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¡Ven conmigo! Ahora tengo el patio sin perro. Serás un buen guardián, ¡no te trataré mal! Se subió a la bicicleta y se fue al pueblo. Por el camino, el abuelo Federico se giró más de una vez pero nadie corría detrás de él.

Ella era un perro “poco sociable”… Igual que cuando dicen de alguien que es “poco sociable”… Así era ella

Hace muchos, muchos años, el abuelo Federico, yendo al bosque a buscar avellanas, encontró un cachorro adolescente. Solo Dios sabía cómo había llegado ese animalito a lo más profundo del bosque.

Simplemente vagaba en silencio entre los árboles. Ni siquiera estaba atado Algo pequeño, mojado por la lluvia El abuelo Federico frunció el ceño y se acercó.

Torpe, no muy bonita Pero aún así Unos ojos marrones lo miraron No eran ojos de cachorro Eran ojos de un animal sabio El abuelo Federico se quedó pensativo.

¡Ven conmigo! Ahora tengo el patio sin perro. Serás un buen guardián, ¡no te trataré mal!

Se subió a la bicicleta y se fue al pueblo. Por el camino, el abuelo Federico se giró más de una vez pero nadie corría detrás de él. Pronto olvidó aquel encuentro en el bosque.

Se puso a trabajar en las tareas de la casa. Y la familia tenía bastante trabajo: tres cerditos, una cerda con diez lechones, la vaca Blanca, una decena de gallinas, seis patos con sus crías y el gato Plutón

El abuelo Federico lió un cigarrillonunca le habían gustado los de tabaco, abrió la verja y se sentó en el banco junto a la casa para descansar. Y de repente, se quedó helado

Unos ojos marrones lo miraban Lo miraban con tanta atención Tan extrañamente, que el abuelo no supo qué hacer.

Bueno, ¿entramos al patio?… Después de un largo silencio, el cachorro dio un paso atrás y desapareció en la oscuridad.

Así pasaron días y días Cada noche, aquellos ojos marrones lo observaban, como si lo evaluaran, como si buscaran un alma afín

Hasta que una tarde, cuando el abuelo Federico estaba sentado en el banco liando otro cigarrillo, “ella” se acercó Lo olió y se tumbó a sus pies

El abuelo Federico no era un hombre muy cariñoso, solía tratar a los animales de manera práctica Había sacrificado tantos cerdos, vacas y gallinas en su vida que ya ni las contaba

Los perros servían para guardar, los gatos para cazar ratones Ni siquiera recordaba cuántos perros habían pasado por su casa. Unos envenenados, otros muertos por enfermedades Ahora la caseta del patio estaba vacía.

A principios del verano, Trueno había muerto El veterinario dijo que por una garrapata Pero nadie lo lloró mucho. El abuelo Federico era un hombre duro, sin lágrimas que gastar

Y su mujer, Catalina, era aún más fuerte Vaya carácter tenía esa mujer. Todo el pueblo aún recordaba cómo había matado de un puñetazo entre los ojos a un ternero que se puso a embestir mientras ella lo llevaba a beber

El abuelo Federico dio una calada al cigarrillo y miró al cachorro que yacía a sus pies. Los ojos marrones lo observaban con atención

Bueno, bicho, ¿has decidido quedarte a vivir conmigo? Pues escucha Te daré de comer dos veces al día, lo que haya Pero no te maltrataré. Hay una caseta, es cálida. Algunas noches te soltaré un par de horas ¡Pero tú vigilarás el patio! ¡Que nadie se acerque sin miedo! Si estás de acuerdo, ¡ven conmigo!

Y así comenzó su nueva vida El abuelo Federico la llamó Estrella. Nadie supo de dónde sacó un nombre tan bonito Ahora Estrella tenía una caseta cálida, un gran corral y una cadena.

Con el tiempo, aquel cachorro torpe se convirtió en un perro enorme, hermoso y poderoso, al que todo el pueblo temía. Hasta se decía que en su sangre había lobos

Era increíblemente bella y peculiar Y sus hábitos no eran los de un perro normal. Nada de mover la cola alegremente, ni lamer manos

Cuando el abuelo Federico, su mujer o su familia se acercaban, Estrella simplemente se quedaba quieta, observándolos con sus ojos inteligentes.

Pero con los extraños, estaba lista para destrozarlos Ni siquiera ladraba mucho Gruñía Y ese gruñido era aterrador Pero solo de día Por eso movieron su caseta del patio al huerto, para que los vecinos no tuvieran miedo de tocar la verja.

Sin embargo, por las noches, el abuelo Federico a veces la soltaba con un:

¡En tres horas vuelvo! ¡Y que estés aquí! ¡Las lecheras tienen miedo de pasar por tu culpa! ¡No toques a nadie! ¡Tres horas!

Nunca mordió ni asustó a nadie Tal vez tenía otros intereses Pero siempre, puntual, el abuelo la encontraba en su caseta, y por eso la respetaba mucho O quizá No, en ese momento aún no lo sabía

Hay que decir que Estrella tuvo cachorros con regularidad, como es natural. Pero lo más curioso era que, aunque el pueblo le tenía miedo, los cachorros se vendían como churros.

Hasta venían de otros pueblos por ellos. Porque, aunque temían a Estrella, la respetaban No atacaba sin razón Solo cuando era necesario

Era un día normal de verano. Después del desayuno, Estrella descansaba junto a su caseta, tomando el sol mientras vigilaba con un ojo a la pequeña Mariló jugando en el arenero bajo la sombra de un árbol, y con el otro ojo a la abuela Catalina trabajando en el huerto

Estrella sabía que la abuela ataba a su nieta al árbol para que no se fuera mientras ella trabajaba. Mariló acababa de cumplir tres años, y sus padres la llevaban al pueblo los fines de semana.

Y esa niña siempre corría, con los brazos abiertos, directa hacia Estrella:

¡Etreya! ¡Etreya!

Y el corazón del perro se llenaba de alegría y amor por aquella criatura humana Y ese maldito día, Estrella vigilaba a Mariló, a la abuela Catalina y se quedó dormida

Se despertó de golpe cuando algo le arañó dolorosamente el hocico. Abrió los ojos. El gato Plutón estaba sentado frente a ella, casi ronco de gritar:

¡Haz algo! ¡Mariló se va a ahogar!

Estrella miró más allá de la valla. Mariló no estaba. Ni en el arenero, ni en el columpio, ni junto al árbol. Estrella miró al gato.

¡Está junto al estanque! ¡Su gorrito flota en el agua! ¡Está yendo por él! ¡Ayúdala! ¡A mí nadie me escucha!

Y Estrella ladró Ladró como nunca en su vida Saltaba, tiraba de la cadena, intentando soltarse

La abuela Catalina se enderezó y miró al perro.

Esta perra se ha vuelto loca pensó, y volvió a sus coles.

Entonces Estrella aulló Y no un aullido cualquiera Un aullido de lobo recorrió el pueblo, tan fuerte y espantoso que a todos se les erizó el vello

Estrella seguía aullando Y tanto dolor había en ese sonido que no hay palabras para describirlo

Al escuchar aquel aullido, la abuela Catalina supo que algo terrible había pasado y salió corriendo a buscar a Mariló Y, gracias a Dios, los vecinos también salieron de sus casas.

Encontraron a

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