Un anciano llevó a su perro para que lo sacrificaran porque no tenía dinero para salvar a su mascota. Al ver al hombre llorando y al perro sufriendo, el veterinario tomó la única decisión correcta…
Dicen que el dinero no da la felicidad, pero a veces es el que decide nuestro destino. El anciano no tenía ni un céntimo de sobra cuando los médicos le presentaron la factura por la vida de su amigo de cuatro patas.
En la consulta del veterinario había silencio. El médico observaba a la pareja: un mestizo tendido sobre la mesa y el anciano inclinado sobre él, acariciando distraídamente a su mascota detrás de la oreja. Solo se oía la respiración pesada del perro y los sollozos del hombre. El anciano no quería dejar ir a su amigo y lloraba.
Andrés Sánchez, un joven veterinario, a menudo se encontraba con estas muestras de sentimientos humanos antes de sacrificar animales. Y es normal, pues las personas llegan a encariñarse profundamente con sus compañeros animales. Pero el especialista sentía que este era un caso especial.
Andrés recordaba cuando vio por primera vez a esa pareja en la puerta de su consulta, hacía tres días. Un anciano silencioso había traído a su perro de 9 años, Nala, para una consulta urgente. El animal llevaba dos días sin levantarse y el visitante estaba realmente preocupado. Como explicó el hombre, aparte de Nala, no tenía a nadie más.
Andrés realizó un examen. Realmente, el perro tenía una infección seria. Necesitaba un tratamiento inmediato y costoso; de lo contrario, el animal sufriría una muerte dolorosa. “Por eso”, dijo entonces secamente el veterinario, “si no planea tratar al perro, sería más humano sacrificarlo”. Ahora Andrés podía imaginar lo que sintió el hombre en aquel momento, pero aquel día al joven especialista no le quedaba tan claro.
Después de esas palabras, el anciano, con manos temblorosas, vació en la mesa un montón de monedas con billetes arrugados, el pago por los servicios. Tomó con cuidado en sus brazos a su perro y se fue. Y hoy apareció de nuevo en la puerta del consultorio veterinario. “Lo siento, doctor, solo he podido encontrar dinero para el sacrificio”, dijo el anciano, bajando la mirada.
Y ahora que el anciano pidió 5 minutos más para despedirse de su amiga, Andrés observaba a esta pareja y no entendía de dónde venía tanta injusticia en el mundo. Muy a menudo, la gente con millones de dinero es insensible con todo lo vivo, y aquí estaba, un anciano pobre y un mestizo muriendo. Y tantos sentimientos.
Un nudo subió a la garganta del joven médico. Se acercó al anciano y le puso una mano en el hombro. “Yo la curaré”, dijo con la voz quebrada, “yo curaré a tu Nala por mi cuenta. Todavía no es una anciana. Le queda mucho por correr”. El veterinario sintió cómo bajo su mano los hombros del anciano se sacudían en llantos silenciosos.
Una semana después, Nala ya se mantenía firme sobre sus patas. Las transfusiones y un cuidado experto habían hecho lo suyo. El joven doctor se sentía feliz. Tal vez había hecho algo pequeño por un anciano desdichado y un perro mestizo, pero en realidad era un acto de gran nobleza y bondad.
¡Qué bueno que en el mundo existan personas sensibles y solidarias!