A los 65 años, nos dimos cuenta de que los hijos ya no nos necesitan. ¿Cómo aceptarlo y empezar a vivir para nosotros mismos?

**Diario de un hombre de 65 años**

A los 65, me enfrento a una verdad amarga: nuestros hijos ya no nos necesitan. Tres vidas que criamos con esfuerzo, sacrificio y amor, y ahora parecemos viejos muebles arrinconados. Nuestro hijo, Javier, ni siquiera contesta el teléfono. Me pregunto: ¿habrá alguien que nos alcance un vaso de agua cuando ya no podamos valernos? El pensamiento duele, como un cuchillo en el pecho, dejando solo vacío.

Me casé a los 25 en un pueblo cercano a Sevilla. Mi mujer, Carmen, fue mi compañera de clase, una romántica testaruda que me enamoró con su terquedad dulce. Estudiamos juntos en la misma universidad, y un año después de una boda modesta, nació nuestra primera hija, Isabel. Dejé los estudios para trabajar en una fábrica, y Carmen pidió una excedencia. Fueron años duros: jornadas interminables mientras ella aprendía a ser madre entre libros y pañales. Dos años después, llegó nuestro hijo, Javier. Carmen pasó a estudiar a distancia, y yo acumulé turnos como si no hubiera mañana.

Sobrevivimos. Criamos a Isabel y Javier, y cuando la niña empezó el colegio, Carmen por fin pudo trabajar como profesora. Las cosas mejoraron: conseguí un puesto estable en el ayuntamiento, y dimos calor a nuestro hogar. Justo cuando respiramos, supimos que venía Lucía, la pequeña. Otra sacudida. Trabajé el doble, Carmen se quedó en casa, y no sé cómo, pero salimos adelante. Cuando Lucía empezó primaria, sentí que una losa se levantaba de mis hombros.

Pero la vida no se detuvo. Isabel, al entrar en la universidad, anunció que se casaba. No la disuadimosnosotros también fuimos jóvenes. La boda, el piso nos dejó sin ahorros. Luego, Javier quiso su propia casa. ¿Cómo decirle que no? Pedimos un préstamo. Por suerte, encontró un buen trabajo en Madrid, y aliviados, pensamos que lo peor había pasado. Hasta que Lucía, en segundo de bachillerato, nos dijo que quería estudiar en Alemania. Otro golpe, pero reunimos hasta el último euro y la dejamos partir. Se fue, y la casa se llenó de silencio.

Con los años, las visitas se hicieron raras. Isabel, aunque vive en Sevilla, viene cada seis meses, siempre con prisas. Javier apenas aparece, en Navidad si hay suerte. Lucía se quedó en Europa, construyendo su vida. Les dimos todotiempo, salud, sueñosy al final, somos apenas un recuerdo lejano. No pedimos dinero, ni ayuda. Solo un poco de cariño: una llamada, una visita, un ¿cómo estáis?. Pero ni eso. El teléfono no suena, la puerta no se abre, y el frío de la soledad se instala.

Hoy miro la lluvia tras la ventana y pienso: ¿esto es todo? ¿Después de darles cada aliento, merecemos solo olvido? Quizá sea hora de dejar de esperar y volcarnos en nosotros. A los 65, Carmen y yo estamos en una encrucijada. El futuro es incierto, pero tal vez, tras el horizonte, brille algo nuestrono de ellos. Siempre nos postergamos, pero ¿no merecemos algo de alegría? Quiero creer que sí. Aprender a vivir de nuevo, por nosotros, mientras el corazón lata. La pregunta queda: ¿cómo aceptar este vacío y hallar en él luz? **Esa es la lección que aún no sé escribir.**

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MagistrUm
A los 65 años, nos dimos cuenta de que los hijos ya no nos necesitan. ¿Cómo aceptarlo y empezar a vivir para nosotros mismos?