Amor en el momento equivocado

**Amor a destiempo**

Natalia asomó la cabeza en la habitación de su madre, comprobó que dormía y cerró suavemente la puerta.

—Natalia —llamó su madre con voz débil.

—Sí, mamá. —Natalia volvió a entrar—. Pensé que estabas dormida. ¿Necesitas algo? Iba a salir un rato con las chicas.

—Ve, yo descansaré —contestó Julia, cerrando los ojos. Incluso levantar los párpados, pesados como plomo, le costaba un esfuerzo sobrehumano.

Natalia soltó el aire aliviada y corrió a vestirse. Tras meses de enfermedad, había aprendido a moverse en silencio. Bajó las escaleras sin hacer ruido. En la entrada la esperaba Miguel, un compañero de clase.

—¿Qué tardabas tanto? —preguntó él, sin saludar.

—Preparaba caldo para mamá. ¿Adónde vamos? —Natalia sonrió, tratando de disculparse.

—¿Sigue enferma?

—Sí, acaba de dormirse. No tardemos, ¿vale? Por si me necesita.

—Bah, dormirá y se sentirá mejor —dijo Miguel con indiferencia.

Natalia mordió su labio. Nadie sabía lo grave que estaba su madre. No quería lástima ni dramas en el instituto.

—Mira, empieza a llover. Vamos a casa de Alejandro, sus padres están en la finca —susurró Miguel, abrazándola e intentando besarla.

Ella apartó la cara bruscamente.

—¿Estás loco? Alguien podría vernos.

—¿Quién? Tu madre duerme. ¿Vamos?

Natalia dudó. La última vez que fueron a casa de Alejandro, Miguel se pasó de la raya. Le gustaba, pero todo iba demasiado rápido.

—Media hora, Natalia. Te prometo que no me pasaré —rogó él. La lluvia arreciaba.

—Vale, pero poco rato —aceptó ella.

—Claro. —Miguel ocultó una sonrisa triunfal.

Alejandro abrió la puerta y sonrió al verlos.

—Pasad.

Natalia se quedó inmóvil. No le apetecía quedarse a solas con dos chicos.

—Ayer descargué una película buenísima —dijo Alejandro.

Miguel se quitó las zapatillas y lo siguió al salón. Natalia pensó en irse, pero tampoco quería volver a casa.

Cerró la puerta y se sentó junto a Miguel, quien al instante pasó un brazo por detrás de su espalda. Alejandro les sirvió cerveza. Natalia rechazó la suya, y Miguel la cogió para él. Ella lo miró de reojo, pero no dijo nada.

La película la atrapó desde el inicio. Solo volvió en sí cuando notó la mano ardiente de Miguel bajo su camiseta. Intentó zafarse, pero él la sujetó del hombro mientras la otra mano le apretaba el pecho con fuerza.

—¡Duele! —gritó.

Miguel aflojó el agarre, y Natalia se levantó de un salto. Alejandro ya no estaba. No lo había visto salir.

—Natalia, perdona —balbuceó él.

—¡Lo prometiste! —reclamó ella, furiosa.

—No exageres. ¿Es que nunca has estado con un chico? Te quiero. —Se levantó también.

Era la primera vez que decía eso, y Natalia no logró rechazarlo. Lo besó, pero el aliento a cerveza era desagradable. Sus manos se volvieron toscas, insistentes.

—No, debo irme… —murmurró, empujándolo.

De pronto, Miguel la levantó en vilo y la tiró al sofá, cubriéndola con su cuerpo. Natalia forcejeó para liberarse. Logró doblar la rodilla y golpearle entre las piernas.

Él maldijo y se apartó. Ella salió corriendo, agarró sus zapatillas y forcejeó con la cerradura.

—¡Vete entonces! —le gritó él.

Natalia bajó las escaleras en calcetines. Al ver que no la seguían, se detuvo y se calzó.

¿Cómo había podido confiar en él? Su madre estaba enferma, y él solo quería una cosa.

En casa, se lavó la cara y el cuello, borrando todo rastro de Miguel. Luego, sentada a oscuras, pensó: ¿y si su madre moría? Quedaría sola. ¿Cómo sobreviviría? En dos meses cumpliría dieciocho, y la pensión de su padre cesaría. No tenía dinero ni para el vestido de graduación. Pero eso no importaba, solo quería que su madre mejorara.

Natalia descubrió el cáncer por su cuenta. Sospechaba que era grave. Buscó los medicamentos en internet y lo confirmó.

Su móvil vibró. Miguel: «Perdona». No respondió. Los mensajes siguieron, alternando disculpas e insultos. Apagó el teléfono.

Antes de dormir, fue a ver a su madre.

—Mamá, ¿duermes?

Julia abrió los ojos con dificultad.

—¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Ir al baño?

Su madre negó levemente y cerró los ojos.

A la mañana siguiente, Natalia despertó por un golpe y entró corriendo en la habitación. Julia, temblorosa, intentaba levantarse agarrándose a la cama. Una silla estaba en el suelo.

Natalia la ayudó a acostarse, sorprendida por lo frágil que se sentía.

—¿Por qué no me llamaste? —regañó.

—Creí que podía… —Julia jadeó, como si hubiera corrido.

—Te traeré té. —Natalia salió corriendo.

Su madre bebió un poco y dejó la taza. Llevaba días sin comer, apenas iba al baño.

El corazón de Natalia pesaba. Quería quedarse, pero tenía exámenes. Decidió faltar a la última clase para volver antes.

Al llegar, su madre dormía. Pero al tocarla, lo supo. Salió corriendo, buscando ayuda. La vecina llamó a una ambulancia.

Después del funeral, Natalia encontró un cuaderno con escritos de su madre. Eran recuerdos dispersos. Empezó a leer.

**…¿Cuántos años tendría cuando conocí a Esteban? Menos que Natalia ahora. Me llamó la atención su apellido: Galdós. Le pregunté si descendía del escritor. Él dijo que no, solo coincidencia.**

**Lo conocí demasiado pronto. Era siete años mayor, me parecía un hombre hecho. Y yo no entendí que era amor verdadero. No me pidió nada. ¿Qué podía darle yo? Era tonta, no lo valoré. Por eso lo perdí.**

**El amor llega a destiempo. Yo quería bailar con chicos de mi edad, que me regalaran peluches, no perfumes franceses. Hasta Natalia es más madura que yo entonces.**

**Luego conocí a José, mi futuro marido. Ningún plan serio. Cuando volvió del servicio militar, ya estudiaba en la universidad. Me pidió matrimonio. Dije que era pronto, que debía terminar la carrera.**

**Se enfadó, pero volvió. Fue mi primer hombre. Soñaba con algo romántico, como en las películas, pero fue vulgar. Ni emoción, ni alegría.**

**Nos casamos. La boda fue un tormento. Por la noche, él dormía mientras yo luchaba con el pelo lleno de laca. Así pasó nuestra primera noche de bodas.**

**Luego vinieron las peleas, el embarazo, el abandono. Me quedé sola con Natalia.**

**Ahora esta enfermedad. Operarme era inútil. Rechacé la quimio. Los médicos me dieron dos meses; llevo casi dos años. Pero siento que es el final. Pobrecita mi niña, se quedará sola. Ojalá aguante hasta que termine el curso…**

Las lágrimas cayeron sobre el cuaderno. Su madre también tuvo**Continuación:**

Natalia cerró el cuaderno, secó sus lágrimas y miró por la ventana, sabiendo que, aunque su madre ya no estaba, su amor y sus palabras la guiarían siempre.

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