Al final de este verano Trabajando en una biblioteca, Dana siempre había considerado su vida aburrida, ya que ahora apenas había visitantes, la mayoría prefiriendo Internet. De vez en cuando recolocaba los libros en las estanterías, quitándoles el polvo. El único aspecto positivo de su trabajo era que leía una cantidad increíble de libros de todo tipo: románticos, filosóficos… Y al llegar a los treinta años, de repente entendió que esa misma pasión romántica había pasado de largo de su vida. A su edad, ya tocaba formar una familia: su aspecto era discreto, su trabajo poco remunerado. Cambiar de empleo jamás se le pasó por la cabeza, todo le resultaba cómodo. La mayoría de los visitantes eran estudiantes, rara vez algunos escolares o jubilados. Recientemente se había celebrado un concurso profesional a nivel de provincia y, para sorpresa de Dana, ganó el premio principal: un viaje de dos semanas, con todo pagado, a la costa del mar. —¡Qué bien! ¡Por supuesto que iré! —contó emocionada a su amiga y a su madre—. Con mi sueldo no me llegaría ni de lejos, y esta vez la suerte me sonríe. El verano llegaba a su fin. Dana paseaba por la orilla de una playa desierta; los veraneantes estaban, en su mayoría, sentados en los cafés, pues ese día el mar estaba especialmente agitado. Era el tercer día de Dana en el mar y decidió pasear a solas, reflexionar y soñar. De pronto vio cómo una ola barría del muelle a un chico. Sin pensar en sí misma, corrió a ayudarle, menos mal que no estaba lejos de la costa; aunque ella no era una gran nadadora, sabía mantenerse a flote desde pequeña. Las olas ayudaban a arrastrar al chico hacia la orilla, aunque a veces lo devolvían al mar. Pero Dana logró superarlas, casi de pie con el agua hasta el pecho, pensaba en no perder el equilibrio. Finalmente, lo consiguió. En su bonito vestido, ahora pegado a su cuerpo, miró al chico y se sorprendió. —Es solo un adolescente, catorce años como mucho, alto y hasta un poco más que yo —pensó—. Y preguntó: —¿Cómo se te ocurre bañarte con esta marea? Él se puso en pie, le dio las gracias y, tambaleándose, se alejó. Dana se encogió de hombros mirándole marchar. A la mañana siguiente, al despertarse en su habitación, sonrió. El día era espléndido, el sol brillaba, el mar azul invitaba al baño, apenas ondulado, nada que ver con el día anterior. Como si el mar pidiese disculpas por las olas de ayer. Tras el desayuno, Dana fue a la playa y se tumbó feliz al sol. Más tarde, decidió dar un paseo y fue a un parque donde vio una caseta de tiro. En el colegio y la universidad siempre había disparado bien, aunque el primer tiro fue un fallo total, el segundo dio en el blanco. —Mira hijo, así se dispara —oyó una voz masculina a su espalda. Al volverse, descubrió sorprendida al chico de la playa. En los ojos del chico se vislumbró miedo: también reconoció a Dana, quien rápidamente comprendió que el padre no sabía nada de lo ocurrido el día anterior. Dana le sonrió. —¿Nos enseñas un truco de puntería? —preguntó el simpático y alto padre—. Mi hijo, Javi, no sabe disparar, ni yo tampoco, para mi vergüenza —añadió con una sonrisa amistosa. Luego pasearon juntos y acabaron sentados en una cafetería, disfrutando de un helado y subieron a la noria. Dana pensó que pronto aparecería la madre de Javi, pero ambos estaban tranquilos, sin esperar a nadie. El padre, que se presentó como Antonio, resultó ser un conversador interesante; cada minuto le agradaba más. —¿Llevas mucho tiempo de vacaciones aquí, Dana? —No, es mi primera semana, aún me queda otra. —¿De dónde vienes, si se puede saber? Resultó que, por casualidad, padre e hijo vivían en la misma ciudad que ella. Los tres se echaron a reír. —¡Qué cosas! En la ciudad ni nos cruzamos y aquí nos encontramos—sonreía Antonio, a quien le agradaba aquella joven tan simpática y sosegada. Javi también se animó a la conversación, entendiendo que Dana no pensaba revelar al padre el incidente del día anterior. Se despidieron cerca de la medianoche, padre e hijo acompañaron a Dana a su hotel y quedaron en verse al día siguiente en la playa. Dana llegó la primera a la playa; sus nuevos conocidos llegaron casi una hora tarde. —Buenos días —oyó la voz de Antonio—. Perdónanos, Dana, —se disculpó sentándose a su lado—. No te lo vas a creer, nos olvidamos de poner la alarma y nos quedamos dormidos. —Papá, yo me baño —dijo Javi y se fue al agua. De repente, Dana gritó: —¡Espera, si no sabes nadar! —¿Quién dice? —preguntó sorprendido el padre—. Nada estupendamente, hasta compite en el colegio. Dana se sorprendió y guardó silencio. A ella le pareció aquel día que el chico no sabía nadar. Aunque… quizá solo fue una impresión. vivían en un hotel cercano Los días siguientes fueron mágicos. Se reunían cada mañana en la playa y no se separaban hasta tarde, haciendo excursiones juntos. Dana deseaba hablar a solas con Javi, su intuición le