Acabo de pensar que tú y yo somos una familia un poco raradijo Carmen mientras sacaba una tarta de manzana del horno.
Qué suerte tengo de tenerterespondió Javier, abrazándola por detrás.
¡Y yo soy feliz porque estás conmigo!repuso ella, dándole un beso en la mejilla.
Pues, ¿con quién iba a estar?se rio él. Solo contigo, mi destino. Eres la mejor mujer del mundo.
Hoy los Martínez celebraban sus bodas de plata. Nada de fiestas grandes, solo ellos y sus dos hijos: Adrián, en segundo de bachillerato, y Lucía, recién licenciada y estrenando piso cerca de su trabajo en el centro de Madrid.
¿Para qué gastarte un dineral en alquiler?se quejaba Carmen. Aquí tienes tu habitación, vivimos felices, ¿por qué te vas? Ya te irás cuando te cases.
Mamá, os quiero mucho, pero quiero probar a ser independientearguyó Lucía con una sonrisa pícara. Además, no te ofendas, pero cocinas tan bien que si me quedo, acabaré como un toro de San Fermín. Tú eres delgada, comes y no engordas, pero yo, por desgracia, no he salido a ti.
Carmen la miró con cariño. Lucía era todo lo contrario a ella: alta, guapa, elegante como Javier. Carmen, en cambio, era menuda, casi aniñada, y vestía con sencillez. Nunca se había preocupado por su aspecto, pero sabía que, al lado de su maridoun hombre apuesto incluso con sus casi cincuenta años, ella pasaba desapercibida. Aunque nunca le importó. Para él, era la mujer más hermosa del mundo.
***
Se conocieron en una floristería de Lavapiés. Carmen, entonces una estudiante de veinte años, entró a comprar flores para el cumpleaños de su amiga Patricia. Allí estaba Javier, un chico tan guapo que hasta la dependienta le lanzaba miradas.
Oye, ¿tú qué me recomiendas? ¿Rosas o peonías?le preguntó él de repente.
Las peonías son bonitas, aunque casi todas prefieren rosascontestó Carmen, ruborizándose.
¿Y a tu novia le gustan las rosas?preguntó la dependienta.
¿Mi novia? No, no es para mi noviaaclaró Javier. Es para la prima de un amigo. Vamos a su cumple y no quería llegar con las manos vacías.
Al final, se llevó las rosas, pero antes de irse, le sonrió a Carmen.
Qué tío más bueno, ¿eh?comentó la dependienta. Parece actor.
Sí, pensé lo mismomurmuró Carmen.
Su sorpresa fue mayúscula cuando, al llegar a casa de Patricia, vio al mismo chico. Resultó que Javier era amigo del primo de la cumpleañera. Pasaron el rato charlando, aunque Carmen no recordaba ya de qué. Solo sabía que Patricia le lanzaba miradas asesinas.
Al día siguiente, su amiga la ignoró.
¡Me lo has quitado!le espetó. Mi primo lo trajo para presentármelo, y tú, con esa falsa modestia, te lo llevaste.
Carmen se quedó de piedra. ¿Ella? ¿Robándose a un chico? Imposible. Javier era demasiado guapo para fijarse en alguien como ella.
Pero esa misma tarde, él la llamó. Quedaron en el Retiro, donde le esperaba con un ramo de margaritas silvestres. Y así empezó todo.
Muchos auguraron que no duraría.
Un tío así no se conforma con una como túle decían.
Pero Javier nunca miró a otra. Un año después, se casaron.
Una década más tarde, Carmen le preguntó:
Podrías haber tenido a cualquier guapa, ¿por qué me elegiste a mí?
Él se rio.
¿Cómo explicar por qué te enamoras de alguien?dijo. Pero si quieres una respuesta me enamoré de tus ojos, de tu voz, de tu alma. Eres como esas flores del campo que tanto te gustan: tu belleza no grita, pero para quien sabe verla, no hay rosa que la iguale.
***
La cena de aniversario fue íntima y perfecta. Los hijos brindaron por ellos, y en el centro de la mesa había un ramo de flores silvestres. Javier siempre se lo regalaba en su cumpleaños (en julio) y en cada aniversario.
Esa noche, antes de dormir, Carmen murmuró:
Javi, somos una familia rara.
¿Por qué?preguntó él.
En veinticinco años, ni una sola pelea. ¿Eso es normal?
¿Quieres que nos peleemos?bromeó, haciéndole cosquillas. ¡Venga, pelea!
¡No, no!se rio ella, que era muy cosquillosa.
Pues entonces, seguiremos siendo rarosdijo él, besándola.
Y así fue.







