Adoptamos a un niño de tres años, pero mi esposo entró en pánico en su primer baño y gritó: ‘¡Hay que devolverlo!’

**Diario de un padre**

El deseo de tener un hijo llenaba cada rincón del corazón de Lucía y Javier, empujándolos a hacer lo imposible por conseguirlo. Tras años de intentos fallidos, tratamientos costosos y varias rondas de FIV, aceptaron que no podrían ser padres de forma natural. Así que decidieron adoptar. Pero no fue tan sencillo.

Javier, absorbido por su negocio, dejó en manos de Lucía todo el proceso: contactar agencias, rellenar papeles y revisar listas de niños que necesitaban un hogar. Mientras revisaba los documentos, un niño de tres años llamó su atención. Al principio querían un bebé, pero las posibilidades eran escasas, así que abrieron su corazón a un niño pequeño.

Lucía no podía olvidar aquellos ojos, del color del cielo. Al ver su foto, sintió como si ya lo conociera. Tras hablar con Javier, llevaron a Mateo a casa. Era el niño más dulce y, en pocas semanas, ya llamaba “mamá” a Lucía. Todo parecía perfecto. Su sueño de ser madre se había cumplido, y la vida sonreía.

Pero una noche, todo cambió. Era la hora del baño, y Javier quiso encargarse. Lucía se alegró, pensando que fortalecería su vínculo. Sin embargo, al desvestir a Mateo y meterlo en la bañera, Javier gritó: “¡Tenemos que devolverlo!”

Lucía se quedó helada. “¿Devolverlo? ¿Estás loco?”, preguntó. Pero Javier, pálido, insistía: no podía soportar la nueva vida. Ella no entendía su reacción. Algo ocultaba.

Pasó la noche en vela, hasta que recordó algo: Mateo tenía una marca de nacimiento en el pie, igual que Javier. Al revisarla más de cerca, vio que eran casi idénticas.

A la mañana siguiente, confrontó a Javier. Él, tembloroso, confesó: creía que Mateo era su hijo biológico. Había tenido un affair con una mujer en un bar años atrás. Fue algo fugaz, pero había traicionado a Lucía cuando ella más lo necesitaba.

El dolor fue inmenso. Lucía no podía perdonar la infidelidad ni que Javier estuviera dispuesto a abandonar a su hijo para ocultar su error. Aunque Javier no desapareció del todo enviaba regalos en cumpleaños, su relación se redujo a visitas esporádicas.

Lucía supo que había tomado la decisión correcta. Si Javier era capaz de renunciar a su propio hijo por miedo, no merecía estar en sus vidas. A veces, el amor exige fortaleza, no solo para perdonar, sino para saber cuándo soltar.

**Lección:** La verdad duele, pero vivir en mentiras destruye más. La familia no es solo sangre, sino el coraje de asumir responsabilidades, aunque el precio sea perderlo todo.

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MagistrUm
Adoptamos a un niño de tres años, pero mi esposo entró en pánico en su primer baño y gritó: ‘¡Hay que devolverlo!’