hacía pensar que algo le preocupaba. Ya sabía que padre e hijo se alojaban en el hotel de al lado. Y tuvo su oportunidad. Un día, Javi llegó solo a la playa. —Hola, mi padre está algo malo, con fiebre —dijo—. Pero le pedí permiso para venir, dije que te encargarías de mí —sonrió—. Perdón por tomarme esa libertad, pero no quería pasar todo el día en la habitación. —Javi, ¿me das el número de tu padre? Prefiero llamarle —él lo dictó. —Buenos días —respondió Antonio—. Aunque quizás no tan buenos: amanecí con fiebre. Te encargo a mi chico, te prometió que te hará caso y no dará guerra… —No se preocupe, recupérate que tu hijo es ya casi un hombre. Luego iré a verte —prometió Dana. Al salir del mar, Javi se tumbó junto a Dana y le dijo de repente: —Sabes, eres una amiga de verdad. Ella le miró sonriendo. —¿Por qué lo dices? —Por no contarle a mi padre lo que pasó aquel día. La ola me arrastró de golpe y me sentí bloqueado. —No tiene importancia —sonrió Dana. Tras un silencio, preguntó—: Javi, ¿y tu madre? ¿Por qué estáis solos tú y tu padre? Javi dudó, pero acabó decidiéndose a contarle, como si ya fuera un adulto. Antonio a veces debía viajar por trabajo. El niño se quedaba con su madre, Marina. Parecían una familia unida, pero era una fachada, y la culpable era Marina. Un día, Antonio anunció a su esposa: —Me mandan tres semanas a Madrid a un curso; después me promocionarán a un puesto mejor, el jefe ya me lo insinuó. El sueldo será mucho mayor… parecía alegrarse A Antonio le pareció incluso que su esposa se alegraba. Él se fue, Marina se quedó con su hijo. Dos días después, Marina le dijo: —Hoy vienen de visita mi compañero Arturo con su hija. Tenemos que trabajar juntos en unos planos, tú deberás hacerle compañía a su hija Kira, que es un par de años mayor que tú. Kira resultó ser una chica espabilada, y tras pasar un rato en la habitación de Javi le propuso: —Vamos a dar una vuelta al parque, ¿no? Marina apoyó la idea y, dándole a su hijo cincuenta euros, le sonrió: —Invita a la chica a un helado, ¿eh? —él se sorprendió, su madre nunca le daba tanto dinero. Salieron y tras tres horas volvieron a casa. Lo cierto es que a Javi le gustó la compañía de Kira, ella sabía de todo, aunque él con catorce años ya era más alto que ella. Así pasaron tres semanas. Antes de que regresara Antonio, Kira le dijo: —Bueno, pequeño, menos mal que vuelve tu padre, porque me cansas ya un poco: tengo bastantes cosas que hacer. Le prometí a mi padre que te entretendría mientras ellos se divertían en casa —rió desagradablemente—. Mis padres están divorciados hace años, pero todavía discuten por la casa… A Javi le disgustó la forma en que Kira hablaba de su madre y su propio padre. Creía y no creía, pero los hechos le demostraban la verdad. Al volver su padre, no sabía qué decidir. ¿Callar? ¿Contar todo a su madre o a su padre? Pasó un tiempo, veía que su madre despreciaba a su padre; se daba cuenta de que la familia estaba a punto de romperse, Antonio siempre estaba serio. Aquella noche, Javi decidió contarlo todo a su padre, pero justo fue testigo de una pelea: —Sí, te he sido infiel, ¿y qué piensas hacer? —oyó, al volver de entrenar, la voz de su madre. —Nada —contestó el padre—. Solo pedir el divorcio, el niño se queda conmigo… Por lo que veo, a ti te da igual… —Pues perfecto —respondió la madre—, voy a formar otra familia. Javi se encerró en su cuarto y escuchó la conversación. Su madre confesó: —Hace tiempo que veo a Arturo y tú, de tonto, no te dabas cuenta. Mañana mismo me mudo con él. Al día siguiente era sábado. Javi, a propósito, se quedó largo rato en la cama, sabiendo que su madre hacía las maletas, el padre estaba absorto en el ordenador. Él ya tenía claro que se quedaría con su padre: aquel Arturo y su hija no le gustaban. Oyó la puerta cerrarse, su madre se había ido. El padre intentó explicarle, pero Javi dijo: —No hace falta que me cuentes nada, ya lo sé todo, incluso quise decírtelo. Te quiero y estaremos mejor tú y yo solos. —Hijo, eres ya todo un hombre —le revolvió el pelo—. Si quieres, sigue viendo a tu madre: ella nos ha dejado, tú no tienes culpa. Pero Javi, de momento, no quiere verla; aún no la ha perdonado. Después de la playa, Dana y Javi fueron a ver a Antonio, comprando fruta por el camino. Ya estaba mejor y prometió volver a la playa al día siguiente. Tres días después, Antonio y Javi debían regresar a casa; Dana aún se quedaba dos días más. El verano llegaba a su fin. En el umbral de ese verano se despidieron. Antonio prometió ir a recoger a Dana al aeropuerto; Javi sonreía. Dana no hacía planes, solo sonreía plácida, leyendo una y otra vez los dulces mensajes de Antonio, donde confesaba que ya la echaba de menos y la esperaba ansioso. Al poco, Dana se fue a vivir con Antonio y Javi; quien parecía más feliz de todos era el hijo: por su padre, por él mismo y por Dana. En el umbral de este verano

