**El bolso que lo cambió todo: un encuentro casual después del divorcio y la soledad**
Lucía volvía a casa después de una reunión con amigas. Habían estado charlando en una cafetería sobre la vida. Todas, menos ella, estaban casadas, así que se despidieron temprano. Nadie le preguntó por su vida personal—acababa de pasar por un divorcio doloroso. Por suerte, no habían tenido hijos…
Caminaba por un paseo tranquilo, casi vacío, en el parque. Aún no era de noche, y las farolas alumbraban con fuerza. De pronto, escuchó pasos detrás de ella. Lucía aceleró el paso, deseando llegar a una calle más transitada. Pero no tuvo tiempo.
Alguien le arrancó el bolso del hombro. Se deslizó y desapareció en la oscuridad. Lucía se detuvo… y, de repente, se rio.
—¿Señorita, está bien? —preguntó un hombre que apareció frente a ella, sorprendido—. ¿Necesita ayuda? ¿Llamo a una ambulancia?
No entendía por qué se reía tras un robo.
—No, todo bien —respondió Lucía—. Acaban de robarme el bolso.
—¿Cómo que le robaron? ¡Hay que llamar a la policía!
—No vale la pena. Solo llevaba un espejito y un pintalabios. El móvil lo tengo en el bolsillo. Imagínese la decepción del ladrón.
Él también soltó una carcajada.
—¿Era un bolso caro?
—Para nada. Lo compré barato para el cumpleaños de mi sobrina, pero hoy me apeteció usarlo. Ahora tendré que buscar otro regalo…
—¿La acompaño hasta la salida? Yo preferiría no encontrarme con el mismo ladrón.
—Vámonos juntos. Solo faltan unos metros.
—Hasta aquí, entonces. Adiós.
—¿Volveremos a vernos?
—Ojalá. Soy Jorge.
—Lucía. Gracias por acompañarme.
Los dos rieron de nuevo… y se separaron.
—Jorge, ¿dónde has estado tanto tiempo? Ya me estaba preocupando —le dijo su madre al llegar a casa.
—Mamá, a partir de ahora llegaré más tarde. Como hoy.
—¿Ha pasado algo?
—No, todo bien. Solo me entretuve un poco. Te traje lo que pediste.
—Gracias. No tienes que venir cada día, a tu ex, Elena, no le hará gracia…
—No te preocupes. Tú no puedes salir, así que ayudo. ¿Cuándo es tu cita en el hospital? Pediré el día.
—Ojalá me quiten ya esta escayola…
—Hasta entonces, reposo. Yo me ocupo de todo. Vamos a cenar.
—Yo puedo cocinar…
—Quédate sentada, mamá. Yo lo hago.
Cenaron, y Jorge se marchó. Todo el camino pensó en Lucía. En su encuentro casual. En aquella risa en el parque.
Con Elena ya no había futuro. Hacía un mes, su madre se cayó y se rompió la pierna—justo el día que él y su mujer iban a la boda de una prima en otra ciudad. Los planes se vinieron abajo: su madre necesitaba ayuda urgente. Hospital, escayola, cuidados. Elena llamó, gritó, amenazó con el divorcio. Jorge al principio intentó calmarla. Luego apagó el teléfono. Volvió al amanecer, y Elena arremetió:
—¡Tu madre eligió este día a propósito! ¡Nunca le he caído bien!
—¡Eso no es cierto!
—¡La tratas como si fuera de cristal!
—Es mi madre. Tiene más de sesenta y está sola.
—¡Mis padres a los cincuenta están jóvenes! ¡Y la tuya ya es vieja! ¡Yo quiero vivir mi vida! ¡Y no me dejas!
—Podías haber ido sola. La boda no se iba a cancelar.
—¡Podían llevarla los médicos! ¡No tenías que ir tú!
Palabra tras palabra, acabaron divorciándose. Jorge no abandonó a su madre. Elena empacó sus cosas… bueno, en realidad, él las preparó. Ni siquiera pensó que se quedaría sin casa.
Lucía llegó a su pequeño piso de una habitación. Sus padres se lo compraron cuando entró en la universidad. Vivió allí un año con su marido. Los primeros seis meses, un cuento de hadas. Luego, todo se torció.
No se dio cuenta enseguida de que era ludópata. El sueldo desaparecía, su humor cambiaba bruscamente. Todo salió a la luz cuando su suegra apareció exigiendo empadronar a su hijo. “Es hora de que asuma responsabilidades”, dijo.
—”Nos lo ha vendido todo —confesó su suegra—. Ahora tú respondes por él”.
Lucía se negó. El divorcio fue un escándalo judicial. Solo cuando cambió las cerraduras y sacó sus cosas, la dejaron en paz.
Jorge no podía olvidar aquel encuentro. Empezó a pasar por el parque a distintas horas, esperando verla de nuevo.
Hasta que un día:
—Señorita, ¿no es usted la que perdió un bolso aquí?
—¡Sí! ¿Lo encontró?
—No, pero encontré algo mejor…
Así empezó todo. Lucía trabajaba cerca de donde vivía la madre de Jorge. Resultó que vivían en el mismo edificio, pero en portales distintos. ¿Casualidad?
Él le contó a su madre lo del divorcio. Más tarde, le presentó a Lucía. Los tres reían recordando aquel encuentro.
Hubo una boda sencilla. Nacieron dos niñas. Lucía y su suegra se hicieron inseparables. La mujer confesó que siempre quiso una hija. Ahora tenía una nuera querida y dos nietas. Tan esperadas… y tan felices.