¿Ignacio? preguntó Teresa Vázquez, mirando sorprendida al vecino ¿estás en casa? Yo creía que estabas en Madrid. Lorena decía que no volveríais hasta dentro de dos semanas.
Me he puesto enfermo gruñó Ignacio Serrano, cerró la puerta y se giró hacia ella.
¿Algo grave? inquirió con tono maternal.
¡No, nada del otro mundo! espetó Ignacio, irritado solo tosí dos veces y ya me han hecho la canción de ¡Vete a casa, no contagies a nadie!. Así que volví. Lorena tuvo que ir a su cuenta. Esta noche se fue a dormir.
¿Y cuánto tiempo piensan seguir así? le soltó Teresa con una pizca de sarcasmo ¿no os cansáis?
¿Cómo? frunció el ceño Ignacio.
No le gustaba que le hurgaran en la vida familiar, pero ahora no aguantó más.
¡A turnos, como en los campamentos!
Vamos, Teresa se encogió de hombros Ignacio ¿qué tiene que ver el método del campamento? No vamos a trabajar en el campo. Para nosotros es una diversión.
¿Diversión? Ya veo que os estáis tomando el agua del grifo como si fuera champán. ¡Basta de jugar a ser héroes! Al final, ¿quién lo va a aplaudir?
***
Inés, hija de Ignacio y Lorena, tras graduarse de la universidad pasó casi un año dándole vueltas a la búsqueda de empleo. Cada oferta le parecía peor: o estaba demasiado lejos, o el sueldo era de escasez, o simplemente no le gustaba.
Los padres le repetían que, tarde o temprano, encontraría lo que buscaba.
Sin embargo, el trabajo de sus sueños seguía siendo un sueño.
Así que Inés decidió ir a Madrid. Una compañera de la carrera había encontrado un puesto y la invitó a acompañarla: Hay más vacantes, y de dos en dos da menos miedo; además, ¡menos soledad!
Los padres no se alegraron. Pensaban que en casa podría arreglarse sin tanto apuro. Hay que esperar, le decían.
Además, Inés nunca había vivido sola; imaginarse un piso, el alquiler y la vida sin la ayuda de mamá y papá le parecía una odisea. Al fin y al cabo, ¿quién pagaría el alquiler? ¿Y la luz? La cuestión era: ¿por cuánto tiempo?
En fin, por mucho que Ignacio y Lorena intentaran disuadirla, Inés, prometiendo llamar todos los días y volver a menudo, se marchó a Madrid.
Conseguió un puesto decente y, como bono, la empresa la alojó en un dormitorio universitario. Ni siquiera tuvo que buscar piso; aquello parecía sacado de un cuento.
Al principio volvió a visitar a sus padres con frecuencia; la nostalgia le golpeaba. Después, las visitas se hicieron escasas y la comunicación se redujo a llamadas esporádicas.
En Madrid, Inés se enamoró. Su relación con Carlos, un madrileño de ojos vivaces, se aceleró y pronto surgió la charla del matrimonio.
Ignacio y Lorena estaban en la gloria; su hija, en secreto, les había dicho que esperaban un bebé.
***
Tras la boda, la pareja alquiló su propio piso. Carlos se negó rotundamente a vivir con sus padres; ellos se molestaron, pero no protestaron. Si quieres independencia, vete, pero no cuentes con nuestra ayuda.
Carlos respondió con una sonrisa:
¡Yo mismo no cuento con nada!
¿Y tú por qué? le replicó Inés, suavemente son tus padres, nunca se sabe qué puede pasar.
No te preocupes la abrazó Carlos todo nos irá bien.
Y, en efecto, todo marchó sobre ruedas. Los salarios eran buenos, el embarazo transcurría sin sobresaltos y Inés se tomó la baja maternal, dando a luz a una preciosa niña de salud de hierro.
Los abuelos de la niña, ya jubilados, la visitaban cada semana. Los padres de Inés también intentaban ayudar; el padre trabajaba hasta el último año antes de jubilarse y a la madre le quedaban todavía cinco años de empleo.
Todo estaba perfecto, hasta que Carlos perdió su trabajo. No fue despedido; él mismo decidió renunciar, convencido de que pronto le ofrecerían un puesto mejor. Pero la oferta se fue a otro.
El golpe le hundió. Se encerró en sí mismo, empezó a beber, se volvió irritable y, al final, cayó en una depresión profunda que sólo salió del hospital.
Inés se debatía entre su marido y su hija. Carlos, a veces, demandaba más atención que su pequeña Violeta de dos años.
Y la suegra
¡Has dejado a mi hijo sin cuidado! reclamaba, mientras vivía a su costa.
¿En qué cuello? se sorprendió Inés yo estoy de baja.
¡Ya basta de estar en casa! ¡Dos años tiene la niña! ¡Deberías buscar trabajo! ¿Vas a vivir de nuestros ingresos toda la vida?