Al final de aquel verano

Mira, te cuento, Alba trabajaba en una biblioteca ahí en Valladolid y, sinceramente, muchas veces pensaba que su vida era bastante monótona. Últimamente apenas entraba gente: casi todos tiran ya de internet. Así que ella, de vez en cuando, recolocaba los libros en las estanterías y les quitaba el polvo. Lo único bueno de su trabajo era que había leído una barbaridad de libros de todo tipo: románticos, filosóficos Y justamente al cumplir los treinta le dio por pensar que esa famosa romántica de las novelas, a ella, como que se le había escapado.

Ya tenía una edad, pensaba que quizá iba siendo hora de asentar la cabeza, formar familia… Pero tampoco era que ella llamase la atención físicamente, y el sueldo, vamos, para tirar cohetes no es. Lo cierto es que nunca se le pasó por la cabeza buscar otro trabajo, estaba cómoda así. A la biblioteca solo bajaban universitarios, algún chaval del instituto y, a veces, algún señor mayor.

La última novedad fue que convocaron un concurso profesional a nivel de Castilla y León ¡y sin esperárselo ganó el primer premio! una estancia de dos semanas en la costa de Alicante, todo pagado.

¡Madre mía! ¡Claro que me voy! le dijo emocionada a su madre y a su amiga Carmen. Con mi nómina de auxiliar de biblioteca, ya me dirás tú hasta dónde podía ir, así que esto es como si la suerte me hubiese dado un abrazo.

