Un paso antes del divorcio
Olga llevaba tiempo insistiéndole a su marido para que la acompañara a visitar a su bisabuela, Jacinta Soledad, en un pueblecito de la sierra. La anciana vivía sola en una casita humilde al borde del pueblo, acababa de cumplir noventa y ocho años, y cada visita podía ser la última. Pero Jorge siempre ponía excusas: el trabajo, el cansancio o, simplemente, que no le apetecía.
—Vamos, por favor —rogaba Olga—, ¿no te acuerdas de que prometió contarnos ese secreto que salvó su matrimonio con el bisabuelo? Pero solo si vamos los dos juntos…
Jorge resopló:
—Si el secreto es tan milagroso, ¿por qué no me lo has contado antes?
—Porque juró revelárnoslo únicamente a los dos. Dice que son palabras mágicas, algo que toda pareja debería saber. Ella y el bisabuelo estuvieron juntos sesenta y dos años. Hasta que él falleció. Y ni una sola vez pensaron en divorciarse.
Jorge suspiró. No creía ni en magia ni en consejos del siglo pasado. Pero al ver los ojos de su mujer, llenos de ilusión, se rindió:
—Vale. Pero que sea rápido. Vamos, hablamos con ella y nos volvemos.
Jacinta los recibió recostada en una cama impecablemente tendida. A pesar de su edad, su mirada conservaba lucidez y firmeza. Esbozó una leve sonrisa para Olga y luego observó a Jorge con atención.
—¿Así que habéis venido, nietos? ¿Por las palabras?
—Sí, abuela —asintió Olga, entusiasmada—. Prometiste contarnos el secreto que mantuvo unido tu matrimonio. Estamos listos.
La anciana cerró los ojos un instante y luego murmuró casi en un susurro:
—Este secreto nos lo dio un cura viejo. Nos casamos en un pueblo perdido porque no había más iglesias cerca. Y ese día nos dijo: “Recordad: hasta el divorcio, solo hay un paso”.
Jorge frunció el ceño:
—¿Un paso?
—Sí. Un paso en falso. Una palabra dura dicha con rabia. Una mirada por encima del hombro, un día que te vas de casa y no vuelves a tiempo. Destruir un matrimonio es fácil. Pero mantenerlo… eso es trabajo. Y cada vez que discutáis, os enfadéis o penséis en separaros, acordaos de estas palabras: hasta el divorcio, solo hay un paso. Si lo das, quizá no haya vuelta atrás.
El silencio se apoderó de la habitación. Olga bajó la mirada. Jorge se levantó, se acercó a la ventana y permaneció callado un largo rato. De pronto, dijo en voz baja:
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía diez años. Todo empezó con un solo paso. Mi padre se fue a dormir a casa de un amigo. Mi madre no se lo creyó. Palabra tras palabra, todo se vino abajo.
Se volvió hacia su mujer:
—Y nosotros últimamente tampoco estamos precisamente firmes.
Olga asintió, conteniendo las lágrimas.
De vuelta a casa, iban cogidos de la mano. Sin decir nada. Los dedos entrelazados, como si temieran soltarse. Cuando llegaron a la puerta, Jorge se detuvo, abrazó a su mujer y susurró:
—Prometámonos algo: nunca daremos ese paso.
Olga asintió, y en ese momento ambos supieron que ya no solo tenían el recuerdo de la abuela, sino también un apoyo real. A veces, una sola frase puede cambiarlo todo.