trabajo con el ceño fruncido. “Lucía —decía—, hoy he tardado hora y media. El tráfico es infernal”. Su oficina queda en las afueras, y desde aquí sí son casi sesenta minutos, o más con atasco. Le mostraba comprensión, sugería salir antes o buscar rutas alternativas. Pero no bastaba. “No lo entiendes —refunfuñaba—. Pierdo tres horas diarias en transporte. Esto no es vida”.

Intenté buscar soluciones. “Adrián, ¿y si probamos con otro coche o usamos carsharing?”. Pero él se limitaba a negar: “El coche no arregla nada. Deberíamos vivir más cerca del trabajo”. ¿Más cerca? ¿Se refería a mudarnos? Se lo pregunté directamente, y asintió: “Sí. Sería más práctico alquilar algo por allí”. Casi atragantarme con el café. ¿Alquilar? ¿Y mi piso? Mi hogar, por el que llevo pagando una hipoteca cinco años, que decoré con tanto cariño. ¿Dejarlo todo porque a él no le conviene?

Le expliqué que para mí esto no son solo cuatro paredes. Es mi primer logro, mi independencia. Me enorgullezco de él, aunque sea pequeño y no esté en el barrio más exclusivo. Pero Adrián me miró como a una niña caprichosa: “Lucía, es solo un piso. Podemos alquilarlo y vivir donde me sea más fácil”. ¿Más fácil para él? ¿Y yo? A mi trabajo llego en veinte minutos a pie. Adoro este barrio: el parque donde paseo, el café donde quedo con mis amigas, la vecina que me trae magdalenas. ¿Por qué debo renunciar a todo?

La tensión crece día a día. Ahora Adrián se queja de todo: que el piso es pequeño, que los vecinos hacen ruido, que “huele a casa vieja”. ¿Vieja? Es un edificio de los 90, ¡y acabo de reformarlo! Sospecho que el problema no es solo la distancia. ¿Acaso le molesta vivir en *mi* espacio? Una vez le pregunté: “Adrián, si viviéramos en casa de tus padres, ¿también te quejarías?”. Dudó y luego murmuró: “Allí también queda lejos, pero al menos hay más espacio”. ¿Más espacio? O sea, ¿mi casa no es suficiente?

Hablé con mi madre buscando consejo. Me escuchó y dijo: “Lucía, el matrimonio es ceder. Si él lo pasa mal, buscad un punto medio”. Pero ¿cuál? ¿Alquilar mi piso y mudarnos a su conveniencia? ¿O quedarnos y aguantar sus reproches? Propuse una alternativa: que buscara trabajo cerca. Es ingeniero, hay ofertas. Pero él resopló: “¿Estás loca? Llevo diez años en esta empresa. No voy a renunciar”. ¿Y yo sí debo renunciar a mi hogar?

Ahora estoy atrapado. Parte de mí quiere defenderme: es mi casa, tengo derecho a vivir donde me sienta bien. Pero la otra parte teme que esto dañe nuestro matrimonio. Quiero a Adrián, no deseo pelearnos, pero sus quejas me exasperan. A veces me siento culpable, como si fuera yo quien le obliga a sufrir. Pero luego pienso: ¿por qué debo sacrificarme? Él sabía dónde vivíamos cuando aceptó. ¿Por qué ahora todo recae sobre mí?

Me di de plazo hasta fin de mes para decidir. Quizá alquilemos algo a medio camino entre su trabajo y el mío. Pero la idea de dejar mi piso vacío o con extraños me parte el alma. O tal vez Adrián recapacite y deje de protestar. No lo sé. Por ahora, me contengo cuando empieza con lo del tráfico. Pero algo tengo claro: este es mi hogar, y no quiero perderlo. Ni siquiera por amor. ¿O acaso el amor no debería ser elegir sin imposiciones?

Rate article
MagistrUm
Apartamento y las quejas del esposo