El verano ya tocaba a su fin. Alba paseaba por la arena de una playa bastante vacía. Aquella tarde la mayoría estaban en las terrazas porque el mar se había puesto un poco salvaje. Llevaba tres días en el Mediterráneo, y justo ese día le apetecía pasear sola, perderse en la orilla, soñar…

De pronto, vio como una ola arrastraba desde el espigón a un chico. Sin pensar apenas, corrió para ayudarle. Por suerte, estaba cerca de la orilla. No era una gran nadadora, pero desde pequeña sabía flotar y defenderse en el agua.

Las olas se ponían de su parte a ratos, a ratos al contrario, pero Alba consiguió arrastrar al chaval tirando del cuello de la camiseta hasta que sus pies tocaban ya casi fondo. Tenía clavada una sola idea: resistir el tirón. Al final, lo logró.

Ella, empapada y con el vestido pegado al cuerpo, se fijó bien en el chico y se llevó una sorpresa.

Pero si es casi un niño, ¿qué tendrá, catorce, quince años? Solo que está espigado y parece mayor pensó. Entonces le preguntó. Oye, ¿tú qué haces bañándote con el mar así de revuelto?

El chaval solamente le dio las gracias, se fue tambaleando y ni se giró. Alba se encogió de hombros y le vio alejarse. Al día siguiente se despertó sonriente en su habitación. Hacía un día espectacular, el sol brillando, el mar azulísimo, como pidiendo perdón por el susto de ayer.

Desayunó y bajó a la playa, se tumbó al sol como una lagartija. Después de un rato, por la tarde le apeteció pasear y acabó en un parque con una caseta de tiro. Pensó en el instituto, cuando tiraba bien. Falló el primer disparo, pero el segundo clavado en el centro.

Ves, hijo, así se apunta escuchó detrás una voz masculina. Al girarse, ahí estaba el chico de ayer.

El chico parecía cortado al verla; ella entendió rápido: el padre no tenía ni idea del susto del día anterior. Ella hizo una sonrisilla.

¿Nos enseñas a disparar bien? propuso el hombre, alto, simpático, sonriendo de esa manera que transmite buen rollo. Mi hijo Iñaki y yo somos un desastre con estas cosas

Después del tiro, se pusieron a charlar, pasaron por una heladería, luego subieron juntos a la noria. Alba pensaba que en cualquier momento aparecería la madre de Iñaki, pero ni rastro, y los dos estaban tan tranquilos, como si nadie más fuera a unirse.

El padre, que se presentó como Sergio, era majísimo y un conversador de los que gusta escuchar; cada minuto le agradaba más a Alba.

¿Llevas mucho aquí de vacaciones? le preguntó Sergio.

No, llevo solo una semana, aún me queda otra.

¿Y de dónde eres, si no es mucho preguntar?

Y mira tú la casualidad, el hombre y el hijo vivían también en Valladolid. Todos nos echamos a reír.

Cosas de la vida, en la ciudad nunca habíamos coincidido y mira, aquí nos encontramos decía Sergio, claramente encantado con Alba.

Iñaki ya participaba en la conversación, seguro de que ella no iba a contarle a su padre lo que pasó en la playa. Se despidieron casi de noche, Sergio e Iñaki la acompañaron hasta su hotel y quedaron en verse al día siguiente en la playa.

Alba llegó primera, y sus nuevos amigos se retrasaron casi una hora.

Buenos días oyó la voz conocida. Perdónanos, Alba, por favor Sergio enseguida, todo educado, se puso a dar explicaciones. No te vas a creer, pero se nos olvidó poner la alarma y nos hemos quedado fritos.

Papá, voy al agua dijo Iñaki, que se tiró hacia la orilla.

Pero de golpe Alba gritó:

¡Eh, espera, si tú no sabes nadar!

¿Que no? dijo extrañado su padre. Pero si Iñaki nada de maravilla, hasta compite en el equipo de la escuela.

