Alguien te necesitaba al fin

**El Sueño de una Tonta**

—Al menos alguien te necesitó —murmuró Sofía con amargura, retirando su mano de la mesa—. Mi hijo no te conviene. Te arruinará la vida.

—¡No es verdad, Sofía Elena! ¿Cómo puede hablar así de Javier, su único hijo?

—Precisamente por eso te advierto. Lo conozco demasiado bien para dudar.

Sofía salió de la cocina con paso lento, dejando a Lucía sentada en su vestido nuevo, el que había comprado en Zaragoza solo para impresionar a Javier.

Hacía años que Lucía lo amaba en secreto. Desde que era una niña de diez años, inocente pero con el corazón prendado. Ellos se habían conocido cuando su familia se mudó a Alpartir desde un pueblo cercano, donde su padre perdió el trabajo. Sofía, viuda desde hacía tiempo, vivía allí con su hijo.

—Buena gente —había comentado su madre al volver de visitar a Sofía. Aunque llevaba quince años más, pronto nació una amistad entre ellas, y Lucía empezó a ver a Javier con frecuencia.

Un año después, él se marchó a estudiar a la universidad en Madrid. Lucía siguió visitando a Sofía, sin olvidarlo nunca.

Cuando Javier se casó al graduarse, fue un golpe para Lucía. Creía en el amor eterno, como el de sus padres, abuelos… incluso el de Sofía, que hablaba de su marido como un hombre desaparecido en algún conflicto lejano.

—Ni siquiera me presentó a su esposa —se quejó Sofía un día—. Una chica de ciudad, engreída.

—Ve tú a visitarlos —sugirió la madre de Lucía.

—¿Para qué? Si no me invitó a la boda, es señal.

Lucía se compadecía, pero más le dolía pensar que Javier nunca volvería. Sin embargo, al año, regresó a Alpartir con maletas y pocas palabras.

—Tu hijo ha vuelto —le dijo su madre al llegar a casa. Lucía salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Lo encontró en el porche, fumando un cigarrillo.

—¡Lucita! —sonrió él, con una mirada cansada. Había cambiado: barba, algunas canas, pese a sus veinticinco años.

—Hola, Javier —dijo ella, conteniendo las ganas de tocarlo—. ¿Te quedas?

Él se encogió de hombros.

—No sé. Me divorcié. Vivía con sus padres y al final todo se torció. Nada le gustaba.

Lucía lo miró embelesada. ¿Cómo alguien podía ver algo malo en él? Era perfecto.

—¿Vamos al cine? —propuso.

—No. Tengo cosas que hacer.

Sofía no se alegraba de su regreso. Intentó que trabajara en el campo, luego en la ciudad, pero nada le satisfacía.

—Estoy harta de su insatisfacción —confesó un día—. Ahora entiendo por qué se divorció.

—¡No es cierto! —protestó Lucía—. ¡Javier es bueno!

Sofía sonrió con tristeza.

—Es un egoísta, como su padre.

Javier se fue de nuevo sin despedirse. Lucía lloró, pero siguió esperando.

Luego, el desastre: sus padres murieron en un accidente. Tenía dieciocho años, planes de estudiar… sin Sofía, no habría sobrevivido al dolor.

Javier apareció en el funeral con otra mujer. Lucía lo entendió. Dos semanas después, supo que se casaba.

Se quedó en Alpartir, trabajando en el campo. Hasta que Sofía le anunció que Javier volvería para Navidad.

—¿Solo? —preguntó Lucía.

—Claro. Si viniera con alguien, no pisaría este pueblo.

Su corazón saltó. Por fin.

—No te ilusiones —advirtió Sofía.

Pero Lucía ya había comprado un vestido nuevo.

—No te conviene —insistió Sofía—. Te destrozará.

En Nochevieja, Javier llegó borracho y enfadado. Bebieron. Esa noche, se quedó.

Al amanecer, Lucía despertó transformada. Él se fue a los dos días, sin decir adiós.

En febrero, supo que estaba embarazada. Lo llamó y se vieron en una cafetería.

—Solo tengo veinte minutos —dijo él, frío.

Cuando se lo dijo, él apenas reaccionó.

—Si crees que me casaré contigo, olvídalo. Tengo otra.

Regresó a Alpartir hecha polvo. Sofía lo supo al instante.

—¿Vas a abortar?

—No sé… Es suyo.

Sofía suspiró.

—Yo también amé a un hombre casado. Tuve a Javier. ¿Me arrepiento? Sí. Pero fue mi decisión.

Lucía entendió. Decidió tener a la niña.

En octubre nació Laura. Al año siguiente, murió Sofía. Javier llegó a el funeral con otra mujer.

Volvió seis meses después, por la herencia.

—La casa es de Lucía —le dijo el notario.

—¿Cómo? ¡Soy su hijo!

—Intenté llamarte.

Furioso, fue a su casa. Un hombre desconocido abrió.

—¿Te has casado? —preguntó Javier, sarcástico—. Al menos alguien te quiso.

Lucía asintió.

—Sí. Alguien me quiso. ¿Viniste por la herencia?

—Es injusto. Yo soy su hijo.

—Que solo lo recordaste cuando murió.

—Demandarè.

Lucía lo miró con lástima.

—Tienes una hija. ¿Te importará?

Él torció la boca.

—No es asunto tuyo.

Lucía sonrió, preguntándose por qué lo había amado. No había nada en él que valiera la pena. Menos mal que despertó a tiempo.

Aunque… ¿qué sería de la vida sin errores?

Rate article
MagistrUm
Alguien te necesitaba al fin