**Diario de un hombre afortunado**
Hoy me he parado a pensar que quizá nuestra familia no sea como las demás.
Qué suerte tengo de tenertedijo Alejandro, abrazando a su mujer.
Y yo soy feliz porque estás conmigorespondió Lucía.
¿Y con quién iba a estar?se rió él. Solo contigo. Porque eres mi destino. La mejor mujer del mundo.
Lucía no dijo nada. Le dio un beso en la mejilla y se apresuró a la cocina para sacar el pastel del horno.
Hoy los Martínez celebraban sus bodas de plata. Habían decidido hacerlo con sencillez, en familia. Solo ellos y sus hijos: Javier, de dieciséis años, y su hija Elena, que acababa de terminar la universidad y había empezado a trabajar.
Elena se había independizado hacía poco, alquilando un piso cerca de su trabajo. Aunque Lucía le insistía en que en casa había sitio para todos, la joven quería vivir por su cuenta.
¿Para qué gastar dinero en un alquiler?preguntaba Lucía. Aquí tienes tu habitación, vivimos todos juntos, ¿qué necesidad hay de irte? Ya te irás cuando te cases.
Mamá, os quiero mucho, pero necesito aprender a ser independientecontestó Elena con una sonrisa. Además, no te enfades, pero cocinas tan bien y tus postres son tan ricos que voy a acabar como un tonel. Tú eres delgada, comes y no engordas, pero yo no he tenido esa suerte. Si sigo aquí, no resistiré la tentación.
Lucía sonrió al mirarla. Elena no se parecía en nada a ella. Lucía era menuda, casi frágil, y su aspecto sencillosin maquillaje, el pelo recogido en una coleta, ropa discretacontrastaba con la belleza de su hija, que había heredado los rasgos de Alejandro.
Él siempre había sido un hombre apuestoalto, bien plantado, y aunque los años le habían añadido algunos kilos (cosa normal, con los dulces de Lucía), seguía siendo atractivo. Ella sabía que, a su lado, no llamaba la atención, pero le daba igual. Alejandro siempre le decía que era la mujer más hermosa del mundo, y eso le bastaba.
**Recuerdos de un encuentro inesperado**
Cuando Lucía conoció a Alejandro, ella tenía veinte años y él veintidós.
Fue un día de septiembre. Lucía, estudiante entonces, iba al cumpleaños de su amiga Silvia. Ya tenía el regalo preparado, pero quiso comprar también un ramo de flores.
En la floristería, un chico elegía un bouquet. El dependiente, un chico simpático, le ofrecía opciones mientras le lanzaba miradas de admiración. Lucía también lo miró y entendió por qué: era guapísimo.
“Con esa cara debería estar en el cine”, pensó.
De pronto, el joven se dirigió a ella:
Oye, ¿tú qué crees? ¿Este de rosas rojas o el de peonías?
Lucía se ruborizó, pero respondió:
Yo elegiría las peonías, aunque la mayoría prefiere rosas.
¿Son para tu novia?preguntó el dependiente.
¿Mi novia? No, no conozco ni a la chicaaclaró él. Es el cumpleaños de la prima de un amigo, y no quería ir con las manos vacías.
Lucía le recomendó las rosas (“a todas les gustan”), pero él insistió:
¿A ti también te gustan?
Ella bajó la mirada.
Prefiero las flores silvestres, pero las rosas también son bonitas.
Qué curiosodijo él. A mí también me encantan las silvestres. Mi madre siempre trae ramos del campo. Hay algo especial en ellas Parecen simples, pero si te fijas, son increíbles.
Compró las rosas y se despidió con una sonrisa.
“Vaya chico más guapo”, comentó el dependiente.
“Sí, parece actor”, coincidió Lucía.
Su sorpresa fue mayúscula cuando, al llegar a casa de Silvia, vio al mismo chico. Se llamaba Alejandro, y había ido con su amigo Pablo, primo de la cumpleañera.
Pasaron la noche hablando, aunque Lucía no recordaba ya de qué. Solo sabía que Silvia estaba furiosa. Más tarde, Alejandro la acompañó a casa.
Al día siguiente, Silvia la ignoró en clase.
¿Qué te pasa?preguntó Lucía.
¿En serio no lo entiendes?replicó Silvia. Pablo trajo a Alejandro para presentárnoslo. Yo lo había visto en fotos y me gustaba. ¡Y tú te lo has llevado!
Lucía se sintió fatal. ¿Ella, la chica discreta, había robado el chico a su amiga? Imposible.
“Un tipo como Alejandro no querría nada conmigo”, pensó esa noche, mirándose al espejo.
En ese momento, sonó el teléfono. Era él.
Quedaron junto al río. Cuando llegó, él estaba allí, con un ramo de flores silvestres. Y su sonrisa le hizo entender que estaba perdidamente enamorada.
**Una vida juntos**
Nadie creyó que durarían. “Un chico así no se fijará en ella para siempre”, decían. Pero Alejandro solo tenía ojos para Lucía.
Un año después, se casaron. Y en veinticinco años, nunca habían discutido.
¿No es raro?preguntó Lucía esa noche, acurrucada junto a él. ¿De verdad no hemos tenido ni una pelea?
¿Quieres que nos peleemos?bromeó Alejandro, haciéndole cosquillas. ¡Venga, vamos a gritarnos!
Ella se rió, esquivándolo.
No, no quiero.
Pues yo tampocodijo él, besándola.
**Lección aprendida:** El amor verdadero no necesita explicaciones. A veces, las almas simplemente se reconocen, como dos flores silvestres en un campo inmenso. Y eso es suficiente.