Alba se quedó pensativa y calló. Igual se lo había imaginado el otro día y había juzgado mal la situación

Resulta que se alojaban en el hotel de al lado. Los siguientes días fueron como de película. Cada mañana se encontraban en la playa, se despedían al anochecer, excursión por aquí, paseo por allí Alba tenía ese runrún de que Iñaki ocultaba algo, pero igual era solo impresión suya. Ya sabía además que vivían al lado, literalmente.

El caso es que un día en la playa apareció solo Iñaki:

Hola, mi padre está fatal, fiebre… Le he dicho que venía contigo y me ha dejado bajar dijo sonriendo. Espero que no te importe, es que no quería quedarme encerrado.

¿Me das su móvil?, le llamo y le pregunto qué tal.

Y así fue. Alba marcó, Sergio contestó:

Buenos días, Alba. Bueno, más bien regular, me ha caído un gripazo… Pero déjame tranquilo sabiendo que me cuidas al chico, y él me ha prometido portarse bien contigo.

Tú tranquilo y mejórate, yo le echo un ojo y luego subo a veros le contestó Alba.

Al rato, tras nadar, Iñaki se tumbó cerca de Alba y, de repente, le suelta:

Sabes, eres una amiga de verdad ella se quedó mirándole, él sonreía.

¿Y eso por qué?

Gracias por no contarle nada a mi padre de lo del otro día confesó algo apurado. Es que me caí al agua y por un momento me asusté de verdad.

Bueno, ya está le sonrió Alba. Hubo un silencio y decidió preguntar. Iñaki, ¿y tu madre? ¿Por qué vais solos?

Iñaki dudó, pero finalmente contó lo que tenía dentro, como quien ya quiere ser mayor.

Resulta que el padre a veces se iba fuera por trabajo y él se quedaba solo con su madre, Ana Belén. Todos decían que era una familia normal y unida, pero eso era solo fachada: la culpa, según Iñaki, era de su madre.

Un día, Sergio anunció:

Me mandan a Madrid tres semanas a un curso y, si va bien, capaz que me ascienden. El jefe ya me ha dicho que podría ser subdirector, y el sueldo se multiplica

Ana Belén ni se inmutó, igual hasta más tranquila sin él. A los dos días, la madre le dijo:

Esta noche vendrá mi compañero Esteban y su hija Raquel. Esteban y yo tenemos que trabajar en unos planos. Tú hazte cargo de Raquel, que tiene un par de años más que tú.

Raquel era mayor, espabilada y con ganas de marcha. No tardó nada en proponerle a Iñaki:

¿Salimos y damos una vuelta por el parque? Así matamos el rato.

Ana Belén le dio a su hijo un billete de 50 euros para invitar a la chica a un helado. Iñaki flipó. Nunca le soltaban tanto para gastar.

Estuvieron unas tres horas fuera y volvieron a casa. Raquel era divertida y otro rollo comparado con él, claro, y a Iñaki hasta le parecía interesante. Y así pasaron las tres semanas.

Antes de que volviera Sergio, Raquel le dijo:

Mira, menos mal que ya llega tu padre, porque yo más de esto no aguanto. Total, tu padre y el mío han acordado que yo te saque de casa por las tardes para que nuestros padres se “entiendan” Raquel puso cara de asco. En mi casa ya están divorciados, llevan media vida peleando, así que

Iñaki se sintió fatal, un poco traicionado, porque Raquel dejaba mal tanto a su madre como a su propio padre. Dudaba de si creer todo, pero la verdad era que las pruebas estaban allí. Cuando Sergio llegó, Iñaki estaba nervioso, no sabía qué hacer.

¿Decírselo a mamá? ¿A papá? ¿O callarme…?

Poco después, Iñaki fue testigo del gran escándalo:

Sí, te he puesto los cuernos, y qué vas a hacer, ¿eh? escuchó a su madre gritar. Sergio contestó frío:

Nada, pedir el divorcio. El niño, conmigo. Parece que tú ya tienes otra familia.

Por mí perfecto dijo Ana Belén. Me largo mañana mismo.

Iñaki se refugió en su habitación y oyó toda la discusión desde allí. Su madre, sin reparos, confesaba que llevaba tiempo liada con Esteban. Que estaba cansada y que se iba ya.