Inés se preguntaba si la suegra hablaba en serio o solo quería regañar. Carlos llevaba medio año sin empleo; vivían de la pensión y del ahorro que habían juntado para una vivienda. La suegra, sin embargo, la culparía por comer el pan que les quedaba.
Inés aguantó, pero un día confesó todo a sus padres. Ignacio y Lorena la escucharon y le aconsejaron buscar guardería, por si acaso.
Primero, lleva tiempo dijo su madre y si la suegra lo ha mencionado, difícilmente cambiará de idea.
Además, la niña todavía es muy pequeña añadió su padre.
¡Pero Violeta tiene dos años! sollozó Inés ¿qué guardería?
Tú, hija, estuviste en la guardería a los dieciocho meses, ¿recuerdas? sonrió Lorena ¡Mira dónde has llegado!
¡Mamá! los ojos de Inés se llenaron de lágrimas ¿por qué no se me había dicho antes? Ahora me siento culpable por dejar a la niña con esa ¡abuelita!
Mira, hija intervino Ignacio si necesitas ayuda, cuenta con nosotros.
Lorena, al oír eso, se encogió de hombros y pensó: «¿Qué podremos hacer a 700 km de distancia?»
***
El si acaso llegó antes de lo esperado. La plaza en la guardería se consiguió rápido y Inés avisó a su jefe que volvería a trabajar en un mes.
En ese mismo momento, Carlos encontró un nuevo empleo.
Solo quedaba habituar a Violeta a la guardería
***
Le dijeron a Inés que la primera vez la llevara una hora, luego dos, y después hasta el mediodía. Parecía sencillo, pero la realidad fue otra cosa.
Al ver el edificio, Violeta empezaba a aullar como una tormenta. No lloraba, ¡gritaba! Lo hizo durante toda una semana.
Unas cuantas veces se callaba en el vestuario, pero en cuanto la mamá se iba, el alarido volvía a estallar.
Intentaron que Carlos la acompañara; lo mismo sucedía. Entonces ambos padres la llevaban juntos, le prometían dulces, juegos, cualquier cosa. Nada funcionaba.
Algunas veces la dejaban sola, pensando que se calmaría al notar su ausencia. No fue así.
Los educadores, al fin, perdieron la paciencia:
No se preocupen, es normal. Vuelvan en unos meses, cuando se haya acostumbrado.
Fácil decir en unos meses, protestó Inés mientras volvía a casa ¿y si tengo que volver al trabajo? ¡Yo misma me he ofrecido! ¿Qué hacemos ahora?
No lo sé respondió Carlos pero torturar a la niña no es la solución.
¡Tus padres están de jubilación! exclamó Inés, como si fuera la solución perfecta viven cerca, ¿no? Que la lleven a la guardería un tiempo.
Lo hablaré con ellos dijo Carlos, dudoso aunque no sé si aceptarán.
Los abuelos, por supuesto, recordaron que Carlos debía resolver sus propios problemas. Pero, ¿qué no harían por su nieta?
Así, abuelo y abuela fueron turnándose para llevar a Violeta a la guardería. Y, milagro: la niña entró sin lágrimas, saludó con la mano y se quedó tranquila.
El concierto infantil comenzó cuando, a la hora de la siesta, Violeta se negaba rotundamente a acostarse. Los educadores llamaron a la abuela, que voló al centro o envió al abuelo. El proceso se volvió una rutina que la pequeña aprendió a su ritmo.
Al final, Violeta sólo asistía hasta las doce. Eso empezó a cansar a los padres de Carlos, que, alegando problemas de salud, dejaron de encargarse de la nieta.
Necesito vigilar a mi nieta, ¡y yo tengo presión! se quejaba la madre de Carlos y mi esposo tiene dolor de espalda Sabes cómo es, Carlos, siempre está quejándose.
Lo sé respondió Carlos, frunciendo el ceño pero, ¿qué hacemos ahora? La guardería cierra a las doce y nosotros seguimos trabajando.
¡Y no me vengas a agradecer! espetó la suegra ¡Mira cómo nos han recompensado por cuidar a la niña casi todo el año!
No fue todo un año mató Inés solo unos meses, y fue idea vuestra, dejar a Violeta en la guardería. Si no lo hubierais hecho, ella seguiría en casa sin problemas.
¿Entonces somos culpables? exclamó la madre de Carlos, saltando de su silla ¡Fuera de aquí, papá, no hay nada que hacer!
Se llevó a su marido a la entrada
***
¿Qué hacemos ahora? preguntó Carlos al cerrar la puerta tras sus padres.
No lo sé suspiró Inés tal vez tenga que renunciar al trabajo.
Eso no es una solución.
Entonces, ¿qué propones?
Llevar a Violeta a la guardería y dejarla allí hasta la noche.
¿Y al día siguiente? ¡¿Tú la vas a llevar tú mismo?! No participaré en eso.
Pero todos los niños van al colegio sin problema.
