Alas Rotas de Amor: Cuando el Pasado Llama a la Puerta

Alas rotas del amor: cuando el pasado llama a la puerta

Marina volvió a casa antes de lo habitual. El proyecto en el que había trabajado sin descanso estaba finalmente terminado, y decidió darse un capricho, y uno para su marido, Vlad. Entró en el supermercado, compró sus golosinas favoritas —queso, frutas, marisco— y, silbando, subió las escaleras.

—¡Vlad, ¿estás en casa?!— llamó, al ver sus zapatos y chaqueta en el recibidor.

Silencio. Ni la tele, ni pasos, ni el habitual: «¿Ya has vuelto? ¿Qué has traído?»

Marina se tensó. Dejó las bolsas en el suelo y recorrió el piso. Había ropa de Vlad por todas partes—camisas, calcetines, el cinturón. En el dormitorio, por fin lo encontró. Estaba de espaldas, frente al armario abierto, con una maleta en una mano y camisas en la otra.

—¡Ahí estás! Voy a preparar la cena—dijo alegre, pero su voz tembló—. ¿Otra vez de viaje?

Vlad se giró. Su rostro estaba extrañamente sereno. Se acercó, le tomó las manos.

—Marina, ve a la cocina. Prepara algo. Luego hablamos. Tengo que explicarte algo.

Ella no entendía nada, pero fue.

En la cocina, sus manos temblaban, las piernas no le respondían. Encendió el horno, preparó el pescado al horno que tanto le gustaba a Vlad, cortó ensalada fresca, sirvió el queso. Respiró hondo. «Seguro que estoy exagerando», intentó tranquilizarse.

Pero en algún lugar profundo, una tormenta se avecinaba.

Pasaron veinte minutos. Desde el dormitorio, solo silencio. Entonces abrió la ventana—entró una brisa cálida. Y, casi sin hacer ruido, Vlad apareció detrás. La rodeó con sus brazos.

—La cena está lista—murmuró, intentando girarse. Pero él no la soltó. Al contrario, la apretó más fuerte.

—Marina… Siempre has sido inteligente. Comprensiva. Espero que lo entiendas ahora. Me voy.

El tiempo se detuvo.

—Es más fuerte que yo… Perdóname.

Llevaba meses dudando, torturándose, sin atreverse a decidir. Se debatía entre el pasado y el presente. Pero hoy todo quedó claro.

—Eres maravillosa. Buena. Inteligente. Pero no te amo. Quizá te amé. O creí que era amor…

Se apartó bruscamente, agarró la maleta y salió corriendo, dejando a Marina paralizada. A sus espaldas, la comida que había preparado con tanto cariño se enfriaba.

Se quedó ahí, con los ojos vacíos, en un silencio que solo contenía desolación.

Esa noche no durmió. Lloró, gritó en la almohada, miró al techo. Al amanecer, cuando por fin empezaba a dormirse, llamaron a la puerta.

Era Vlad. Con la misma ropa que llevaba al marcharse. A su lado, una rubia delgada, de ojos azules fríos.

—Esta es Ingrid—dijo él—. ¿Recuerdas que te hablé de mi amor de instituto?

Sí, lo recordaba. Ingrid lo había destrozado. Después de su traición, ella lo recogió pieza por pieza cuando se conocieron en el aparcamiento del supermercado. Casi chocó contra su coche.

Lo acogió en su vida, le dio cariño, ternura, un hogar. Y él… volvió con quien lo abandonó.

—Nos reencontramos—continuó Vlad—. Ingrid se divorció. Empezamos a hablar. Los viajes que decía que eran de trabajo… eran para verla.

—¿Por qué han venido?

—Para que escuches la verdad de mí, no de otros. Ingrid quería agradecerte lo que hiciste por mí entonces—. Ingrid asintió en silencio.

—Quieres que sea feliz, ¿verdad?—preguntó Vlad, buscando su mirada.

Marina cerró la puerta sin decir nada.

—¿En qué es mejor que yo?—lloró en los brazos de su amiga Alba—. Sí, es guapa. Llamativa. ¡Pero lo traicionó, lo dejó! ¡Y ahora él lo perdona todo!

Alba quiso decirle: «Te lo advertí. No te enamores de un hombre que no ha superado su pasado». Pero calló. Solo le acarició el hombro y susurró:

—Pasará. Tú también serás feliz. Lo serás.

—Pero yo ya encontré al mío. ¡Era mi príncipe!

Dos semanas sin salir de casa. Luego volvió al trabajo. Caminaba como un fantasma, ignorando los murmullos. Vacía por dentro.

—Esto no puede seguir—dijo Alba meses después—. Prepárate. Nos vamos a la playa.

Marina se resistió. Miró el teléfono, las fotos de Vlad e Ingrid, su vientre redondeado.

—Van a tener un bebé, Alba… Les va bien…

—¡Y a ti también! ¡Pero solo si dejas de mirar atrás!—cortó su amiga.

Poco a poco, todo cambió. Marina revivió. Empezó a sonreír. Se abrió a un compañero de trabajo que llevaba tiempo mostrándole interés. Y llegó la boda.

Alba, con una pequeña barriga, comía su tercer helado en el salón de novias mientras Marina se probaba el vestido.

—¡Serás la más guapa!—reía—. Verás, todo irá bien.

Pero el destino ama las ironías.

Cuando Marina volvió a casa, Vlad estaba sentado en su puerta. Con una niña de tres años en brazos.

—Es mi hija, Verónica. Ingrid nos dejó. Dijo que quería empezar de cero. Sin nosotros.

—¿Y has venido… a mí?—su voz tembló.

—No tengo a nadie más. Ayúdame…

—Me caso en cuatro días, Vlad.

Asintió. Bajó la mirada.

—Lo entiendo. Pero… no puedo solo. No—Quedaos esta noche—dijo finalmente Marina, abriendo la puerta—, pero mañana buscáis otra solución.

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