Al día siguiente, Iñaki se hizo el remolón. No tenía ganas de hablar con nadie. Escuchó la puerta cerrarse tras su madre. El padre intentó explicarle todo, pero Iñaki frenó:

Déjalo, papá, yo ya lo sé todo desde hace tiempo. Quiero quedarme contigo y punto. Así estamos mejor.

Sergio le revolvió el pelo y le dijo con cariño:

Anda que no eres ya mayor, hijo… Pero que sepas que si quieres seguir viendo a tu madre, es tu decisión. Ella se va de mi vida, no de la tuya.

Pero Iñaki no quería verla, no por ahora, no la había perdonado. Ese día, Alba e Iñaki subieron con fruta a casa de Sergio. El hombre ya estaba mejor y prometió salir al día siguiente a la playa.

Tres días después, les tocaba volver a Valladolid, pero a Alba aún le quedaban un par de días. El verano se iba acabando y, al borde de septiembre, se despidieron. Sergio le prometió recogerla en el aeropuerto, Iñaki iba todo el rato con una sonrisa que no le cabía en la cara.

Alba no hacía planes ni castillos en el aire, solo disfrutaba cada vez que leía un mensaje cariñoso de Sergio, que le confesaba que ya la echaba de menos. Al poco, Alba se mudó con Sergio e Iñaki, y te juro que el que más feliz parecía era el chico: por su padre, por él y, claro, por Alba.

