A un paso del divorcio

A un paso del divorcio

Olga llevaba tiempo insistiendo a su marido para que la acompañara a visitar a su bisabuela en el pueblo. La anciana, llamada Rosario Martínez, vivía sola en una pequeña casa en las afueras. Acababa de cumplir noventa y ocho años, y cada visita podía ser la última. Pero Javier siempre ponía excusas: el trabajo, el cansancio o simplemente no le apetecía.

—Vamos, por favor —rogaba Olga—. ¿No recuerdas que prometió contarnos el secreto que salvó su matrimonio con el bisabuelo? Solo si vamos juntos…

Javier resopló:

—Si el secreto es tan milagroso, ¿por qué no me lo has contado antes?

—Porque juró revelarlo solo frente a los dos. Dice que son palabras mágicas que toda pareja debería conocer. Ella y el bisabuelo estuvieron juntos sesenta y dos años. Hasta que él falleció. Y jamás pensaron en divorciarse.

Javier suspiró. No creía en la magia ni en consejos del siglo pasado. Pero al ver los ojos llenos de esperanza de su mujer, cedió:

—Vale. Pero será rápido. Vamos, hablamos y nos volvemos.

Rosario los recibió acostada en su cama, bien arropada. A pesar de su edad, su mirada era clara y firme. Esbozó una leve sonrisa, saludó a Olga y observó a Javier con atención.

—¿Habéis venido, nietos? ¿Por las palabras?

—Sí, abuela —asintió Olga con entusiasmo—. Nos prometiste el secreto que mantiene un matrimonio. Estamos listos.

La anciana cerró los ojos un instante y luego murmuró:

—Un sacerdote nos lo reveló cuando nos casamos. Fue en un pueblo remoto, sin otra iglesia cerca. Nos dijo: «Recordad: hasta el divorcio, solo hay un paso».

Javier frunció el ceño:

—¿Un paso?

—Sí. Un paso en falso. Una palabra dura dicha con ira. Una mirada por encima del hombro. Un día que sales y no regresas a tiempo. Destruir un matrimonio es fácil, pero mantenerlo requiere esfuerzo. Cada vez que discutáis o os sintáis heridos, recordad esto: hasta el divorcio, solo hay un paso. Si lo das, quizá no haya vuelta atrás.

Se hizo un silencio en la habitación. Olga bajó la mirada. Javier se levantó, se acercó a la ventana y permaneció callado un largo rato. De pronto, dijo en voz baja:

—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años. Todo empezó con un paso. Mi padre se fue a dormir a casa de un amigo. Mi madre no se lo creyó. Palabra tras palabra, todo se derrumbó.

Se volvió hacia su esposa:

—Y nosotros llevamos tiempo al borde.

Olga asintió, conteniendo las lágrimas.

El viaje de vuelta lo hicieron en silencio, con las manos entrelazadas, como si temieran soltarse. Al llegar a casa, Javier detuvo el coche, abrazó a su mujer y susurró:

—Prometámonos que nunca daremos ese paso.

Olga asintió, y en ese momento ambos comprendieron que no solo guardaban el recuerdo de la abuela, sino también una lección para toda la vida. A veces, una sola frase puede cambiarlo todo.

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