**Diario Personal**
Aquel anochecer, cuando el hospital estaba en calma, un grito desgarrador rompió el silencio. Los médicos, intrigados, siguieron el sonido hasta presenciar algo que los dejó sin palabras.
Bajo la tenue luz del vestíbulo vacío, unos pasos firmes y rápidos resonaron en el suelo. El médico, al escucharlos, dejó a un lado sus papeles y corrió con la enfermera hacia el origen del ruido.
Al llegar a la puerta principal, todo parecía tranquilo, pero al dar unos pasos más, distinguieron en la oscuridad una figura que se acercaba. Encendieron las luces y, ante ellos, apareció un pastor alemán impecable. En su boca llevaba un paquete cuidadosamente envuelto, manchado de un líquido rojo oscuro. El corazón de la enfermera se detuvo por un instante.
Cada movimiento del perro era calculado, preciso. Al acercarse, depositó el paquete en el suelo y ladró con urgencia, como advirtiéndoles que no había tiempo que perder.
Al abrirlo, el horror los paralizó: dentro yacía una niña de unos diez años, pálida y temblorosa, con el cabello rubio enmarañado. Su pequeño cuerpo estaba cubierto de tierra y salpicaduras de sangre, pero en su frágil pecho aún latía la vida.
El perro observaba atento, sus ojos llenos de preocupación, como si supiera que su misión no había terminado.
Tenemos que actuar rápido susurró la enfermera, tratando de disimular el temblor en su voz.
Con cuidado, colocaron a la niña en una camilla y notaron que el perro los seguía, sin apartar la mirada. Por los pasillos, el personal médico corría preparando suero, mascarillas de oxígeno y mantas.
Pero el animal no se movió. Cuando depositaron a la niña en la cama, emitió un ladrido suave y se acostó a su lado, como un guardián velando su sueño.
Nadie supo de dónde había venido ni por qué eligió este hospital, pero todos sintieron que, sin él, el desenlace habría sido distinto.
En ese momento, el médico lo comprendió: aquel perro no era solo un animal. Había salvado a la niña y, sin duda, se había convertido en un héroe.