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MagistrUm
Al final de este verano Trabajando en una biblioteca, Dana siempre había considerado su vida aburrida, ya que ahora apenas había visitantes, la mayoría prefiriendo Internet. De vez en cuando recolocaba los libros en las estanterías, quitándoles el polvo. El único aspecto positivo de su trabajo era que leía una cantidad increíble de libros de todo tipo: románticos, filosóficos… Y al llegar a los treinta años, de repente entendió que esa misma pasión romántica había pasado de largo de su vida. A su edad, ya tocaba formar una familia: su aspecto era discreto, su trabajo poco remunerado. Cambiar de empleo jamás se le pasó por la cabeza, todo le resultaba cómodo. La mayoría de los visitantes eran estudiantes, rara vez algunos escolares o jubilados. Recientemente se había celebrado un concurso profesional a nivel de provincia y, para sorpresa de Dana, ganó el premio principal: un viaje de dos semanas, con todo pagado, a la costa del mar. —¡Qué bien! ¡Por supuesto que iré! —contó emocionada a su amiga y a su madre—. Con mi sueldo no me llegaría ni de lejos, y esta vez la suerte me sonríe. El verano llegaba a su fin. Dana paseaba por la orilla de una playa desierta; los veraneantes estaban, en su mayoría, sentados en los cafés, pues ese día el mar estaba especialmente agitado. Era el tercer día de Dana en el mar y decidió pasear a solas, reflexionar y soñar. De pronto vio cómo una ola barría del muelle a un chico. Sin pensar en sí misma, corrió a ayudarle, menos mal que no estaba lejos de la costa; aunque ella no era una gran nadadora, sabía mantenerse a flote desde pequeña. Las olas ayudaban a arrastrar al chico hacia la orilla, aunque a veces lo devolvían al mar. Pero Dana logró superarlas, casi de pie con el agua hasta el pecho, pensaba en no perder el equilibrio. Finalmente, lo consiguió. En su bonito vestido, ahora pegado a su cuerpo, miró al chico y se sorprendió. —Es solo un adolescente, catorce años como mucho, alto y hasta un poco más que yo —pensó—. Y preguntó: —¿Cómo se te ocurre bañarte con esta marea? Él se puso en pie, le dio las gracias y, tambaleándose, se alejó. Dana se encogió de hombros mirándole marchar. A la mañana siguiente, al despertarse en su habitación, sonrió. El día era espléndido, el sol brillaba, el mar azul invitaba al baño, apenas ondulado, nada que ver con el día anterior. Como si el mar pidiese disculpas por las olas de ayer. Tras el desayuno, Dana fue a la playa y se tumbó feliz al sol. Más tarde, decidió dar un paseo y fue a un parque donde vio una caseta de tiro. En el colegio y la universidad siempre había disparado bien, aunque el primer tiro fue un fallo total, el segundo dio en el blanco. —Mira hijo, así se dispara —oyó una voz masculina a su espalda. Al volverse, descubrió sorprendida al chico de la playa. En los ojos del chico se vislumbró miedo: también reconoció a Dana, quien rápidamente comprendió que el padre no sabía nada de lo ocurrido el día anterior. Dana le sonrió. —¿Nos enseñas un truco de puntería? —preguntó el simpático y alto padre—. Mi hijo, Javi, no sabe disparar, ni yo tampoco, para mi vergüenza —añadió con una sonrisa amistosa. Luego pasearon juntos y acabaron sentados en una cafetería, disfrutando de un helado y subieron a la noria. Dana pensó que pronto aparecería la madre de Javi, pero ambos estaban tranquilos, sin esperar a nadie. El padre, que se presentó como Antonio, resultó ser un conversador interesante; cada minuto le agradaba más. —¿Llevas mucho tiempo de vacaciones aquí, Dana? —No, es mi primera semana, aún me queda otra. —¿De dónde vienes, si se puede saber? Resultó que, por casualidad, padre e hijo vivían en la misma ciudad que ella. Los tres se echaron a reír. —¡Qué cosas! En la ciudad ni nos cruzamos y aquí nos encontramos—sonreía Antonio, a quien le agradaba aquella joven tan simpática y sosegada. Javi también se animó a la conversación, entendiendo que Dana no pensaba revelar al padre el incidente del día anterior. Se despidieron cerca de la medianoche, padre e hijo acompañaron a Dana a su hotel y quedaron en verse al día siguiente en la playa. Dana llegó la primera a la playa; sus nuevos conocidos llegaron casi una hora tarde. —Buenos días —oyó la voz de Antonio—. Perdónanos, Dana, —se disculpó sentándose a su lado—. No te lo vas a creer, nos olvidamos de poner la alarma y nos quedamos dormidos. —Papá, yo me baño —dijo Javi y se fue al agua. De repente, Dana gritó: —¡Espera, si no sabes nadar! —¿Quién dice? —preguntó sorprendido el padre—. Nada estupendamente, hasta compite en el colegio. Dana se sorprendió y guardó silencio. A ella le pareció aquel día que el chico no sabía nadar. Aunque… quizá solo fue una impresión. vivían en un hotel cercano Los días siguientes fueron mágicos. Se reunían cada mañana en la playa y no se separaban hasta tarde, haciendo excursiones juntos. Dana deseaba hablar a