Hasta el divorcio solo hay un paso
Olga llevaba tiempo rogándole a su marido que la acompañara a visitar a su bisabuela, Isabel García, en el pueblo. La anciana vivía sola en una casita a las afueras, acababa de cumplir noventa y ocho años, y cada visita podía ser la última. Pero Carlos siempre encontraba excusas: el trabajo, el cansancio, o simplemente no le apetecía.
—Vamos, por favor —insistía Olga—, ¿recuerdas que prometió contarnos ese secreto que salvó su matrimonio con el bisabuelo? Solo si vamos los dos…
Carlos resopló:
—Si el secreto es tan milagroso, ¿por qué no me lo has contado antes?
—Porque juró revelarlo solo cuando estuviéramos juntos. Dice que son palabras mágicas que toda pareja debe conocer. Ella y el bisabuelo estuvieron casados sesenta y dos años. Hasta que él murió. Y jamás pensaron en divorciarse.
Carlos suspiró. No creía en la magia ni en consejos de otra época. Pero al ver los ojos de su mujer, llenos de esperanza, cedió:
—Bueno. Pero será rápido. Vamos, hablamos con ella y regresamos.
Isabel los recibió acostada en su cama, bien arropada. A pesar de los años, su mirada era clara y llena de fuerza. Sonrió débilmente, saludó a Olga y observó largo rato a Carlos.
—¿Con que habéis venido, nietos? ¿Por el secreto?
—Sí, abuela —asintió Olga con entusiasmo—. Prometiste contarnos qué mantuvo unido vuestro matrimonio. Estamos listos.
La anciana cerró los ojos un instante y luego susurró:
—Este secreto nos lo dio un cura viejo. Nos casamos en un pueblo perdido porque no había otra iglesia cerca. Y él nos dijo: “Recordad: hasta el divorcio solo hay un paso”.
Carlos frunció el ceño:
—¿Un paso?
—Sí. Un paso en falso. Una palabra dura dicha con ira. Una mirada hacia otro lado, un día que te fuiste y no volviste a tiempo. Destruir un matrimonio es fácil. Pero mantenerlo, eso es trabajo. Y cada vez que discutáis, os ofendáis o penséis en algo malo, acordaos de esto: hasta el divorcio solo hay un paso. Si lo das, quizás no haya vuelta atrás.
En la habitación se hizo silencio. Olga bajó la mirada. Carlos se levantó, se acercó a la ventana y permaneció callado un largo rato. Finalmente, murmuró:
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años. Todo empezó con un paso. Mi padre se fue a dormir a casa de un amigo. Mi madre no se lo creyó. Palabra tras palabra, todo se derrumbó.
Se volvió hacia su esposa:
—Y nosotros también llevamos tiempo al borde.
Olga asintió, conteniendo las lágrimas.
De regreso, iban de la mano, sin hablar. Solo los dedos entrelazados, como temiendo soltarse. Al llegar a casa, Carlos detuvo el coche, abrazó a Olga y susurró:
—Prometámonos que nunca daremos ese paso.
Ella asintió, y en ese momento ambos entendieron que ya no solo tenían el recuerdo de Isabel, sino un verdadero apoyo. Una sola frase podía cambiar una vida entera.