Contra la voluntad de mi mujer, invité a mi madre a casa para que viera a mi recién nacida nieta.
Mi madre, Carmen Rodríguez, es un auténtico desastre cuando se trata de comunicación. No respeta los límites de nadie. No le agradaba mi esposa, Isabel García, no por alguna razón concreta, sino porque la habíamos casado y ella no soportaba que yo me alejara de ella.
Hace tres semanas Isabel dio a luz a una niña, a la que llamamos María Luz.
Carmen insistió en estar presente en la sala de partos, pero Isabel quería que solo yo estuviera allí. Así que, mientras María Luz estaba en trabajo de parto, mi madre se quedó en el vestíbulo del Hospital Universitario La Paz y gritaba a todo el pasillo que se merecía presenciar el nacimiento de su nieta.
Cada vez que Carmen entraba en nuestro hogar, se aferraba a todo y criticaba a Isabel, acusándola de ser una mala ama de casa. También aseguraba que María Luz sería una madre deficiente.
Ante esos comentarios, Isabel perdió los estribos y me dio un ultimátum: “Los pies de tu madre no volverán a cruzar el umbral de esta casa”. Yo la comprendí; nadie quiere ser humillado en su propio hogar.
Cuando finalmente trajimos a la niña a casa, los abuelos querían conocerla. Isabel permitió que mi suegra, Pilar Fernández, viniera una sola vez, pero con la condición de que guardara silencio. Carmen prometió respetarlo, pero al cruzar la puerta empezó a lanzar observaciones como:
“¡Qué suciedad hay aquí! Si vais a vivir así, hacedlo así, pero por respeto a mí podríais al menos limpiar”.
Isabel volvió a perder la paciencia y le dijo que ya no tenía derecho a visitas y que solo podría ver al bebé si nosotros lo permitíamos.
Han pasado casi dos semanas; los abuelos ya han visto a la niña, al igual que mi padre, Antonio Martínez. Pero Carmen sigue sin aparecer y mi mujer no quiere verla. No salimos de casa con el bebé porque hace un frío insoportable.
Anteayer Isabel tuvo una cita médica y yo me quedé con la pequeña en casa. Aproveché la ocasión para invitar a Carmen a ver al bebé. Llegó y le dije que sólo teníamos dos horas antes de que Isabel volviera, pero ella se negó a marcharse, por mucho que intentara convencerla.
Isabel llegó, encontró a mi madre acurrucada con la bebé y sufrió un colapso nervioso: me gritó a mí y a ella, exigiendo que se fuera de la casa.
En mi interior le dije a Isabel que se callara y se calmara, que era mi casa y mi hija, y que si yo quería que mi madre la viera, ella no podía impedirlo ni echarla. Isabel, sin embargo, empujó a mi madre y a mí fuera de la vivienda. Ahora vivo con mis padres y espero que mi mujer recupere la calma pronto.