solas con Javi, su intuición le hacía pensar que algo le preocupaba. Ya sabía que padre e hijo se alojaban en el hotel de al lado. Y tuvo su oportunidad. Un día, Javi llegó solo a la playa. —Hola, mi padre está algo malo, con fiebre —dijo—. Pero le pedí permiso para venir, dije que te encargarías de mí —sonrió—. Perdón por tomarme esa libertad, pero no quería pasar todo el día en la habitación. —Javi, ¿me das el número de tu padre? Prefiero llamarle —él lo dictó. —Buenos días —respondió Antonio—. Aunque quizás no tan buenos: amanecí con fiebre. Te encargo a mi chico, te prometió que te hará caso y no dará guerra… —No se preocupe, recupérate que tu hijo es ya casi un hombre. Luego iré a verte —prometió Dana. Al salir del mar, Javi se tumbó junto a Dana y le dijo de repente: —Sabes, eres una amiga de verdad. Ella le miró sonriendo. —¿Por qué lo dices? —Por no contarle a mi padre lo que pasó aquel día. La ola me arrastró de golpe y me sentí bloqueado. —No tiene importancia —sonrió Dana. Tras un silencio, preguntó—: Javi, ¿y tu madre? ¿Por qué estáis solos tú y tu padre? Javi dudó, pero acabó decidiéndose a contarle, como si ya fuera un adulto. Antonio a veces debía viajar por trabajo. El niño se quedaba con su madre, Marina. Parecían una familia unida, pero era una fachada, y la culpable era Marina. Un día, Antonio anunció a su esposa: —Me mandan tres semanas a Madrid a un curso; después me promocionarán a un puesto mejor, el jefe ya me lo insinuó. El sueldo será mucho mayor… parecía alegrarse A Antonio le pareció incluso que su esposa se alegraba. Él se fue, Marina se quedó con su hijo. Dos días después, Marina le dijo: —Hoy vienen de visita mi compañero Arturo con su hija. Tenemos que trabajar juntos en unos planos, tú deberás hacerle compañía a su hija Kira, que es un par de años mayor que tú. Kira resultó ser una chica espabilada, y tras pasar un rato en la habitación de Javi le propuso: —Vamos a dar una vuelta al parque, ¿no? Marina apoyó la idea y, dándole a su hijo cincuenta euros, le sonrió: —Invita a la chica a un helado, ¿eh? —él se sorprendió, su madre nunca le daba tanto dinero. Salieron y tras tres horas volvieron a casa. Lo cierto es que a Javi le gustó la compañía de Kira, ella sabía de todo, aunque él con catorce años ya era más alto que ella. Así pasaron tres semanas. Antes de que regresara Antonio, Kira le dijo: —Bueno, pequeño, menos mal que vuelve tu padre, porque me cansas ya un poco: tengo bastantes cosas que hacer. Le prometí a mi padre que te entretendría mientras ellos se divertían en casa —rió desagradablemente—. Mis padres están divorciados hace años, pero todavía discuten por la casa… A Javi le disgustó la forma en que Kira hablaba de su madre y su propio padre. Creía y no creía, pero los hechos le demostraban la verdad. Al volver su padre, no sabía qué decidir. ¿Callar? ¿Contar todo a su madre o a su padre? Pasó un tiempo, veía que su madre despreciaba a su padre; se daba cuenta de que la familia estaba a punto de romperse, Antonio siempre estaba serio. Aquella noche, Javi decidió contarlo todo a su padre, pero justo fue testigo de una pelea: —Sí, te he sido infiel, ¿y qué piensas hacer? —oyó, al volver de entrenar, la voz de su madre. —Nada —contestó el padre—. Solo pedir el divorcio, el niño se queda conmigo… Por lo que veo, a ti te da igual… —Pues perfecto —respondió la madre—, voy a formar otra familia. Javi se encerró en su cuarto y escuchó la conversación. Su madre confesó: —Hace tiempo que veo a Arturo y tú, de tonto, no te dabas cuenta. Mañana mismo me mudo con él. Al día siguiente era sábado. Javi, a propósito, se quedó largo rato en la cama, sabiendo que su madre hacía las maletas, el padre estaba absorto en el ordenador. Él ya tenía claro que se quedaría con su padre: aquel Arturo y su hija no le gustaban. Oyó la puerta cerrarse, su madre se había ido. El padre intentó explicarle, pero Javi dijo: —No hace falta que me cuentes nada, ya lo sé todo, incluso quise decírtelo. Te quiero y estaremos mejor tú y yo solos. —Hijo, eres ya todo un hombre —le revolvió el pelo—. Si quieres, sigue viendo a tu madre: ella nos ha dejado, tú no tienes culpa. Pero Javi, de momento, no quiere verla; aún no la ha perdonado. Después de la playa, Dana y Javi fueron a ver a Antonio, comprando fruta por el camino. Ya estaba mejor y prometió volver a la playa al día siguiente. Tres días después, Antonio y Javi debían regresar a casa; Dana aún se quedaba dos días más. El verano llegaba a su fin. En el umbral de ese verano se despidieron. Antonio prometió ir a recoger a Dana al aeropuerto; Javi sonreía. Dana no hacía planes, solo sonreía plácida, leyendo una y otra vez los dulces mensajes de Antonio, donde confesaba que ya la echaba de menos y la esperaba ansioso. Al poco, Dana se fue a vivir con Antonio y Javi; quien parecía más feliz de todos era el hijo: por su padre, por él mismo y por Dana. En el umbral de este verano