Ana detuvo el coche una calle antes de la casa de su suegra. El reloj marcaba las 17:45 – había llegado antes de lo acordado. “Quizás esta vez aprecie mi puntualidad”, pensó, alisándose los pliegues de su vestido nuevo. El regalo – un broche antiguo, que había buscado durante meses entre coleccionistas – estaba cuidadosamente envuelto en el asiento trasero.
Al acercarse a la casa, Ana notó que la ventana del primer piso estaba ligeramente entreabierta. Desde el interior, la voz de su suegra resonaba con claridad:
“No, Beatriz, ¿puedes creerlo? ¡Ni siquiera se molestó en preguntar qué tarta me gusta! Encargó algún postre moderno… Nuestro hijo siempre ha amado la clásica tarta Napoleón, y ella –” pausa, “– ni siquiera lo entiende. ¡Siete años de matrimonio!”
Ana se quedó paralizada. Sus pies parecían pegados al suelo.
“Por supuesto, ya te lo he dicho – ella no es la adecuada para Daniel. Trabaja día y noche en su clínica y casi nunca está en casa. ¿Qué clase de ama de casa es esa? Ayer pasé por su casa – platos sucios, polvo en los muebles… Y ella, por supuesto, ocupada con alguna complicada operación.”
Dentro de ella, todo se congeló. Ana se apoyó en la valla, sintiendo cómo le temblaban las rodillas. Durante siete años había intentado ser la nuera perfecta: cocinaba, limpiaba, recordaba todos los cumpleaños, visitaba a su suegra cuando estaba enferma. Y todo eso, ¿para qué…?
“No, no digo nada, pero ¿de verdad crees que una mujer así es adecuada para mi hijo? Necesita una verdadera familia, calidez, cuidados… Y ella siempre está en conferencias o en turnos nocturnos. ¡Ni siquiera piensa en los niños! ¿Puedes imaginarlo?”
Le zumbaba la cabeza. Mecánicamente, Ana sacó el teléfono y marcó el número de su marido.
“Daniel, voy a tardar un poco. Sí, todo bien, solo… hay tráfico.”
Se dio la vuelta y regresó al coche. Se sentó, mirando fijamente un punto en el vacío. Las palabras que acababa de escuchar resonaban en su mente: “¿Quizás deberías ponerle más sal?”, “En mis tiempos, las mujeres se quedaban en casa…”, “Daniel trabaja tanto, necesita una atención especial…”
El teléfono vibró – un mensaje de su marido: “Mamá pregunta dónde estás. Todos ya están aquí.”
Ana respiró hondo. Una extraña sonrisa apareció en su rostro. “Bien”, pensó, “si quieren una nuera perfecta, la tendrán.”
Encendió el motor y regresó a la casa de su suegra. El plan se formó en un instante.
Basta de intentar complacerlos. Era el momento de mostrarles cómo puede ser una “verdadera” nuera.
Ana entró en la casa con la sonrisa más amplia que pudo forzar. “¡Mami querida!”, exclamó, abrazando a su suegra con un entusiasmo exagerado. “Perdón por el retraso, pero pasé por tres tiendas diferentes para encontrar exactamente esas velas que tanto te gustan.”
Su suegra se quedó inmóvil, sorprendida por tanta energía. “Yo pensaba…”, empezó, pero Ana ya continuaba:
“Oh, ¡y te imaginas! En el camino me encontré con tu amiga Beatriz. ¡Qué mujer tan encantadora, siempre diciendo la verdad, verdad?” Ana miró a su suegra con una expresión significativa, observando cómo palidecía.
Durante toda la cena, Ana dio la mejor actuación de su vida. Le sirvió a su suegra los mejores bocados, se maravilló en voz alta con cada una de sus palabras y no dejó de pedirle consejos sobre las tareas del hogar.
“Mami, dime, ¿el borscht debería cocinarse cinco o seis horas? ¿Y las alfombras, es mejor limpiarlas por la mañana o por la noche? ¿Quizás debería dejar mi trabajo? Después de todo, Daniel necesita una verdadera familia, ¿no es así?”
Daniel miraba a Ana con asombro, los familiares intercambiaban miradas. Pero Ana continuó:
“Estaba pensando… ¿quizás debería inscribirme en un curso de economía doméstica? Dejar esta tonta cirugía… Al fin y al cabo, una mujer debe ser la guardiana del hogar, ¿no es así, mami?”
Su suegra tamborileaba nerviosamente con el tenedor sobre el plato. Su seguridad se desvanecía minuto a minuto.
¿Y qué pasó después? Bueno, algunas historias es mejor leerlas hasta el final…