Mientras la novia firmaba el certificado de matrimonio, algo se movió bajo su vestido…
El salón de la boda rebosaba de murmullos emocionados. Una luz serena entraba por los altos ventanales bañados de sol, y las sillas doradas estaban ocupadas por familiares y amigos elegantemente vestidos. Los invitados cuchicheaban entre sí, algunos alzando sus móviles para inmortalizar el momento. El ambiente vibraba de emoción, el aire cargado de alegría.
La novia, Lucía, estaba junto al novio, Alejandro, apretándole la mano con fuerza. Lucía estaba radiante: su vestido blanco de corte sirena ceñía su figura con elegancia, y el velo largo rozaba el suelo. Una sonrisa feliz iluminaba su rostro, aunque una sombra de preocupación asomaba en sus ojos.
“Todo va a salir bien”, susurró Alejandro, apretándole los dedos con ternura.
Lucía asintió, pero antes de poder responder… algo se movió. No detrás de ella, ni a su lado, sino justo debajo. Un pequeño movimiento, casi imperceptible, como si algo—o alguien—se escondiera entre los pliegues de la tela.
Lucía dio un respingo, retrocediendo medio paso. Alejandro notó la tensión en su brazo y frunció el ceño:
“¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?”.
Pero antes de que Lucía pudiera contestar, el movimiento se repitió, esta vez con más fuerza. El bajo del vestido se agitó levemente, como si algo intentara escapar de su escondite. Los invitados quedaron paralizados. Una de las damas de honor, Carmen, se llevó la mano a la boca, sorprendida. Una tía abuela, Rosario, se persignó y murmuró algo al cielo. El aire se volvió denso, como si de pronto se hubiera creado un vacío. Alejandro palideció.
Lucía permaneció inmóvil, un escalofrío recorriéndole la espalda. Y entonces… un sonido. Un leve susurro, pero claro: algo estaba ahí, justo bajo el vestido.
“¿Esto es una broma?”, musitó nervioso uno de los testigos, Javier, mirando a su alrededor.
Nadie se rió. Todos contuvieron el aliento, como en el momento cumbre de una película.
Y entonces… ¡el vestido se movió de golpe, con decisión!
Lucía gritó, dio un paso atrás y levantó el vestido. El salón estalló en un murmullo colectivo, Alejandro apretó los puños, y la secretaria del registro, una mujer elegante llamada Margarita, se quedó petrificada con el sello en la mano.
De bajo del vestido, como saliendo de un pasadizo secreto, apareció primero una sombra negra, seguida de un… maullido.
Un pequeño bulto negro saltó al suelo. Alguien chilló, otro invitado retrocedió derramando su copa de cava, que manchó el mantel de damasco.
Lucía se abrazó a Alejandro.
“¡Aaah! ¿Qué es eso?”.
El pequeño bulto dio unos torpes saltos hasta el centro de la habitación y se detuvo. Meneó la cola y… volvió a maullar.
Silencio.
Alejandro parpadeó. Lucía, que había estado mirando aterrada a los invitados, no daba crédito a lo que veía. Allí, en el suelo, frente a todos… había un minino negro que los observaba con curiosidad.
“¿Es un gato?”, gritó alguien desde atrás, aún en shock.
Alejandro miró a Lucía con los ojos como platos:
“¿Por qué había un gato bajo tu vestido?”.
Lucía abrió la boca, pero no supo qué decir. Entonces, una vocecita tímida sonó desde la primera fila de invitados:
“Eh… quizás es mío…”.
Todos giraron la cabeza. Allí estaba la hermanita pequeña de Lucía, la pequeña Sofía, con sus medias blancas y su conejo de peluche abrazado. Su mirada estaba llena de culpabilidad, y murmuró:
“No quería dejarlo solo en casa… se metió en la cesta del velo… Pensé que ya se había escapado.”.
Los invitados la miraron sorprendidos un instante antes de estallar en carcajadas. La tensión se desvaneció como un globo pinchado. Alejandro suspiró. Lucía, aún temblorosa, se agachó y recogió al gatito con cuidado. El pequeño felino maulló otra vez y se acomodó en sus manos como si nada hubiera pasado.
“Aquí tienes, testigo peludo”, rio Lucía, acariciando su cabecita.
Margarita, la secretaria, sonrió y dijo, moviendo la cabeza:
“Espero que no haya más objeciones al matrimonio, ¿no?”.
El salón volvió a reír. Lucía y Alejandro se miraron y, al fin, rieron juntos.
Con la risa aún flotando en el aire, Lucía siguió sosteniendo al minino, que se enroscó como si no tuviera intención de marcharse nunca.
“Sabes… si empezamos así, quizás esta boda no sea tan aburrida”, bromeó Alejandro, acariciando al animal.
“Yo diría que ha sido… bastante ‘gatuna’”, respondió Lucía entre risas.
Los invitados se acercaron, y Sofía, la hermanita, se arrimó tímidamente, todavía con su conejo de peluche.
“Lo siento…”, murmuró, con sus grandes ojos azules llenos de remordimiento. “No quería que pasara nada malo…”.
Lucía se agachó a su altura, con el gato en el regazo.
“Sofía, no pasa nada. Pero la próxima vez que quieras traer un animal escondido a mi boda, avísame, ¿vale?”.
“Vale…”, asintió Sofía, bajando la voz. “Es que Pepito tenía miedo de quedarse solo en casa.”.
“¿Pepito?”, preguntó Alejandro, arqueando una ceja.
“Es el gato. Lleva dos semanas con nosotras. Lo encontré cerca del colegio.”.
“¿Y por qué no nos lo dijiste?”, preguntó Lucía, rascando la cabecita de Pepito.
“Porque mamá dijo que no podíamos quedárnoslo… pero yo le daba de comer a escondidas. Hoy se escondió bajo el velo.”.
Margarita, la secretaria, carraspeó y dijo con una sonrisa:
“Entonces, si no les importa, ¿seguimos con la ceremonia? ¿O alguien más quiere salir de debajo del vestido de la novia?”.
Las risas volvieron a llenar el salón.
Lucía le entregó a Pepito a Sofía y volvió al lado de Alejandro, pero antes de tomar su mano, susurró:
“¿Seguro que quieres casarte después de este comienzo?”.
Alejandro sonrió y asintió:
“Si he sobrevivido a un ataque gatuno en plena boda, puedo con cualquier cosa. Que siga la fiesta.”.
La ceremonia continuó. Los votos se pronunciaron, los novios se miraron a los ojos, y al decir “sí, quiero”, los invitados estallaron en aplausos. Sofía, con el gato en brazos, agitó feliz su conejo de peluche.
Margarita se acercó a los novios, les entregó el libro de registro para firmar y, con una sonrisa pícara, dijo:
“Espero que no tengamos que llamar a un representante de protección animal como testigo.”.
Lucía y Alejandro rieron mientras firmaban los papeles.
Después de la ceremonia, los invitados se trasladaron al jardín, donde les esperaban copas de cava y dulces. Todos comentaban lo del gato, y el videógrafo ya planeaba cómo editar el vídeo para la categoría de “bodas más divertidas” de internet.
Una de las damas de honor, Carmen, se acercó a Lucía:
“Oye, creo que el gato ha traído suerte. ¡Ha sido la boda más memorable de