Tengo 67 años y vivo sola. Le pido a mis hijos que me acojan en sus casas, pero se niegan. No sé cómo seguir viviendo así.
Tengo 67 años y vivo sola. Mi marido falleció hace tiempo, y no sé cómo lidiar con este vacío. Mis hijos no quieren que me mude con ellos. No sé qué hacer con mi vida… En ciudades bulliciosas como Valencia, la soledad se vuelve una carga pesada. Las multitudes de desconocidos por la calle no alegran, especialmente a los mayores. A esta edad, hacer nuevas amistades es casi imposible, y la melancolía se convierte en compañera constante.
Hoy hablaremos de la soledad en la tercera edad y lo que opina un psicólogo al respecto. Quizás esta historia ayude a alguien a encontrar fuerzas para cambiar su vida.
Tengo 67 años y vivo sola en un pequeño piso en las afueras de Valencia. Mi marido partió hace muchos años. Sigo trabajando porque solo el trabajo me salva del aburrimiento. Pero últimamente vivo como en piloto automático: nada me ilusiona, todo parece gris y sin sentido.
No tengo aficiones, y ni siquiera intento buscarlas. Me siento demasiado mayor para eso. Le propuse a mi hijo y su familia —tiene tres niños— que se vinieran a vivir conmigo, pero mi nuera se negó. Supongo que no le apetece compartir techo con una anciana.
Pensé en mudarme con mi hija, pero ella tiene su propia familia y tampoco quiere que viva con ellos. Aunque siempre se alegran cuando voy de visita. Preparan té, cocinan una buena cena y escuchan mis historias. Pero cuantas más veces voy, menos ganas tengo de volver a mi piso vacío. Y aun así, debo hacerlo…
Carmen, nuestra protagonista, no sabe cómo romper este ciclo. Su vida, incluso a los 67 años, no debería ser tan triste. Lo único esperanzador es que ha empezado a plantearse cambios y buscar maneras de enfrentar su soledad. Eso le da una oportunidad.
La falta de hobbies y, peor aún, la falta de interés en encontrarlos, pueden ser señales de depresión. Carmen debería consultar a un neurólogo, psicólogo o terapeuta, recomienda el especialista.
Según el experto, hoy en día los 67 años no son vejez. El problema no es que sus hijos no quieran vivir con ella. Los adultos valoran su espacio personal, donde han construido su vida. Obligarlos a cambiar no es la solución.
Carmen debe dejar de pensar que la felicidad solo está junto a sus hijos. Ella puede cambiar su vida por sí misma. Basta con mirar a su alrededor: en Valencia hay decenas de actividades, puede visitar sitios nuevos o conocer gente. Lo que necesita ahora son nuevas experiencias, explica el psicólogo.
Parece que el experto tiene razón: Carmen debería ver su vida desde otra perspectiva. Si sus hijos tienen sus propias vidas y no quieren compartir casa, no hay que presionarlos. Además, en otros aspectos su relación es cercana y afectuosa. ¿Por qué no intentar darle sentido a su existencia?
En la tercera edad, cuando aún hay energía y tiempo, se pueden cumplir sueños postergados. Algunos empiezan a pintar, otros se apuntan a bailar o incluso viajan. Lo peor es caer en la rutina: televisión, médico, supermercado… Esa monotonía alimenta la soledad y ahoga a cualquiera.
Hoy las posibilidades son infinitas, sin importar la edad. Algunos encuentran el amor siendo abuelos; otros descubren pasatiempos tras jubilarse.
Pero los más jóvenes también tienen un papel. Hijos y nietos pueden ayudar a sus mayores a no perder el interés por vivir. A veces basta con un gesto: una llamada, una invitación a comer o un paseo juntos. Eso puede ser la salvación para alguien que se siente solo.