Amor que nació de la traición

—Señora Mendoza, se lo ruego, ¡no me despida! Tengo dos hijos ¡y una hipoteca que pagar! —Carmen García lloraba frente a la directora del colegio, arrugando papeles entre las manos.—Juraré que voy a enmendarlo.

Valeria Mendoza, directora del Colegio Cervantes, movió la cabeza con pesar.—Carmen, falsificaste el título universitario. Es una falta grave que…

—¡Iba a terminar la carrera! ¡Palabra! Solo me faltaba un año para graduarme en Magisterio —la interrumpió Carmen, lagrimas resbalando por sus mejillas.—¡Déme una oportunidad!

La directora observó a la joven con compasión. Carmen trabajaba allí hacía tres años, adorada por los alumnos y bien valorada por las familias. Pero la ley era la ley.

—Tienes un mes para presentar el título auténtico. Si no…

—¡Gracias! ¡Mil gracias! —Carmen corrió hacia la puerta, pero se detuvo.—¿Cómo lo supo?

—Inspección Educativa revisó nuestros expedientes. Hallaron la discrepancia.

Al salir, Carmen casi choca con Bernardo Alonso, profesor de educación física. Alto, canoso y de unos cincuenta y cinco años, él la sujetó del brazo.

—¿Qué pasa, Carmen? Está pálida como la cera.

—Todo se acabó, Bernardo. ¡Me despiden!

—¿Y por qué razón?

Ella titubeó. Confesarle era vergonzoso. Bernardo era íntegro, con reputación impecable tras veinte años en el colegio.

—Un problema con mis documentos —murmuró.

—¿Cuál exactamente? Quizá pueda ayudarle.

Carmen lo miró con ojos húmedos. Bernardo siempre actuaba con paternal bondad: le regalaba turrones, preguntaba por sus hijos. Tras el divorcio, ella añoraba ese apoyo.

—El título… Tengo complicaciones con él.

—¿Lo perdió?

—Sí —mintió, agarrándose a ese hilo.—Durante la mudanza. Y el duplicado tarda meses por la burocracia.

Bernardo se rascó la barbilla pensativo.

—¿Dónde estudió? ¿Qué año terminó?

—En la Universidad de Salamanca —contestó sin pestañear. En realidad, cursó solo tres años; luego vinieron el matrimonio, los niños y el abandono de los estudios.

—Conozco al responsable del archivo allí. Quizá pueda agilizar el duplicado. ¿Con qué apellido figura? ¿De soltera o casada?

Carmen sintió que la mentira la ahogaba.

—De soltera. Carmen García López.

—Hablaré con Simón Álvarez. Dirige el archivo. Somos amigos desde la facultad.

—Bernardo… es usted muy amable —susurró ella.—No sé cómo agradecérselo.

—¡Bah! Somos compañeros. Ayudarnos es natural.

Esa noche, Carmen pacedía por la cocina como una fiera acorralada. Mateo, de siete años, hacía deberes en la mesa; Martina, de cinco, jugaba con muñecas en un rincón.

—Mamá, ¿por qué lloras? —preguntó el niño.

—Nada, cariño. Solo estoy cansada.

—¿Vendrá papá?

—No, Mateo. Papá vive en otra casa, ¿recuerdas?

Al verlos, el corazón de Carmen se encogió. Por ellos falsificó el título. Necesitaba ese empleo estable, con sueldo decente y beneficios sociales.

Al día siguiente, Bernardo se aproximó en el recreo:

—Carmen, hablé con Simón. Revisó los archivos.

Su corazón latió con fuerza.

—¿Y?

—Extrañamente, su apellido no figura en graduados. Quizá se equivocó de año o facultad.

Carmen sintió que el suelo cedía. Debía inventar algo rápido.

—Bernardo, con el estrés del divorcio mi memoria falla. Tal vez fue otra universidad. Le avisaré cuando recuerde.

—Claro, no se preocupe. Las penas nublan la mente.

Su mirada cálida la avergonzó más. Bernardo
Tras admitir su falta, Lucía, con la ayuda de Santiago, consiguió graduarse y, en el proceso, forjaron una familia unida que les enseñó que las segundas oportunidades, cuando se basan en la verdad, pueden llevar a la felicidad más inesperada.

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