**Diario de un Padre**
En un pequeño pueblo de las montañas de León, donde el viento silba entre las casas de piedra, mi mujer, Carmen, y yo esperábamos en vano la visita de nuestro hijo. Las horas pasaban, y el corazón se nos encogía de rabia y tristeza.
—Parece que no vendrá —suspiró Carmen, mirándome con esos ojos cansados que ya no lloran—. Ya ni siquiera me enfado.
—¿Otra vez esa nuera no lo deja? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta—. Nunca os habéis llevado bien.
—Quizá —contestó ella, con la voz quebrada—. Pero Jorge nunca nos dijo nada malo. Antes venía más, pero ahora… Su mujer siempre tiene un as bajo la manga. Tendremos que contratar a alguien para arreglar el tejado. Nuestro hijo ni siquiera nos regala un día.
Carmen hablaba de Jorge, nuestro hijo de cuarenta años, con amargura. Doce años atrás, se marchó a Madrid, dejando atrás nuestro pueblo. Es mecánico, antes arreglaba los coches con sus propias manos, pero ahora solo supervisa. Allí se casó con Lucía y compraron un piso.
—Él solo hizo la reforma —recordó Carmen—. Lucía solo daba órdenes. Se casaron tarde, ella ya pasaba de los treinta. Nunca se había casado, y ya entiendo por qué… Con ese carácter, pocos aguantarían. Desde el primer día, nos caímos mal.
—No me extraña que estuviera soltera tanto tiempo —murmuré—. Recuerdo cuando intentaste hablar con ella. Fue un desastre. ¿Qué le vio Jorge?
Lucía apenas hablaba con nosotros. Solo permitía que Jorge nos visitara una vez al año. Esta vez, prometió estar aquí en mayo para arreglar el tejado, que gotea con cada lluvia. Pero, claro, Lucía tenía otros planes.
—Lucía está embarazada —dijo Carmen, con un hilo de voz—. Le prohibió a Jorge dejarla sola. ¿Qué le va a pasar? Es enfermera, no una niña. Dos semanas antes del viaje, empezó a quejarse, aunque ya tenía los billetes.
—¿Por qué hace esto? —pregunté, aunque lo sabía.
—Primero dijo que tenía miedo de quedarse sola… y luego… —Carmen calló, los ojos brillantes.
—¡Como si ella no tuviera padres que la consienten! —me enfurecí—. ¡No puede comparar a Jorge con otros!
—Creo que son sus padres los que la influyen —continuó Carmen—. Le dicen que no deje a su marido irse solo. Tuvieron un yerno que visitaba a su familia y luego se divorció. Ahora su hija menor vive con ellos. Y le meten en la cabeza que Jorge hará lo mismo.
—¡No todos son iguales! —exclamé—. Jorge nunca ha dado motivos. Y Lucía podría venir con él.
—¿Venir? —Carmen soltó una risa amarga—. Ni loca. Ya sabes lo mucho que nos desprecia. Intenté hablar con ella, pero es inútil.
Recordé cuando llamé a Lucía, intentando solucionar las cosas. Fue un error.
—¿Qué dijo? —pregunté, aunque lo imaginaba.
—Que siempre queremos algo, que alejamos a Jorge de su familia —Carmen apretó los puños—. Que está harta de luchar. Que un marido debe pensar en su mujer e hijo, no en los caprichos de sus padres. Y que nuestra casa no le interesa.
—¡Vaya nuera! —grité, la sangre hirviéndome—. ¿Y Jorge qué?
—Se justificó, pero sabemos que no es culpa suya —susurró Carmen—. Posiblemente pospuso el viaje para no enfadarla. Tiene miedo por el bebé.
Perdí los estribos. Llamé a Jorge y le solté todo.
—¡Basta ya! —rugí—. ¡No te esperaré más! Contrataré a alguien, y tú sigue agachando la cabeza ante tu mujer.
Carmen callaba, pero su dolor era palpable. Entendía mi furia, pero aquello de “las mujeres van y vienen, los padres no” me dolía como un cuchillo. Jorge era nuestro orgullo, nuestro único hijo. Y ahora, una muralla nos separaba, construida por Lucía. Ella lo tenía atado, y él, por miedo a sus dramas, obedecía.
Miré el tejado viejo, que goteaba en cada tormenta, y sentí que la esperanza se escapaba con el agua. Trabajamos duro para darle lo mejor, y ahora pagábamos a extraños para arreglar lo que él podría hacer. Pero lo peor no era eso, sino saber que nuestro hijo se alejaba cada vez más. Lucía dejó claro que su familia era ella y el niño. Nosotros solo éramos una carga.
Carmen no sabía cómo recuperarlo. Soñaba con que viniera, la abrazara como antes, y entre risas y recuerdos, arregláramos el tejado juntos. Pero solo recibimos silencio y reproches. La familia que construimos con amor se resquebrajaba, y temíamos que esa grieta nunca cerrara.
**Lección:** A veces, el amor de un hijo se convierte en un puente que otros queman. Y no hay peor dolor que ver cómo se aleja, sabiendo que no puedes hacer nada.