AMOR QUE SE FUE.

—¿Por qué estás tan callada y pensativa hoy? —preguntó Javier a su mujer mientras cenaban en la cocina, ya bien entrada la noche.

Lucía, su esposa, le sirvió la cena recalentada sin decir palabra.

—¿Llegarás tarde otra vez? —murmuró ella, casi en un susurro.

—He cogido horas extra… habrá un bonus a final de trimestre.

Javier, un empleado de banca de treinta y cinco años, apuesto y con aspecto juvenil, acababa de llegar a casa después del trabajo. Le esperaban su mujer y sus tres hijas: de seis años, cuatro y la pequeña, que apenas cumplía uno. Desde hacía tiempo—dos años, para ser exactos—, no soportaba volver a casa. Se quedaba en la oficina, daba vueltas por Madrid… y solo regresaba cuando la noche ya avanzaba. Estaba harto del griterío infantil, de los pañales, de la ropita de bebé… del llanto nocturno y de Lucía, siempre sumida en el cuidado de las niñas, descuidada: con una bata vieja, el pelo recogido en una cola, ojeras marcadas y ese silencio que lo envolvía todo.

¿Acaso había imaginado, cuando se casó con aquella mujer radiante y alegre del departamento de contabilidad, que la vida conyugal se convertiría en una carga tan pesada… en una decepción tan amarga? No, los primeros años fueron felices: nació su primera hija. Él ayudaba en casa, procuraba que Lucía tuviera tiempo para ir a la peluquería, hacerse las uñas, mimarse un poco los fines de semana. Pero al año, ella quedó embarazada de nuevo—habían decidido tener dos hijos seguidos, “quitarse el tema de encima” y no volver a pensar en ello. La segunda niña fue un bebé inquieto: lloraba sin consuelo hasta los seis meses, y Javier llegaba al trabajo con los ojos rojos de cansancio. Cuando por fin la pequeña se calmó, la vida retomó cierta normalidad. Las niñas empezaron la guardería, Lucía volvió a trabajar… y entonces, la sorpresa: otro embarazo.

Él no quería más hijos, pero ella derramó lágrimas de cocodrilo, armó un escándalo. Él se resistió: “¿Para qué otro niño? —le decía—. Estas son aún muy pequeñas… Hay métodos modernos, intervenciones mínimas. Podemos pagar una clínica privada”.

Pero Lucía no cedió. Al final, él accedió—esperaba un varón esta vez.

El embarazo fue difícil. Ella pasó semanas ingresada en el hospital, y él se quedó al frente de las niñas: guardería, paseos, lavadoras, limpieza… No había nadie que les echara una mano: sus padres vivían en Galicia, a cientos de kilómetros. Su propia madre, mayor y enferma, apenas podía valerse por sí misma.

La tercera niña tampoco fue tranquila—lloraba sin parar, solo se calmaba en brazos de Lucía, que no la soltaba ni un segundo.

Poco a poco, Javier empezó a sentir que aquella casa ya no era su hogar.

“¿Qué he vivido en estos siete años? El primer año salíamos al cine, a cafeterías, a exposiciones… incluso fuimos de vacaciones a la costa. ¿Y después? Niños, llantos, pañales, biberones…” —le daba vueltas en la cabeza.

Ya no la deseaba. La intimidad con ella le resultaba indiferente… Procuraba llegar cuando las niñas ya dormían. No soportaba mirarla… Le daba pena—¿en qué se había convertido aquella mujer que antes deslumbraba? Pero más pena le daba a sí mismo. Tenía que tomar una decisión. No podía seguir así.

En el trabajo, sus compañeros presumían de viajes, de vacaciones en las Maldivas… Todos le preguntaban cuándo llevaría a su familia a la playa, con lo bien que le pagaban. Él callaba: ¿a quién le diría que soñaba con escapar, aunque fuera unos días? Mejor aún, unos meses.

—Javi, estoy embarazada otra vez —dijo Lucía con voz queda, dejándose caer en una silla.

El hombre se quedó petrificado. La cuchara con sopa quedó suspendida en el aire.

—¿Estás loca? ¡Ni siquiera recuerdo la última vez que mantuvimos relaciones! —gritó, fuera de sí.

—Son doce semanas… ya no se puede hacer nada —continuó ella, casi en un susurro.

—¡Te has vuelto loca! ¡Basta ya! Esto no es vida, es una maldición. ¡Mírate! ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a la peluquería? ¡Me aseguraste que tomabas precauciones! Pareces un espectro… No te aguanto más. Me voy. Quédate tú sola con las niñas y haz lo que te dé la gana.

—¿A dónde vas? ¿Y nosotras? —Una lágrima solitaria resbaló por la mejilla de Lucía.

—Os dejo el piso y todo lo que hay dentro. Me llevo el coche y me voy a casa de mi madre. No puedo seguir viéndote —vociferó Javier, cada vez más alto.

Se levantó de un salto y cruzó el pasillo hacia la puerta.

—Ni en mis peores pesadillas imaginé esto. Esto no es vida, es una condena —rugió antes de salir, dejando tras de sí un silencio helado.

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MagistrUm
AMOR QUE SE FUE.