Al firmar el acta nupcial, algo se movió bajo su vestido…

Mientras la novia firmaba el certificado de matrimonio, algo se movió bajo su vestido…

El salón de la boda estaba lleno de murmullos emocionados. Una luz serena entraba por los altos ventanales bañados de sol, y las sillas doradas estaban ocupadas por familiares y amigos elegantemente vestidos. Los invitados cuchicheaban suavemente, algunos alzaban sus móviles para capturar el momento con sus cámaras. El ambiente vibraba de anticipación, el aire cargado de alegría.

La novia, Lucía, estaba de pie junto al novio, Javier, agarrando su mano con fuerza. Lucía lucía radiante: su vestido blanco de estilo sirena caía con gracia sobre su figura esbelta, y su largo velo arrastraba ligeramente por el suelo. Una sonrisa feliz iluminaba su rostro, aunque un destello de preocupación asomaba en sus ojos.

“Todo va a salir bien”, susurró Javier, apretándole los dedos con suavidad.

Lucía asintió, pero antes de poder responder… algo se movió. No detrás de ella. No a su lado. Justo debajo. Un pequeño movimiento, casi imperceptible, como si algo—o alguien—se escondiera entre los pliegues de la tela.

Lucía dio un respingo, retrocediendo medio paso. Javier notó al instante la tensión en su brazo y frunció el ceño.

“¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?”

Pero antes de que Lucía pudiera contestar, el movimiento continuó, esta vez con más fuerza. La falda del vestido se agitó levemente, como si algo intentara liberarse. Los invitados se quedaron paralizados, boquiabiertos.

Una de las damas de honor, Carmen, se llevó la mano a la boca, sorprendida. Una tía abuela, Rosario, se persignó y murmuró algo al cielo. El aire se volvió denso, como si de repente se hubiera creado un vacío. Javier palideció.

Lucía permaneció inmóvil, helada, un escalofrío recorriéndole la espalda.

Y entonces… un susurro.

Un sonido pequeño pero claro—no había duda: algo estaba allí, justo bajo el vestido.

“¿Esto es una broma?”, murmuró nervioso uno de los testigos, Antonio, mirando a su alrededor.

Pero nadie se rió. Todos contuvieron el aliento, como en el momento crucial de una película.

Y entonces… ¡el vestido se movió de golpe, con decisión!

Lucía gritó, dio un paso atrás y levantó el vestido.

El salón estalló en un murmullo colectivo. Javier apretó los puños, y la funcionaria del registro, una mujer elegante llamada Isabel, se quedó inmóvil, sosteniendo el sello en el aire.

De bajo del vestido, como saliendo de un pasadizo secreto, apareció primero una sombra negra, seguida de un… maullido.

Un pequeño bulto negro saltó al suelo.

Alguien chilló, otro invitado retrocedió, derramando una copa de cava. El líquido se extendió sobre el mantel de damasco.

Lucía se abrazó a Javier, temblorosa.

“¡Ayyy! ¿Qué es eso?”

El pequeño bulto, tambaleándose, dio unos saltos torpes hasta detenerse en medio de la sala. Movió la cola y… volvió a maullar.

Silencio.

Javier parpadeó. Lucía, que había estado mirando aterrada a los invitados, no daba crédito a lo que veía.

Ahí, en el suelo, ante todos…

…un gatito negro los observaba con curiosidad.

“¿Es un gato?”, gritó alguien desde atrás, aún en shock.

Javier miró a Lucía, desconcertado.

“¿Por qué hay un gato bajo tu vestido?”

Lucía abrió la boca, pero no supo qué decir.

Entonces, una vocecilla tímida surgió desde la primera fila de invitados:

“Eh… quizás es mío…”

Todos se giraron.

Allí estaba la hermanita pequeña de Lucía, la pequeña Martina, con sus medias blancas y abrazando un peluche de conejo. Su mirada estaba llena de culpa, y susurró con timidez:

“No quería dejarlo solo en casa… se metió en la cesta del velo… pensé que ya se había escapado.”

Los invitados primero la miraron sorprendidos, y luego estallaron en carcajadas. La tensión se desvaneció como un globo pinchado.

Javier suspiró. Lucía, aún temblorosa, se agachó y recogió con cuidado al gatito.

El pequeño felino maulló una vez más y se acurrucó en su mano como si nada hubiera pasado.

“Aquí tienes, pequeño testigo peludo”, rio Lucía, acariciando su cabeza.

Isabel, la funcionaria, sonrió, meneando la cabeza:

“Espero que no haya más objeciones al matrimonio, ¿verdad?”

El salón volvió a reír.

Javier y Lucía se miraron y finalmente rieron juntos.

Mientras las risas se apagaban, Lucía seguía sosteniendo al gatito negro, que se enroscaba como si no quisiera soltarla nunca.

“Sabes”, dijo Javier, acariciando al animal, “si empezamos así, quizás esta boda no sea tan aburrida”.

“Yo diría que ha sido bastante… felina”, contestó Lucía, riendo.

Los invitados se acercaron, y Martina, la hermanita, se arrimó tímidamente, sin soltar su peluche.

“Lo siento…”, dijo con voz queda, mirando a Lucía con sus grandes ojos azules. “No quería que pasara nada malo…”

Lucía se agachó a su altura, todavía con el gato en brazos.

“Martina, no pasa nada. Pero la próxima vez avísame si quieres traer una mascota escondida a mi boda, ¿vale?”

“Vale…”, asintió Martina, y luego añadió en un susurro. “Pobre Pepe tenía miedo de quedarse solo en casa.”

“¿Pepe?”, preguntó Javier, arqueando una ceja.

“Es el gato. Lleva dos semanas con nosotras. Lo encontré frente al colegio.”

“¿Y por qué no nos lo dijiste?”, preguntó Lucía, rascando a Pepe detrás de las orejas.

“Porque mamá dijo que no podíamos quedárnoslo… pero yo le daba comida a escondidas y lo escondí en mi cesta. Hoy se metió bajo el velo.”

Isabel, la funcionaria, aclaró su garganta y dijo con una sonrisa:

“Entonces, si no les importa, ¿podemos continuar con la ceremonia? ¿O alguien más quiere salir de debajo del vestido de la novia?”

Los invitados rieron de nuevo.

Lucía le pasó a Pepe a Martina con cuidado y volvió al lado de Javier. Antes de tomar su mano, le susurró:

“¿Seguro que quieres casarte después de este comienzo?”

Javier sonrió y asintió:

“Si sobreviví al ataque de un gato en plena boda, puedo con todo. Que siga la fiesta.”

La ceremonia continuó. La funcionaria leyó los votos, los novios se miraron a los ojos, y al decir “sí, quiero”, los invitados estallaron en aplausos.

Martina, con el gato en brazos, agitó su peluche con alegría.

Isabel se acercó a la pareja, les entregó el libro para firmar y dijo con picardía:

“Espero que no tengamos que llamar a un representante de protección animal como testigo.”

Lucía y Javier rieron, y luego firmaron los documentos.

Después de la ceremonia, los invitados se trasladaron al jardín, donde les esperaban copas de cava y dulces. Todos hablaban del incidente del gato, y el videógrafo ya planeaba cómo editar el vídeo para la sección de “bodas más divertidas” en internet.

Una de las damas de honor, Carmen, se

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