¡Nuestra hija no es todos! gritó Inés, sollozando.
Justo entonces su madre llamó.
Mañana vengo prometió Lorena tengo permiso y estaba planeando pasar por vosotros. Así que tenemos casi un mes de margen.
Al colgar, Inés aplaudió como una niña:
¡Mañana llega la mamá! le dijo a Carlos ¡estamos salvados!
¡Qué bien! exclamó Carlos, contento ya nos toca conocer a la suegra. Espero que nos caiga bien.
Claro que sí respondió Inés con una sonrisa mi madre es una mundial. Seguro que se inventa algo.
Lorena, como madre prevenida, organizó turnos con su marido para cuidar a Violeta, pues sus hijos no podían hacerlo.
No te enfades, Inés le aconsejó, mirando al yerno la edad es lo que importa. Un día tienes fuerzas y al siguiente ya no.
No me enfado replicó Inés pero no sé cómo vamos a viajar con el trabajo
Yo cambiaré mi horario y mi padre se jubilará en dos semanas. Así que todo irá bien. Cuando él llegue, quizás Violeta ya se haya habituado a la guardería. Entonces él sólo la recogerá. Ya tiene cuatro años.
Así lo decidieron.
Por la mañana, Lorena llevó a Violeta a la guardería; la niña se quedó tranquila. Al mediodía le llamaron: Hay que recogerla.
***
Y ya lleva casi un año Lorena e Ignacio yendo a Madrid cada dos semanas. A veces Ignacio se queda más tiempo; ya está jubilado y libre, lleva a Violeta a la guardería, la recoge a las doce y espera a que lleguen los padres.
Cada noche vuelve a su casa en Madrid, pasea por la ciudad. No es que le encante la ciudad, es que no soporta ver cómo los jóvenes construyen sus vidas sin esfuerzo.
No hacen nada, comenta con amargura a su esposa cuando sólo pasan unas horas juntos no limpian, no cocinan, piden comida a domicilio. Violeta solo ve caricaturas de mala calidad y hace berrinches. No sirven para nada. ¿Tú cómo lo aguantas?
Yo me ocupo de lo que tengo que hacer suspira Lorena ya sea lavar, cocinar o cualquier cosa. Ignacio, ¿qué podemos hacer? La juventud de hoy es otra cosa. Violeta No sé cómo será sin nosotros.
¿Cuándo irá a la escuela? preguntó Lorena.
No lo sé respondió ella, suspirando.
***
Lorena le contó todo a Teresa Vázquez para que comprendiera por qué él y su esposa se ausentan con frecuencia. Buscaba apoyo, comprensión.
Pero Teresa, exmaestra, no la entendió. Al contrario, se enfadó:
¿Qué haces, Lorena? ¡Tu nieto de tres años te manipula y vosotros, adultos, le hacéis caso? ¿Qué significa no quiere ir a la guardería? Lo dejáis allí por la mañana y todo. Llorará un día, dos, y después entenderá que no tiene sentido y se calmará.
No puedo, replicó Lorena me da pena.
¿Pena? Es problema que vosotros mismos habéis creado Si vuestros suegros ayudaran, tal vez la niña iría a la guardería sin llantos. En vez de eso, nos metemos en su juego. No veis que solo empeoráis la situación? ¿Qué haréis cuando la niña entre en primaria? ¿Os sentaréis con ella en su pupitre? No, amiga, desapruebo vuestro método. Reflexionad antes de que sea demasiado tarde.
Ahora Teresa decidió dar su «opinion» al vecino:
Ignacio Serrano, ¿vas a poner orden en tu familia?
¿Orden? replicó él.
Claro. Tu nieta la manejan como quiera, tu hija la usa sin vergüenza, tu yerno te echa la responsabilidad a los hombros, y tú, ya mayor, te vas de viaje cada dos semanas a 700km, y tú miras todo sin decir nada.
Ahora me han echado de casa por haber tosido. ¿Quién? ¿Mi hija?
La suegra respondió sin pensarlo al fin te respetan ¿No habéis jugado ya a ser los abuelos perfectos? ¿No es hora de devolver la responsabilidad a quien la aceptó con gusto? ¿Qué callas, Ignacio Serrano, no tienes nada que decir?
Callo, Teresa contestó el vecino porque no entiendo por qué te metes en nuestra vida. No te he pedido consejo, no lo recuerdo.
Teresa se quedó muda; Ignacio, aprovechando la pausa, añadió con tono conciliador:
Mira, no podemos vivir de otra manera. Amamos a nuestra hija y a nuestra nieta, y nuestro amor no conoce fronteras. Así ayudamos mientras podamos
Ignacio sonrió y bajó despacio las escaleras.
Teresa se quedó allí, sin ganas de seguir discutiendo.
¿Y yo qué? se preguntó ¿es correcto? pensó que la gente quiera arruinar a su nieta y envenenar su propia vida ¿qué importa? .






