Alquilaron un coche, y tras sacar a su esposa del hospital, la llevaron a casa con la ayuda del vecino. “Todo estará bien”, la consoló, “solo vive. Simplemente siéntate y habla conmigo. Solo vive. Yo me encargaré de todo. No me dejes, mi paloma…

Al día de hoy, Baltasar alquila un coche y, cuando le dan de alta a su esposa en el hospital, la lleva a casa con la ayuda del vecino.
Todo va a ir bien le dice, consolándola, solo vive. Quédate aquí y habla conmigo. No me dejes, mi pichona

Luz, con 35 años, cree que el amor femenino ya no le llegará, pero el destino tiene otros planes. Se conocen cuando ambos rondan los cuarenta. Baltasar lleva tres años viudo; Luz nunca se ha casado, aunque sí ha tenido a su hijo. Como dice la gente, crío a su hijo para ella. En su juventud mantuvo una relación con el apuesto moreno Óscar, quien le prometió matrimonio y la enamoró. Ella se dejó llevar por promesas vacías; al final descubrió que el galán de la ciudad estaba casado.

Incluso la esposa legal de Óscar llegó a la casa de Luz pidiéndole que no destruyera su familia. La joven, inexperta, se rindió, aunque decidió quedarse con el bebé.

Así, Luz da a luz a Eugenio. El niño se convierte en su única alegría y consuelo. Eugenio crece bien educado, estudia con acierto y, al terminar el instituto, entra en la Universidad de Economía. Baltasar visita a Luz en varias ocasiones y le propone volver a vivir juntos. Ella vacila, aunque le agrada, y un día se avergüenza de su hijo al pensar que quizá, por fin, será feliz.

Una tarde, Eugenio habla con su madre: Mamá, yo no voy a vivir más en casa. El tío Baltasar es un hombre fiable, solo que no te haga daño. Lo importante es que tú seas feliz. Su padre, también llamado Baltasar, está de acuerdo.

Se casan, organizan una pequeña boda y celebran. Luz trabaja en la biblioteca del pueblo y Baltasar es agrónomo. Comparten las tareas del hogar, cuidan el ganado, cultivan la huerta y se respetan mutuamente, aunque el Señor no les ha dado hijos en común.

Ambos hijos se casan y llegan los nietos. Cada fiesta los reúne alrededor de la mesa con huevos frescos, leche, nata, jamón ibérico y pollo. La casa se llena de invitados, y Baltasar y Luz se sientan a comer, alegres de tener con quién compartir la celebración.

Al anochecer, cuando la pareja se acurruca para dormir, cada uno piensa en silencio: «Mejor irse primero y no quedar jamás solos».

Los años pasan y, una mañana, Luz sufre al cocinar el cocido. La anciana se desploma. Baltasar llama a la ambulancia con la ayuda de los vecinos. Los médicos le diagnostican un infarto cerebral; todas sus funciones están intactas salvo la capacidad de caminar. Eugenio y su esposa llegan, le entregan unos 200 euros para los medicamentos y se marchan.

Baltasar alquila de nuevo un coche y lleva a Luz, recién salida del hospital, a su casa con el vecino.
Todo va a estar bien la anima, solo vive. Quédate aquí y habla conmigo. No me dejes, mi pichona

Durante el mes siguiente, Luz pasa a una silla de ruedas, ayuda a Baltasar en la cocina, pelan patatas y zanahorias, separan los guisantes y hasta hornean pan. Por la noche discuten cómo afrontar el invierno, pues Baltasar ya no tiene fuerzas para talar leña.

«Quizá los hijos nos lleven al invierno a sus casas y, en primavera y verano, podamos el bosque y campo», sugiere Baltasar.

El fin de semana llega Eugenio con su esposa, Elena. Al recorrer la habitación, Elena comenta:
Tendrán que separarse, pues llevaremos a mi madre la próxima semana. Prepararé la habitación y nos iremos.

Baltasar susurra, sin mucho entusiasmo: ¿Y yo? Nunca nos hemos separado. ¿Cómo pueden los hijos?

Antes teníais fuerzas para la granja, ahora las cosas cambian. Que el hijo también os lleve. Nadie os obligará a ir juntos.

Eugenio y Elena se marchan, y Baltasar y Luz suspiran amargamente, imaginando qué hacer. Cada uno, al conciliar el sueño, sueña con no despertarse para no ver tanto sufrimiento.

El siguiente fin de semana llegan los dos hijos. Empiezan a recoger pertenencias. Baltasar se sienta al lado de la cama de Luz, la mira y rememora sus años jóvenes, y llora. Se acurruca a su esposa enferma y susurra:
Perdóname, Luz, por todo lo que ha pasado No cuidamos bien a los hijos. Nos tratan como gatitos. Perdóname, te amo

Luz intenta acariciar su mejilla, pero ya no tiene fuerzas. Baltasar se levanta, se seca las lágrimas con la manga y, al subirse al coche, ya no las limpia.

El hijo, su esposa y el vecino envuelven a Luz en una manta y la llevan fuera de la casa, empujándola de pies. La enferma piensa que es simbólico; no se resiste. Cuando el coche parte, Luz ya no siente dolor, solo desea no llegar a la noche.

Una semana después, en un día de otoño agradable, en la festividad de la Virgen del Pilar, su sueño se cumple. Luz y Baltasar se encuentran en otro mundo, donde la vida continúa sin despedidas.

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MagistrUm
Alquilaron un coche, y tras sacar a su esposa del hospital, la llevaron a casa con la ayuda del vecino. “Todo estará bien”, la consoló, “solo vive. Simplemente siéntate y habla conmigo. Solo vive. Yo me encargaré de todo. No me dejes, mi paloma…