Ana venía a verla cada dos días. Le dejaba comida y agua junto a la cama y se marchaba sin decir nada.

Ana venía a verla cada dos días. Le dejaba comida y agua junto a la cama y se marchaba.

Tengo una vecina que se llama Ana. Su madre lleva años viviendo sola. En su día, era una cocinera excepcional. Con mucho gusto preparaba platos y dulces para toda la familia y siempre compartía con los vecinos.

Sin embargo, Ana se avergonzaba de su madre, porque era una mujer humilde del campo, que había trabajado la tierra toda su vida. Tras la muerte de su marido, la madre se quedó sola. Ana apenas la visitaba. Y su madre empezó a olvidar cosas con frecuencia, incluso a veces decía disparates.

Un día, Ana fue a verla y notó un fuerte olor a quemado en la casa. Resultó que su madre había olvidado apagar el horno.

¿Qué demonios haces? ¡Ni siquiera puedes calentarte la comida sin arriesgarte a quemar la casa! gritó Ana.
Cariño, ¡lo siento! ¡Es la primera vez que me pasa! se disculpó su madre.

Con el tiempo, su salud empeoró. Le costaba caminar, incluso por la casa.
Un día, llamó a Ana y le dijo:
Anita, no me encuentro bien. ¡La tensión se me ha disparado! ¿Puedes venir?
¿Qué soy yo, tu médico? ¡Llama a una ambulancia! contestó Ana antes de colgar.

Después, su madre dejó de salir de casa, y Ana tuvo que ir cada semana. Le compraba los alimentos más baratos, limpiaba un poco y sacaba la basura. Y siempre se enfadaba mucho:

¡No entiendo cómo puede ser! ¡Vives sola y lo dejas todo patas arriba! ¿No te da vergüenza?

Lo habitual era que Ana cerrara la puerta de un portazo y se marchara. Al final, su madre ni siquiera se levantaba de la cama. Ana iba cada dos días, le dejaba comida y agua, y se iba. Hasta que un día llegó y su madre ya no estaba viva. Después del funeral, Ana empezó a visitar su tumba con frecuencia.

No paraba de repetir:

¡Cuánto echo de menos a mi querida y adorada mamá! ¡Era la persona más importante del mundo para mí!

¿De verdad solo recuerda lo bueno? ¿Ha olvidado que descuidó a su madre, que no quiso ayudarla, que no quiso cuidarla? ¿Cómo es posible?

Hoy escribo esto y pienso: a veces, el remordimiento llega demasiado tarde. No esperemos a perder a quien nos importa para valorarlos.

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Ana venía a verla cada dos días. Le dejaba comida y agua junto a la cama y se marchaba sin decir nada.