Víctor llevaba horas mirando el móvil. Había pospuesto aquella llamada demasiado tiempo. Finalmente, respiró hondo y pulsó el botón. Un tono, otro… “No, no puedo”, se maldijo por su cobardía y estuvo a punto de colgar cuando la voz de Rafa resonó en el auricular:
—¡Hola, tronco! ¿Dónde te metiste?
—Hola. Ya sabes, liado con el curro…
—¿Todo bien? ¿Necesitas algo? —saltó el amigo al instante.
—Nada, tranquilo. ¿Y por ahí?
—Pues aquí tirando. Lo único, la pequeña Mariló nos trae de cabeza. Se ha enamorado, ¿te lo imaginas? Un día llorando, al siguiente bailando por el pasillo. O encerrada en su cuarto o volviendo a las tantas. Y lo peor: muda como una tumba. Oye, ¿y tú sigues soltero?
Víctor tragó saliva como si estuviera a punto de tirarse desde el trampolín de diez metros. Ahí venía la pregunta trampa.
—No, pero voy a cambiar eso —contestó con la voz extrañamente ronca.
—¿En serio? ¿Al fin encontraste a la mujer que doblegó al solterón? Ya era hora, macho. Invítanos a la boda o me enfado.
—Faltaría más. Sin vosotros ni me caso.
—¿No te pasas por aquí?
Víctor sabía que llegaría ese momento. No había vuelta atrás.
—Pues… justo eso. Que ya estoy aquí.
—¿Cómo? ¿Y no avisas, jodío? ¿Te has pillado un hotel? Si se entera Merche te mata. ¿Cuándo vienes?
—Ey, para el carro. No me da la lengua para tanto —rió Víctor—. Ya caeré un día.
Llevaba medio año en la ciudad, pero Rafa no necesitaba saberlo. Entre comprar piso, amueblarlo, el curro y lo de su padre enfermo… Y sobre todo, por Mariló. No podía aparecer antes de tiempo.
—Nada de “un día”, ¿me oyes? Mañana mismo aquí —insistió Rafa con entusiasmo.
—Hoy es tarde. Mañana —prometió Víctor.
—Pues mañana sin falta. Voy a darle la alegría a Merche.
Primer paso dado. Si Rafa supiera la bomba que les acababa de soltar, no estaría tan contento. Mariló podía estar orgullosa de él. Porque él, en cambio, se comportaba como un crío asustado ante los suegros. “Y ella calladita, como una profesional. Joder, si la tenía en brazos recién nacida y ahora quiero casarme con ella”.
Pero vayamos por partes…
***
Se hicieron amigos en primero de carrera: Rafa, Víctor y Merche. Ambos se enamoraron de aquella chica lista y guapa. Le tiraban muchos, pero nadie podía competir con ellos. Hasta se pelearon por ella, aunque Merche, si sospechaba algo, fingía no enterarse. Los trataba igual, sin preferencias. Y hay que reconocerle que nunca jugó con ellos.
La cosa se puso fea, casi llegan a las manos. Al final pactaron: si ella elegía a uno o a un tercero, el otro se apartaría. Pero cada cual intentó conquistarla a su manera. Y Merche seguía impasible. No les quedó más que esperar.
Hasta que en tercero, Merche empezó a fijarse en Víctor. Él se hinchó de orgullo. Rafa, en cambio, se volvió loco de celos, pero un trato es un trato. Dejó de pisar la facultad para no verlos juntos.
Víctor compró una botella de whisky y fue a verlo. Bebieron y hablaron toda la noche. Al final, Víctor entendió que no amaba a Merche como Rafa. Él, literalmente, no podía vivir sin ella.
La solución fue simple: fingió estar con otra. Merche, claro, se puso celosa, le armó un escándalo, lloró, lo acusó de traición. Como él esperaba, encontró consuelo en Rafa.
Y Rafa la quería tanto que al final ella le correspondió con el mismo cariño. Víctor sintió celos, claro, pero sabía que Merche sería más feliz con Rafa. Nunca se arrepintió. Ni Rafa ni Merche supieron nunca lo que hizo por ellos.
Se casaron al terminar la carrera. Víctor fue su padrino. Nueve meses después, nació Mariló. Los dos fueron al hospital con flores. La enfermera dudó a quién entregarle el fajito con la cinta rosa.
Rafa la cogió primero, pero se la pasó a Víctor:
—Toma, tú, que yo estoy temblando.
Víctor miró entre los encajes y vio aquel milagro con labios de fresa, nariz de botón y mejillas de terciopelo. El corazón se le llenó de una ternura que le hizo saltar las lágrimas. “Pudo ser mi hija”, pensó.
A los días, Víctor se marchó. Primero a Valladolid, luego al norte. Cuando volvía, visitaba a sus amigos. Mariló era un calco de Merche: de niña delgada con coletas a joven esbelta y guapa. Les envidiaba su felicidad. Él no encontraba a la mujer perfecta. Había tenido parejas, pero nunca llegó al altar.
***
A Mariló siempre la trató distinto. Quizá por aquel instante en el hospital. Cuando volvió aquella vez, quedó impactado: ya no era una niña. No corrió a abrazarlo como antes. La atribuyó a la edad.
El viaje terminó pronto. Sus padres estaban mayores y enfermos, y Víctor pensó en volver para ayudarlos. Se despidieron en casa porque salía en el primer cercanías a Madrid, y de ahí a Bilbao en avión.
El tren estaba casi vacío. Víctor se acomodó junto a la ventana y cerró los ojos. Al rato, notó que alguien se sentaba frente a él. Al abrir los ojos, vio a Mariló. Se le fue el sueño de golpe.
—¿Qué haces aquí?
—Despedirte. Sé que no me tomas en serio, pero te quiero —soltó, dejándolo boquiabierto.
—Yo también te quiero. Como a la hija de mis amigos —dijo serio—. Tus padres no saben dónde estás. Bájate en la próxima.
—Sabía que dirías eso —respondió ella, sin inmutarse. Ya no era una niña, sino una mujer que jugaba con sus emociones. Habló con tal pasión que Víctor no pudo mentirle.
—Conocí a tu madre. Estuve enamorado de ella. Tengo 37 años. Si respondo a lo que sientes, ¿qué pasará? Cuando tengas mi edad, serás joven y hermosa. Me odiarás por ser un viejo. Tendrás amantes…
—¡Qué imaginación! —lo interrumpió, cambiando al “tú”—. ¿Y si no llego a esa edad? La vida es impredecible. Sea como sea, te romperé el corazón. ¿Por qué no ser felices hasta entonces?
Víctor se quedó sin palabras.
—Podemos hablar, escribirnos. Tengo que acabar el instituto. Pero no esperes que me guste un chaval de mi edad.
—¿Y si yo me caso con otra? —jugó él.
—No lo harás. Dijiste que me quieres.
El tren frenó. Mariló se acercó y lo besó con una seguridad que lo dejó helado. Bajó sin mirar atrás. Víctor la buscó por la ventana, pero la estación estaba vacía. ¿Habría sido un sueño? Pero el sabor de su boca seguía ahí.
Prefirió pensar que era una provocación. ¿Tenía derecho a arruinarle la vida? Pero se calmó: con el tiempo, olvidaría todo.
Ella lo llamó antes de embarcar. Charlaron tonterías. Y de pronto, supo que ninguna mujer le había tocado así elY años después, cuando Víctor sostenía en brazos a su nieto, rodeado de Mariló, Rafa y Merche, comprendió que el amor, en todas sus formas, siempre había sido el camino invisible que los unía.